110. Aliados

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Aliados

ALAN

Salvo porque las paredes, en lugar de piedra, son de tierra, el sitio se asemeja a una cueva. Y durante la noche el frío sería insoportable, sino fuese porque, al ser los Sigilosos comerciantes de pieles, nos proveen de estupendo cobijo.

Najla no nos ha dado un recorrido por el lugar. Sin embargo, por lo que continúa hablando con Jeodojo, Majio, Jaúl, Jemo, Jod y Majiano suponemos que el lugar tiene ocho niveles repartidos entre pasillos y cámaras; siendo el que se encuentra en lo más profundo, por seguridad, donde reposa Najla.

Aparte de la carne de caza y hortalizas que consiguen fuera, se abastecen de agua con un río subterráneo, y, distribuidos a modo de alcanzar todos los niveles, hay ductos de ventilación.

La Conejeja es un lugar impresionante.

Aun así, no disponemos de la libertad de andar por donde queramos; un techo, un plato de comida y cobijo no cambia el hecho de que somos prisioneros; y que yo, Alan Catone en particular, ya sé cómo se siente una prostituta de Amarantus luego de una noche ocupada.

Viktor me ofrece un vaso con agua en cuanto soy devuelto a la celda aún con la respiración entrecortada. Gavrel, sentado en una esquina, no deja de verme con animadversión.

—¿No nos hiciste quedaj mal, jubiecito? —pregunta, insistiendo en imitar de forma burda el acento de Najla.

—Así que también pasaste por eso —me defiendo.

—Poj lo que yo, que tú, ni me siento —apostilla, asustándome—. Anda, bebe agua —señala con un gesto de su mano el vaso—. Bebe. Hidrátate.

—Sigues a disposición de Najla —me amenaza Majiano antes de volver a cerrar nuestra celda.

—¿En serio? ¿Una anciana? —Viktor ríe con incomodidad.

—Al menos fue considerada —suspiro y, aunque su actitud hacia mí no cambia, Gavrel se muestra de acuerdo.

Tomo asiento en una de las esquinas en lo que continúo bebiendo agua. Viktor, mientras tanto, distribuye un pedazo de carne y papas asadas en tres platos; por lo que, asumo, él, al igual que yo, acaba de volver a la celda. Me entrega un plato a mí y uno a Gavrel junto con un vaso de agua, pero este, en lugar de comer, lo guarda bajo una cama de pieles desperdigadas a un lado y solo bebe el agua.

—¿En caso de que lo haya escupido? —Le pregunta Viktor con humor.

Gavrel niega con la cabeza.

—Sabes que no soy quisquilloso.

Viktor y yo, por el contrario, luego de días de mal comer, si tenemos hambre.

—¿Cuántas noches llevas aquí? —le pregunta Viktor a Gavrel al atisbar que hay más cosas bajo la cama de pieles.

—Esta es la segunda, pero en este lecho he dormido poco —contesta Gavrel, revisando cada objeto. Desde mi posición puedo entrever cartas, mapas, flores secas, una pulsera, cigarrillos y un saco pequeño.

—¿Poco? —cuestiona Viktor.

—Ya verás a qué me refiero —masculla Gavrel, viéndome con humor y enseguida distribuye las pieles que componen la cama en tres para compartírnoslas—. La primera es de oso, pónganla hasta abajo —recomienda.

No obstante, pese a la tregua que mandó Najla allá afuera y la suposición por parte de Gavrel de que ya todo quedó aclarado, al terminar de comer, Viktor continúa demostrando su enojo al acomodar con enojo las pieles.

Crónicas del circo de la muerte: Vulgatiam ©Where stories live. Discover now