101. No soy la única prostituta aquí

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No soy la única prostituta aquí

MORIA

Aunque no salí a recibirle para evitar cruzarme con Garay, a distancia, con un gesto de complacencia, felicité a Ratón por conseguir «regresar» a la cuadrilla. Le toca recuperar la confianza del nuevo príncipe para echar a andar nuestro plan; y aunque, por seguridad, no pudimos charlar de inmediato, más tarde lo intercepté en un pasillo. Por ello, pensando en lugar que no visite nadie, lo cité a medianoche en la biblioteca.

Compartimos información.

Tal cual lo planeé, esperé paciente el momento oportuno y en la tibieza de su cama le recordé a Alastor que debía proteger las fronteras de Bitania, que Viktor ya lo había señalado y lleva la razón con eso; no podemos distraernos ahora que es nuestro el territorio. Suficiente festejo ya.

De ahí que, agradecido por mi iniciativa de velar por sus intereses, Alastor adicionalmente me ofreció pasar esa noche con él para compartir una botella de vino.

«¡Vaya honor!»

Se le empieza a ver nervioso. La visita de Garay al Callado salió mal, esa misma tarde campesinos se agolparon en la Plaza de la reina para prender fuego al maniquí de un nuevo príncipe, cuya cabeza de animal era la de un cerdo, y lo colocaron junto a los de la familia Abularach.

Duardo Garay ya no es uno de nosotros.

Lo que resulta lamentable porque Alastor, en especial, para mantener la credibilidad frente al resto de miembros del Partido, se cobija en la imagen de la princesa muerta.

«¡En semanas se hizo trizas tu legado, Imelda!»

—Me da miedo que los Abularach regresen y te saquen de aquí —le dije a Alastor.

—Eso no pasará —prometió.

El gobernador tiene todo «bajo control». Por eso mismo, aunque empezó pernoctando en una de las alcobas de la planta baja del castillo, las que ocupa el servicio y soldados de la Guardia, para sorpresa de nadie hace dos noches pidió trasladar sus pertenencias a la que fue, hasta hace poco, la alcoba de Eleanor.

Cuánto exceso de confianza en tales circunstancias.

—Es lo más conveniente, señor gobernador —lo felicité.

No se ha sentado en el trono de forma oficial, suele atender a su gente en el comedor, pero sí ha visitado el Salón del trono; a mí, más que a cualquier otro, le consta, pues me pidió traerle «entretenimiento».

Uno tras otro recibe a sus hombres y todos le traen problemas que debe resolver a la brevedad: no hay comida, la gente del Callado está por reorganizarse para protestar, hay saqueos, robos e incendios; que por otro lado no hay suficientes hombres vigilando la frontera de Orisol o Teruel...

Que en el bosque que nos separa de Teruel hay un mercenario asesinando a quien se cruce en su camino. Aviso que tuvo sin cuidado a Alastor hasta que se añadió a la información que lo vieron portar un peto con una rosa grabada en el centro.

—Búsquenlo —ordenó como si acabara de beber algo amargo.

—Los hombres que ya buscan por ese lado ni siquiera han regresado con Viktor —le contestaron Serpientes que «aún» le son leales—. En cambio, hay asuntos mucho más urgentes aquí.

Crónicas del circo de la muerte: Vulgatiam ©Where stories live. Discover now