XVIII. SHAKE THAT BRASS.

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Ninguno de los dos buscaba algo serio.

Hasta ahora, al conocer a Genevieve.

-Y nos lo pasábamos bastante bien, R. Tienes que reconocerlo.

Solté un suspiro.

-Estuvo bien, Elsa –asentí mientras abría la puerta del garaje-. Pero creo que debemos dejarlo aquí…

Oí el rechinar de sus dientes y supe que la había cabreado, saliéndome de su plan preconcebido de cómo debía haber trascurrido la conversación; casi incluso podía adivinar lo que Elsa había buscado: mi aceptación. El que le dijera que nada entre nosotros no iba a cambiar.

-No te atreverás. ¡No te atreverás! –chilló-. Tú no me dejarás, R Beckendorf, porque, de lo contrario, me encargaré personalmente de hundirte.

Su amenaza me arrancó una risotada.

-No me importa, Elsa –le aseguré, apeándome del coche-. Adiós.

Ni siquiera le di tiempo a que me contestara. Colgué el teléfono y me lo guardé en el bolsillo de la chaqueta que llevaba; tendría que subir a hurtadillas hasta mi habitación para que nadie pudiera pillarme vestido de esa guisa. Me había visto en la obligación de “tomar prestado” aquel uniforme para poder colarme en la mansión de los Clermont sin que nadie pudiera reconocerme.

El teléfono empezó a vibrar en mi bolsillo pero lo ignoré mientras ascendía las escaleras que conducían a la planta baja y comprobaba que no hubiera nadie allí. Proseguí con mi camino cuando alguien carraspeó a mis espaldas, sobresaltándome.

Petra.

El corazón me dio un vuelco cuando comprobé que únicamente era ella. Aquella mujer había formado parte de mi infancia: no había ni un solo recuerdo que tuviera en el que no apareciera. Sin embargo, su ceño fruncido y sus brazos cruzados a la altura del pecho me decían que, tal y como había sucedido en el pasado, aquel recuerdo también sería imborrable.

-¿De qué demonios vas disfrazado, jovencito? –aquel término hizo que soltara una risotada. Tenía diecinueve años, por amor de Dios.

Me encogí de hombros, restándole importancia.

-Estaba intentando descubrir si tenía madera de repartidor –mentí con descaro-. Pero creo que prefiero seguir llevando la vida que llevo. Es menos agotador y mucho más placentero.

Empecé a subir los peldaños, saboreando incluso la ducha que iba a darme nada más encerrarme en mi habitación, pero Petra me sujetó por el hombro, impidiéndomelo. Giré un poco la cabeza, con un gesto de confusión por semejante interrupción.

-No tiene gracia alguna, Romeo –no me gustó que me llamara por mi nombre completo-. A tu padre no le haría gracia alguna verte con semejante aspecto.

Fruncí los labios ante la mención de mi padre.

-Estoy intentando hacer lo que él quiere que sea: alguien de provecho –ironicé.

Los ojos castaños de Petra me taladraron y supe que no había logrado engañarla. Aquella mujer me conocía demasiado bien.

-Ándate con cuidado, cielo –me advirtió con un tono serio-. Sabes perfectamente que tu padre se preocupa por ti y que intenta hacerlo lo mejor que puede.

No me preocupé en corregirla y asegurarle que lo único que le importaba a mi padre era el poder y las apariencias. Anhelaba demasiado el cargo de presidente y lo quería a toda costa; para ello necesitaba conseguir puntos delante de Weiss, intentar impresionarlo y demostrarle que estaba más que capacitado para ocupar su puesto.

LAST ROMEOWhere stories live. Discover now