9: Margarita

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—¿Pongo otra? —le preguntó Maxi a Nahu unos minutos después.

—Dale —respondió Nahuel.

—Te dejo elegir —dijo Maxi, levantándose.

—El salmón —dijo Nahu, también levantándose.

Ambos fueron al coso de música y Nahuel cambió la canción.

—Todos están bailando —comentó Máximo.

—¡Noooo! ¿Enserio? —ironizó Nahuel—. Decí algo que no sepa, Máximi.

Maxi sonrió levemente ante el apodo. Empujó a Nahuel y fue a sentarse. Sorpresivamente, Nahuel lo agarró del brazo.

—¿Qué pasa, Nahuelito? —le preguntó, extrañado.

—Seguime un toque, Máximo —le dijo Nahuel, repentinamente serio.

Maxi lo miró raro, pero se dejó llevar por Nahu, quien lo arrastró hacia un lugar donde nadie los podía ver ni escuchar. En cierto momento, Nahuel le apretó de más el brazo a Max, quien se tuvo que contener para no soltar un quejido.

—Uy, perdón, Max —le dijo Nahuel, dándose cuenta de lo que había hecho.

Por fin, llegaron. Nahuel se sentó contra la pared, y Maxi a su lado, extrañado.

—Nahu, ¿por qué me trajiste acá? —decidió preguntarle.

—Quería estar solo con vos un rato, sin el resto. Conozco a mis compañeros, y sé que si me ven demasiado con vos me van a joder toda la semana.

—¿Sólo por eso me trajiste? —lo increpó Máximo, entre enojado y decepcionado.

Nahu no le contestó. Maxi estaba por volver a decirle algo, pero Nahuel, repentinamente, lo calló: le puso un dedo en los labios. El menor se sonrojó. Buscó los ojos de Nahuel con su mirada, pero éste no lo dejó hacer contacto visual. Evitó su mirada lo más que pudo, pero, en cierto momento, a Maxi le pareció que su amigo lo miraba embobado.

El mayor se le acercó, pero Barros Schelotto no se hizo falsas ilusiones: ya había pasado una vez, y sabía que Nahu no lo iba a besar nunca, porque no sentía nada por él, más allá de amistad y casi fraternidad. Le dio un beso en el cachete; Max creyó que sólo fue su imaginación, pero le pareció que el beso era más cerca de la comisura de los labios que de otra cosa.

Se quedaron callados. De repente, Máximo se levantó. Sin hacer caso de las preguntas de Nahuel, se alejó.

—¡Máximi! —Max no le dio bola, ni siquiera con ese apodo, el apodo con el que solamente él lo podía llamar. Nadie más le podía decir así—. Agg, ¿qué le pasa?

Nahu se levantó y lo siguió, sintiendo que Máximo lo evitaba. Lo encontró sentado contra una pared.... deshojando una margarita.

—Me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere... —decía.

Y Nahuel Gallardo entendió de repente: ¡Máximo gustaba de alguien! Ahora entendía por qué lo evitaba: no quería que Nahu se diera cuenta, porque ambos se conocían muy bien, y sabían con sólo una mirada o palabra si el otro estaba bien o no.

—¿Cómo es que no me di cuenta de que Maxi gusta de alguien? —se preguntó—. Soy un boludo, no sé cómo no me di cuenta; Máximo es mi amigo de de la infancia, la puta madre.

—...¡Me quiere! —dijo finalmente Máximo. Nahuel lo vio agarrar otra margarita y hacer lo mismo. Se le escapó una sonrisa: era típico lo de las margaritas, aunque en la primera podía ser no me quiere y en la próxima me quiere, o viceversa. Era una gran casualidad que todas las que deshojaras te dieran lo mismo; si era así, no había que tener muchas dudas de los sentimientos de la otra persona...o bien era que tenías un culo tremendo.

—¡Me quiere! —repitió Max. Agarró otra... Y estuvo así por un buen rato.

—Parece un nene —dijo Nahuel, con ternura—. Bah, parece lo que realmente es.

«Es tres años menor que vos, tan nene no es» retrucó su conciencia.

<<Callate que nadie te llamó>>le dijo internamente Nahuel.

Cómo media hora después, Máximo volvió. Nahuel, cuando vio que su amigo se levantaba, se fue rápidamente: no quería que su amigo creyera que lo estaba espiando, y menos quería que su Maxi lo interrogara sobre cuánto había escuchado, y qué había escuchado. Si Máximo no se enteraba de que él sabía que le gustaba alguien, mucho mejor.

Eu, pará...¡¿Cómo que su?!

—Pero...¿Quién le gusta? —pensó en voz alta.

Él estaba más que descartado, eso era obvio.

—Naaahuu —canturreó Máximo, acercándose.

—¿Qué estuviste haciendo que tardaste tanto? —le preguntó Nahuel.

—Nada que te importe.

—¡Sos mi mejor amigo! ¡Claro que me importa! —le dijo Nahu. Estuvo a nada de decirle que le importaba todo lo que él hiciera.

—Nada, Nahuelito —susurró Máximo.

Nahuel estaba por decirle algo, pero Maxi no se lo permitió. Se le acercó y le susurró:

—No digas nada, peque.

Amagó levantarse. Nahuel, instintivamente, le agarró el brazo y tiró levemente. Por accidente, Máximo cayó en sus piernas. Ambos estaban sonrojados, pero, al contrario de lo que creía Gallardo, Maxi no se levantó de su regazo; todo lo contrario: se acomodó y apoyó su cabeza en su hombro, cerrando los ojos.

Nahuel lo miró con una sonrisa boba. Le empezó a acariciar el pelo, mirándolo embobado: ¿siempre había sido así de lindo?

No, no, no. ¿Qué mierda estaba pensando? ¡Le parecía lindo su mejor amigo! Se estaba enloqueciendo.

—Maxi, creo que tenemos que volver —le susurró a su amigo un buen rato después. Sus padres se iban a preocupar si no los veían, y Nahuel no los quería enfrentar.

Su mejor amigo no le respondió. Nahuel lo movió levemente; siguió sin respuesta. Máximo se había dormido en su regazo.

Nahuel, al darse cuenta de cómo se había dormido Maxi, se sonrojó, pero no pudo evitar una sonrisa boba: estaba solo con su mejor amigo, sin que nadie los interrumpiera, y Max se había dormido encima suyo.

Era lo más lindo: Máximo dormido. A la vista de Nahuel, era re tierno ver a su amigo dormir, o verlo hacer cualquier cosa cuando el menor creía que Nahu no lo veía. Todo lo contrario: Nahuel siempre estaba pendiente de su mejor amigo cuando estaban juntos. Por eso, lo conocía demasiado, y podía saber lo que estaba pensando con tal sólo una mirada.

La fiestaWhere stories live. Discover now