94. La pregunta que casi nadie se ha hecho

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Ayer publiqué dos capítulos c:

OJO: Hay quienes, por lo que comentan, advierto que se saltaron capítulos. Siempre chequen en qué número vamos que Wattpad a veces no notifica :/ jeje


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 La pregunta que casi nadie se ha hecho

MACABEOS

—¿Está bien la temperatura del agua, alteza? —pregunta con deferencia la sirvienta.

Duardo al escucharla hace un gesto afirmativo demostrando aún tener ganas de vomitar.

—¿Dónde estoy? —pide saber. No reconoce la alcoba tapizada con tonos perlados, óleos de paisajes y floreros con roídas rosas secas.

—Su nueva alcoba, alteza —La sirvienta tampoco le sabe explicar y continúa dándole un baño de esponja.

La orden de Alastor fue que de no salir Duardo de la cama, debía bañársele ahí mismo. No permitirá que siga evitando a los miembros del Partido.

—Tengo una en la planta baja —masculla el príncipe, sujetando con una mano su cabeza. Le duele y no es para menos, lo encontramos en un piso franco al borde de la intoxicación.

—Su padre consideró que estaría más cómodo aquí, alteza —hablo yo y Duardo, advirtiendo por primera vez mi presencia, me mira con recelo.

—Te recuerdo —gruñe.

—Fui uno de los que le trajo aquí anoche, alteza.

—También recuerdo ver a Moria —demanda, conteniendo una nueva arcada—. ¿Dónde está? —Su voz trastabilla. Puede que haya bebido sin tener en su estómago alimento.

—Tomó otro camino una vez regresamos al castillo, alteza.

Contrario a su padre, Duardo Garay salta cada que escucha la palabra «alteza», como, si en lugar de decírselo respetuosamente, se lo hubiera gritado. No es una palabra que le deleite.

—¿De quién es esta habitación? —insiste al percatarse del decorado con toque femenino. La cama inclusive tiene dosel.

—Perteneció a su madre, señor —informo.

Garay, sorprendido, da un nuevo vistazo a todo y sale de la cama pese al dolor de articulaciones que todavía parece aquejarle; hace su camino hasta una repisa y coge con sumo cuidado cada cosa que encuentra. La princesa Imelda coleccionaba figuritas de cerámica, eso en particular llama su atención. Luego observa las paredes y repara en los distintos espacios que dejaron algunos óleos que fueron retirados.

—Era una colección de retratos de su madre y la familia de esta —digo con tristeza.

—Eleanor los quitó —concluye Duardo, molesto, y esbozo un gesto afirmativo. Porque sí, Eleanor ordenó retirarlos para enseguida quemarlos una de las tantas noches que tuvo pesadillas.

—Queda una sola pintura de su madre —añado en caso sirva de consuelo—. Está en el quinto piso.

—Ya la vi —dice él, sorprendiéndome; y me pregunto por qué, es sabido por todos que Duardo Garay es bueno escabulléndose. Seguro ha entrado al castillo antes—. ¿La conociste? —pregunta, de pronto.

«Si la...?»

—Estoy aquí desde el reinado del rey Fabio —explico con el mismo tono críptico que a Alastor—. La traté lo que mi bajo rango me permitió.

Crónicas del circo de la muerte: Vulgatiam ©Où les histoires vivent. Découvrez maintenant