79. La revolución de las rosas

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Hoy publiqué dos capítulos (uno antes de este), en caso Wattpad solo les haya notificado este.

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La revolución de las rosas

ELENA

«Sed».

Aprieto con fuerza mis ojos sintiendo un dolor punzante en mi cráneo, espalda y pelvis; pero es la sed lo que apremia más. ¿Cuándo fue la última vez que bebí agua?

Mis ojos duelen y lagrimean al tratar de abrirlos, la luz de una vela les escose. Vuelvo a cerrarlos y me giro sobre mi estómago antes de intentar abrirlos de nuevo. De ese modo advierto que me hallo sobre una cama con almohada de plumas y sábanas blancas.

No puedo sentirme más fuera de lugar.

Paso mi lengua sobre mis labios en lo que trato de llegar al porqué. ¿Quién me trajo?

«Honorato».

Mi cráneo vuelve a doler al rememorar lo acontecido en la isla. ¿Hace cuánto se vino mi mundo abajo otra vez? La vela indica que afuera es de noche. ¿Pasaron días? ¿Fue ayer? ¿Hoy?

«Sed». Mis labios se resecan. En verdad necesito agua.

Regreso mi atención a la vela, y esta vez, al no apartar mi vista, consigo ver a través de ella: Una puerta doble entreabierta con dos hombres bien vestidos, uno le venda la mano a otro. Al que venda no lo reconozco, al herido sí. Es... Gavrel.

Aparto la vela para ver mejor todo. Gavrel está sentado de perfil y no mira al hombre o a la mano que este venda, mira la pata de la silla en la que el otro se halla sentado.

Me estoy preguntando qué tiene de interesante la pata de una silla cuando infiero que en realidad se encuentra abstraído en lo que sea que esté pensando.

—¿Hay quién te cambie la venda? —le pregunta el hombre y cierro mis ojos temiendo que se vuelva hacia donde estoy yo.

—Yo lo haré —responde la voz de Isobel.

«Entonces hay más gente afuera».

—Es esencial que no se infecte.

—Lo tendré en cuenta.

«¿Qué pasó?»

Al terminar de vendar la mano el hombre guarda sus cosas en un neceser, se despide e Isobel se ofrece a acompañarle fuera.

Gavrel les ve salir y después continúa con la misma actitud ausente. «Agua». Todavía la necesito. ¿Deberé pedírsela? Mi duda se resuelve cuando giro hacia la derecha mi cabeza y otra vela ilumina una bandeja con comida, una jarra de agua y al lado de esta un vaso con el líquido ya servido. Extiendo mi brazo pero no consigo alcanzarlo, por lo que procedo a moverme con cautela hacia este. Es entonces cuando advierto que algo metálico rodea mi pie. ¿Un grillete? Me apresuro a confirmar. Sí, es un grillete sujeto a la cama. «Grandísimo hijo de puta».

Termino de alcanzar el vaso con agua y bebo manteniendo mi cuerpo recostado para que Gavrel no me vea. Mientras tanto pienso qué hacer.

Sobre la bandeja hay una cuchara, pero no un cuchillo o tenedor. ¿Con qué me defiendo? Los soportes de las velas no son lo suficientemente grandes y la bandeja o el plato no serían buenas armas.

«El vaso».

Si consigo romper el vaso me servirá de igual manera que el pedazo de botella que utilicé con Jan y Mah. Aunque no puedo romperlo en este momento, debo esperar hasta asegurarme de que nadie escuchará.

Crónicas del circo de la muerte: Vulgatiam ©Where stories live. Discover now