17: Sólo es mi amigo

229 11 14
                                    

Narra Javier Saviola:

"Gustavo me había invitado a la fiesta que organizaba River, sin que Marcelo y Guillermo supieran. Por algo somos mejores amigos.

—Ay, ay, ay, ¿qué mierda me pongo? —me preguntaba, cambiándome de ropa por milésima vez en ese rato. Quería impresionar a Gustavo.

—¡Papá, ya parecés una mina dando tantas vueltas para elegir la ropa! —me gritó desde atrás de la puerta mi hijo Fabricio. Luego se escuchó un quejido, y enseguida adiviné lo que pasó: Julieta, mi otra hija, le había pegado a Fabri, ofendida.

'—Tu hija es igual de diva que vos —' me solía decir Ariel Ortega.

'—Mirá quien habla —' le respondía yo.

Ariel, ofendido porque siempre diva nunca indiva, se iba, ya sea a buscar a alguno de nuestros amigos, o se iba con el Enzo Francescoli... Con el cual estaba muy junto últimamente.

—¡Pa, si no te apurás vas a llegar tarde! ¡La fiesta es a las 8 y son las 7:30! —me advirtió Juli.

—¡Si querés impresionar al tío Gustavo ponete algo normal y listo, papá! —me aconsejó Fabricio.

—Ah, y por si lo preguntás, lo sabemos por los tíos Marce, Guille, Román y Pablo —dijo Julie, adivinando mi pregunta.

«Los odio» pensé. Me refería a los cuatro pelotudos que tengo por amigos.

Un rato después, salí de la pieza. Mis hijos miraban el reloj y susurraban entre ellos cuando salí.

—¡Por fin, papá! —me dijo Fabricio.

—Si no te apurás vas a llegar tarde —me repitió Julieta—. Ya son las 8 menos cuarto, y estás cambiándote desde las 6 y pico creo.

—¡La puta madre! —dije. Voy a llegar tarde—. Chicos, no me quemen la casa —les advertí a mis hijos.

—Tranqui, viejo, que yo voy a estar en mi pieza, seguramente charlando con Tomy —me tranquilizó Fabri—. Y ella seguro va a hacer lo mismo, y va a pasarse la noche hablando con Manu —se refirió a su hermana.

No les di más bola y fui corriendo al auto, a pesar de que sabía que iba a llegar tarde.

Un buen rato después, llegué. Me quedé como un boludo esperando a ver a Gustavo, Guille o Marce. De pronto, escuché a Marcelo:

—Igual de diva que Javier.

—¿Qué lo metés a Javi? —decía... Gustavo.

—Dale, decilo de una vez. Decí que estás con Javier, no nos hagan esperar más —y ese era Guille.

—Cerrá el orto; Javier sólo es mi amigo —dijo Gustavo.

Se me rompió el corazón con eso. ¿Gustavo sólo me veía como amigo? ¿Po... posta? Sin poder contenerlas, las lágrimas empezaron a correr por mis mejillas. Empezé a caminar medio rápido y luego corrí cuando se me escapó un sollozo.

Me senté contra la pared, con la cabeza entre las rodillas, llorando. Yo era un pelotudo; Gustavo sólo me veía como amigo... ¿Cómo nunca me di cuenta? Y yo creyendo que mis sentimientos eran correspondidos. Por suerte no le dije nada a Gusti sobre eso.

—Si... Si le hubiera dicho algo... Ya... ya lo sabía: no me ve más que como un amigo. Suerte no le dije nada —dije en voz baja.

No quiero perderlo. No a mi mejor amigo.

—¿Ja... Javier? —susurró alguien.

Yo traté de limpiarme las lágrimas con rapidez, y luego, con la voz temblorosa, dije:

—A... A... Andate.

Un rato después, yo pensaba en irme de acá...

—¿Por qué mierda acepté venir? —me pregunté en voz alta.

De pronto, alguien se sentó a mi lado. Me dio igual quién estaba ahí, sólo quería irme. ¿Por qué acepté?

Ese alguien me abrazó. Yo, como instintivamente, me sentí más seguro en sus brazos: me acurruqué contra él. Luego me di cuenta, pero no pasó hasta que él me habló:

—¿Jav? —Jav... Solamente había una persona que me decía así, y yo conocía esa voz...

—¿Gustavo? —susurré, tratando de liberarme.

—Ey, ey, ey, tranquilo, Javi —me dijo con ternura Gusti—. No te voy a comer, quedate tranquilo —bromeó.

¿Cómo no me di cuenta enseguida? ¿Cómo no lo reconocí? ¿Cómo no reconocí ese aroma? Ese que yo amaba, ese que me volvía loco... ¿Cómo no me di cuenta enseguida de que Gustavo Barros Schelotto estaba sentado al lado mío, viéndome llorar? Ahora entendía el por qué me había sentido seguro de repente entre sus brazos: porque entre las pocas personas con las que me sentía así, Gustavo era una de ellas; con la que más seguro me sentía, me atrevería a decir.

—¿Estás bien, Jav? —me preguntó él luego de unos minutos de silencio, en los que yo traté de calmarme.

—Sí, perfectamente, Gustavo —ironizé— . ¿Cómo mierda te parece que estoy, eh? —le espeté. Todavía seguía caliente con Gustavo por lo que él había dicho, aunque sin saber que yo estaba ahí. Si me quería descargar, lo iba a hacer con el que provocó todo esto...

—Eu, tranquilo, ¿qué te pasa?

¿Y a vos que te parece? ¡Me rompiste el corazón, NADA MÁS!

—Nada —dije fríamente.

Traté de alejarme, pero Gustavo me pudo agarrar del brazo. Accidentalmente caí en sus piernas. Traté de levantarme, pero él me agarró de la cintura y no me dejó.

—¿Por qué tratás de huir de mí? —me preguntó él con toda normalidad.

—Gus... Dejame... —traté de decir.

—¡No voy a dejar que te vayas! —me dijo Gustavo.

—N... No, Gusti, nada de eso... Es que ¿te diste cuenta de cómo estamos?

—Sí, ¿y? Dame otra excusa —retrucó Gustavo.

Yo lo miré re mal y quise alejarme de él, sintiendo que las lágrimas asomaban de nuevo.

—¡No! —dijo Gusti.

Me atrajo hacia él (casi a lo bruto, en realidad) y, con el apuro que tenía para, seguramente, decirme algo, me acercó bastante y, por accidente, nuestros labios se tocaron. Fueron casi dos segundos. Dos putos segundos que yo hubiera deseado que nunca terminaran.

Lo miré, y vi que él estaba medio muy sonrojado, y evitaba mi mirada. Yo lo agarré de la cara y lo obligué a mirarme a los ojos.

—Perdón, Javier —me susurró.

«No, no me pidas perdón, perdoname a mí por no chaparte acá mismo» pensé.

Gustavo no gustaba de mí, y lo sabía, pero... Soñar es gratis, así qué..."

Fin narra Javier Saviola.

La fiestaWhere stories live. Discover now