40. ANARQUÍA

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Son mediados de noviembre y el frío comienza a calar en los huesos de forma discreta por las mañanas.

En la cocina, Sarah se abraza a sí misma para darse algo de calor mientras espera que el agua para el café termine de hervir, aún está en pijama porque es domingo y no hay que ir ni a la facultad ni al servicio social. De hecho, en teoría ha terminado de forma oficial las clases en la universidad, en menos de un mes será su cena de graduación. Las dos últimas semanas que quedan de asistencia a la facultad solo son para cerrar materias y entregar trabajos finales, pero en lo académico ya no hay mucho para hacer. Sarah está al corriente.

Tras completar todos los créditos, el siguiente paso obvio es pensar en la titulación. La universidad de Guadalajara ofrece varias opciones, si Sarah así lo quisiera podría titularse por promedio, pues ha concluido sus estudios con un final de 9.42. Por un tiempo, la idea de hacer una tesis la sedujo, más que nada para retarse a sí misma y mantenerse ocupada, sin embargo, en cuanto la oportunidad de estudiar un posgrado en el extranjero se presentó y sus padres la apoyaron y la alentaron, Sarah no lo dudó, matará dos pájaros de un solo tiro y hará el diplomado de la OEA con miras a la maestría; esa será también su forma de titulación de la licenciatura. Partirá a Estados Unidos apenas y pasen las navidades.

La tetera en la estufa comienza a chillar y Sarah se apura para apagarla. Es una de esas mañanas que suele ponerla nostálgica: el cielo grisáceo que apenas y da una tenue luz que anuncia el amanecer, el fresco en el aire que mueve las copas de los árboles con discreción y los vidrios empañados que hacen que el mundo exterior se aprecie como una mancha confusa. Sarah estira la manga de su pijama y limpia el vidrio de la ventana que da hacia el jardín. Ve a su padre y a Darío, ambos juegan a lanzar y atrapar la pelota, de vez en cuando una sonrisa se dibuja en sus rostros.

Ver esa imagen le da una quietud conciliadora en el pecho, tal y como el abogado lo dijo, los agresores de Joel movieron las influencias que aún les quedan para acelerar el proceso, el juicio está a la vuelta de la esquina. Ellos no han dejado de luchar, pero en silencio, tal y como el abogado se lo aconsejó: siguen con sus vidas y se esfuerzan en no hablar demasiado del tema, aunque Sarah es consciente de que en sus pensamientos el tema no deja de dar vueltas y vueltas; con calma organizan la marcha que planean sea la última enfocada a exigir justicia, son optimistas y se aferran a la esperanza de que no sea necesario realizar más. Dos semanas faltan para saberlo a ciencia cierta, los acusados se han mantenido también en silencio y eso los asusta y los pone nerviosos, pero a diario se recuerdan que hacer justicia por medio de la ley ya no es algo que esté en sus manos.

Sarah llena tres tazas con el agua recién hervida, se dirige a la lacena y de ahí toma dos frascos de café y la caja con sobrecitos sustitutos de azúcar, del refrigerador saca la jarra con leche. A su papá le prepara un café negro y sin una pizca de dulzor, cargado, tal y como le gusta. Para ella se prepara un negro, pero con un sobre de endulzante, y a Darío le prepara un descafeinado con tres sobres de endulzante y leche; pone las tres tazas en una bandeja y sale hacia el jardín. En cuanto Darío la ve, suelta el guante en el piso y corre a ayudarla. Daniel deja también el guante y la pelota y los tres se sientan en la mesa al centro del jardín.

—Han madrugado —les dice Sarah.

—En realidad es tu hermano quien ha madrugado, yo me he levantado para ir al baño y lo he visto a solas lanzando la pelota contra la pared y he querido acompañarlo. —Gabriel da un largo sorbo a su café y les sonríe a sus hijos.

—He retomado el hábito de escribir por las mañanas, entré en un bloqueo y quise salir al jardín para despejarme un poco —aclara Darío.

—Me encantaría poder leer tus escritos, pero sé que eso no sucederá —dice Gabriel y se ríe.

Tú, yo, anarquíaWhere stories live. Discover now