88. Un príncipe

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Un príncipe

MACABEOS

La fiesta terminó pasada la medianoche.

—La mayoría de enfermos pasarán la madrugada sobre mantas colocadas en la misma plaza —informa Alastor a Garay con cansancio.

Garay apenas comió, pero él, el nuevo «rey», sí luce pálido.

—Hay que revisar al resto de animales.

—No puedo creer que Gavrel sea tan hijo de puta.

—Yo sí —Alastor mira con enojo el resto del castillo escaleras arriba—. Las guerras no solo son con armas y debe tener consejeros.

—La medicina...

—Yo bebí la primer dosis —informa el nuevo rey colocando una mano sobre su enorme panza—. El resto lo repartirán entre los soldados.

—¿Y los demás?

—No alcanza para todos y en tiempos como estos necesitamos más a los soldados.

—Hay ancianos, mujeres y niños allí —Garay señala la puerta.

—No me mires así. No fui yo quien los enfermó. Además, salvo los niños más pequeños y los ancianos, la mayoría se recuperarán con los días.

—Pero no hay suficiente agua. —Pese a todo, la preocupación de Garay es genuina—. El pozo que abastece a varios sectores está contaminado. En el Callado aún hay gente que muere por eso.

—Eso tampoco es nuestra culpa.

—Pero esperan que le demos solución.

—Apenas estamos llegando —Alastor alza los hombros con indiferencia—. Deben tener paciencia.

—¡Están muriendo!

—Y debemos recordarles quiénes son los responsables... Porque no somos nosotros, Duardo. No lo somos.

Garay se halla sentado sobre la primera grada de la escalera principal del castillo, en apariencia escuchando lo que dice su padre, pero no pone atención. Tampoco parece orgulloso de lo que hizo hoy por la tarde, aunque el otro insensato, por el contrario, lo celebre. Garay está pensando. Si me preguntan, juraría que además está por echarse a llorar. Más que a un líder, veo en él a un joven confundido, perdido y triste.

Habla de Viktor a todos, cuando puede lo trae a la conversación, pero no con ira; me recuerda a mí, ahora de viejo, extrañando a mi padre.

—Debemos terminar el inventario de todo para ver lo que tenemos antes de atender cualquier otra cosa. Viktor ya había sugerido eso.

—Viktor ya no da órdenes aquí. Encima, él te quería entregar.

Ajusto la cámara para enfocar con mayor precisión el rostro de Garay, su dolor y dilema; aunque es claro que a partir de ahora lo tendré presente hasta el final de mis días, como el de su madre, la única mujer digna de ser llamada «majestad», la eterna princesa, la heroína...

La mujer que amé.  



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No me hagan pucheritos por capítulos cortos que el primer libro también los tiene. Y de hecho, en el primer borrador, este capítulo era todavía más corto. PERO, tranquilo pueblo, que ya mismo publico el siguiente. Hoy tenemos dos capítulos. 

Gracias por votar :)


Crónicas del circo de la muerte: Vulgatiam ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora