92. El poder es como el violín

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Capítulo dedicado a Pikachiquisilvolover. ¡Gracias por siempre dejar comentarios!

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El poder es como el violín

MACABEOS

Una vez leí que el poder es como un violín, se toma con la izquierda pero se toca con la derecha, y Alastor Scarano, pese a las circunstancias, para mi desencanto, no está sujetando ese tenedor con la mano que se encuentra del lado de su corazón.

Me observa a ratos sin decir palabra, poniéndome a prueba; y me asustaría, pero ya he tenido suficiente de gente como él. No doy la vida por un adalid. No recae en mí el peso de la profecía.

—¿Desde cuándo has estado a cargo del Heraldo, Macabeos? —me pregunta despidiendo con un gesto a la sirvienta que le acaba de servir cerveza de barril.

—Desde el reinado del rey Fabio, majestad.

Trato de que mi voz no tiemble al hablar. No debo olvidar que me encuentro en una audiencia. Por otra parte, a Scarano no le molesta que me dirija a él como «majestad». Al contrario. Arquea una ceja cada que lo hago, pero no me corrige; además de que la expresión en su rostro se suaviza.

Alastor se halla sentado en la cabecera de una mesa rectangular dispuesta para veintidós personas, ocupando con solemnidad el lugar que hasta hace poco pertenecía a Eleanor. Aunque la reina cenaba en su habitación. Los Abularach empleaban el salón del comedor solo para eventos importantes, quizá por eso Alastor insiste en cenar aquí cada noche, aún parece festejar.

Hoy por la tarde recibió aquí a sus hombres de confianza y a comerciantes, todos preguntan qué hará para afrontar la escasez. No hay comida en Bitania.

Como encargado del Heraldo avisé a las multitudes que debían reunirse en la Plaza de la reina y la Plaza de la Moneda, ahí miembros del Partido repartieron a cada familia tres papeletas y se les informó que una vez por semana se entregará a la cabeza de cada hogar dos sacos de granos diversos, aceite y sal. La primera entrega se cubrió con lo que tenía de reserva el Partido y el Monasterio, sin embargo para la siguiente semana solo se podrá cubrir la mitad. Aun así, Alastor no parece preocupado. Por el contrario, mientras yo tengo frente a mí un plato de lentejas, a él la sirvienta le acaba de traer un cuchillo con filo para rebanar su filete, pues el anterior era para bollos.

Es curioso pero cuando le sirvieron el filete primero se lo hizo probar a la sirvienta; lo mismo el pan, el puré, las lentejas y la cerveza, y enseguida espero un tiempo prudencial. Teme morir por envenenamiento, es tan «precavido» como Eleanor Abularach, por decirlo de alguna manera.

—Yo no como mejor que Eleanor —bromea conmigo y con la sirvienta que, a su vez, parece suplicar le permitan salir del comedor; pero antes de alejarse Alastor le recuerda que debe cambiar de alcoba las cosas de Garay. Del mismo modo pregunta por Garay, pero nadie lo ha visto—. Soy un hombre de trabajo —continúa, retomando el tema de Eleanor—, no una reina vanidosa que debe entrar en un vestido costoso.

—Eleanor rara vez comía —comento—. La mayor parte del tiempo solo pedía té.

Alastor suelta una carcajada.

—Similar a su hermana.

Los músculos de mi cuello se tensan al advertir que habla de Imelda. Es indiscutible que la conoció.

—Ella estaría orgullosa de ustedes —musito—. Inició esto.

—No dormiré en paz hasta no llevar la cabeza de Eleanor a su tumba —asegura Scarano—. Se encuentra en el Callado, por cierto —señala—. Pero escondida. Solo Viktor, Duardo y yo conocemos su ubicación.

Crónicas del circo de la muerte: Vulgatiam ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora