06| Winston

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Maratón 2/2

Desde el incidente en el pasillo esta mañana, he estado de mal humor, pero en la tarde empeoró porque al tener detención y llegar tarde a casa, no comí bien por preferir hacer las tareas.

Y ahora en el trabajo no hay nada que se me antoje.

He estado comiendo chispas de chocolate todo el rato y ya van dos veces que Vienna me regaña.

Por suerte, todo está muy tranquilo, de vez en cuando viene algún cliente por algo sencillo y ya. Areli ni siquiera vino hoy.

—Gina, mi esposo acaba de llamarme y necesito irme ya. ¿Crees que puedas cerrar tú? No importa que sea un poco más temprano.

Vaya, esto es nuevo.

—Seguro, no hay problema. Vaya sin cuidado.

—Bien, pero llámame cualquier cosa, verifica que todo esté bien cerrado y no te olvides de apagar la luz de los baños —indica.

Poco después se despide y me quedo sola.

He insistido algunas veces para que pongamos una televisión y nada.

Según ella, o pone una televisión o me paga. Prefiero que me pague.

Son ya casi las ocho. No creo que nadie más vaya a venir... y estoy muy cansada...

Manipulándome a mi misma, me encamino hacia el ventanal para cambiar el letrerito de Abierto y Cerrado, pero decido ponerle el seguro a la puerta.

Desde que hace unos años vi un documental donde decía que las cerraduras de las puertas eran de los lugares más propicios para la acumulación de gérmenes. Y que algunos expertos los consideran claves en la transmisión del virus de la gripe y de otros que provocan enfermedades respiratorias.

Desarrollé una especie de fobia a ellas.

No podía tocarlas con mis manos nunca, aunque eso signifique usar mi propia blusa como protección cuando no tengo toallitas desinfectantes o cualquier otra cosa a la mano.

Con la servilleta que tengo en la mano, tomo la cerradura y voy a asegurar la puerta cuando alguien más la empuja.

O la abre, en realidad.

No tengo la menor idea de porque no me sorprende quien es. Mi día tenía que empeorar, claro.

—Oh, gracias a dios estás aquí —dice en cuanto me ve.

—Lástima, ya está cerrado.

Ni siquiera me había dado cuenta de que una niña viene con él, o venía. Lo ha empujado para salir corriendo y encerrarse en el baño de chicas. Este casi se cae al suelo, haciéndome reír.

Pero recuerdo que debo aparentar molestia.

—¡Eh, ya está cerrado! —Le grito a la niña.

—Necesito tu ayuda.

—Yo necesito unas vacaciones de la vida y nadie me las ha dado —Me encojo de hombros.

—Hablo en serio, Gina. Es por mi hermana.

—¿Qué tiene tu hermana? —pregunto dejando de sonar a la defensiva.

—Que le ha pasado eso que le pasa a las chicas cada mes por primera vez.

Lo entiendo al instante, pobrecita.

—¿Y qué quieres que yo haga?

No es que esté muy sensible, es que es como un código entre mujeres. No dejaría a esa pobre niña a su suerte, y menos con este idiota.

Tulipanes para GinaWhere stories live. Discover now