El ceño se le frunce, otorgándole una pequeña línea de expresión entre las cejas.

—Estás sucia—. Se acerca a paso cauteloso, mediando la distancia prudencial, sin embargo, aquella distancia es cortada cuando se atreve a palmear la tela que cubre mis brazos, desprendiendo de ella una capa de polvo. —¿Tienes heridas? —. La blanca camisa que ahora es entre gris y café no tiene una importante marca de sangre en ella, aunque de todos modos Levi es exigente.

Le muestro las palmas de las manos, rotándolas para mostrar también el dorso, revelando algunos raspones donde la piel se encuentra rojiza.

—Estas son, afortunadamente, las únicas heridas preocupantes—. Son las únicas que he visto, pues sé a la perfección que varios hematomas se irán formando a lo largo de los días.

—Bien, perfecto—. Sus ojos no se apartan de mis dedos. En su pecho veo movimientos irregulares, escuchando suspiros entrecortados, tan bajos que al principio se los atribuyo al sin parangón viento insistente.

—¿Pasa algo? —. Me atrevo a preguntar, ansiosa. El cabello negro brillante no me deja ver sus ojos, ni la mayoría de facciones, por lo que la incertidumbre me es servida.

—S-Solo...—. Por fin, para mi alivio, alza la mirada, donde la guerra entre mis orbes y los suyos comienza, y no sé que es lo que le transmito o si le transmito algo, pero aquellos ojos hacen que un torbellino de emociones se instale en mi corazón, al punto que tantos sentimientos que me expresan me agobian. —...me alegra saber que estás en una pieza—. Lo sabía, me lo transmitió, pero la sorpresa se apodera de mi al ser mis oídos testigos de sus palabras.

El nudo se me forma en la garganta, y sé que una contestación es lo correcto, una correspondencia, sin embargo, me veo incapaz de formar palabras coherentes, sumiéndonos en un silencio donde las voces ajenas a nuestro alrededor se difuminan y solo el sonar de la naturaleza revolotean como mariposas.

Acorto los duros centímetros de distancia y cuelo mis brazos bajo sus axilas, tocando su espalda con los dígitos. Primero empuño, arrugando un poco su chaqueta por la fuerza, pero luego solo caricias por sus escápulas quedan en un delicado tacto.

Atrevida y jugando con la reacción, reposo la mandíbula en su hombro. Finas hebras oscuras hacen cosquillas en mi nariz, llegando así el aroma a limpieza característico.

—No he olvidado nuestra promesa, Levi—. Susurro, cerrando los ojos para sentir como las manos ajenas hallan lugar entre la cintura y la cadera. —No he olvidado nada, lo tengo y tendré presente cada vez que esté en un sitio amenazador—. Continúo.

Pocas veces he sentido el calor de un abrazo, uno sincero al menos, por ello me cuesta en demasía traducir lo que se intenta expresar, pero si me obligaran a decir lo que en ese entonces me pareció, fue la más pura complicidad, donde dos almas dispuestas a compensar y a avanzar con el otro se entrelazan.

—Y-Yo también, Tachibana, yo también—. Sus palabras son amortiguadas por mi corta melena, y ahí es donde sé que ambos estamos sumergidos en nuestra burbuja, donde no existe nada más que el "nosotros"

Sin embargo, no somos ajenos a la cruda verdad, al exterior y nuestras misiones personales, por lo que mas temprano que tarde nuestro abrazo se deshace, dejando una estela del tacto que quedará hasta que se vuelva a repetir.

(...)

—¡La dura Tachibana! —. El golpe para nada medido que me da Connie en la espalda me hace perder el equilibrio, apenas consiguiendo estabilizarme a tiempo.

Golpeo su mandíbula con la palma, aprovechando la brecha de altura, obteniendo un quejido lastimero de parte de mi nuevo amigo.

—Vuelves a decirme así y a agredirme y tendrás una visita del hada de los dientes, ¿me escuchas? —. Chasqueo la lengua manteniendo una imagen intimidante, más, pocos segundos tardo en desmoronar toda la careta y soltar una leve sonrisa.

Uno para el otro (Levi Ackerman)Where stories live. Discover now