Capítulo 56

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—¿Y ahora qué hacemos? —Asustada, miro a Julia y esta se encoge de hombros. Ese hombre no tardará ni cinco minutos en empezar a sufrir retorcijones.

—Esperar a que le haga efecto —responde Nerea.

—¡Hablo en serio! —Le digo.

—Y yo también —contesta con total tranquilidad y la sangre me hierve.

—Pero ese pobre hombre no tiene ninguna culpa. —No puedo creer que ni siquiera tenga remordimientos.

—Ya, Valeria. No seas exagerada. —Chasquea la lengua—. Ese cura no se va a morir por una cagada.

—Ay, Dios. —Agotada, niego con la cabeza a la vez que busco a Julia con la mirada para que me eche una mano, pero esta ni siquiera se molesta en hacer nada. Sabe que nunca dará su brazo a torcer.

—Oh, oh... Problemas. —Nerea habla por encima de mi hombro y el instinto me obliga a girarme—. Los osos regresan... —balbucea y no tardo en darme cuenta de que esta vez no vienen solos. Los acompaña un hombre que incluso de lejos, me eriza el pelo.

Cuando llegan hasta donde estamos, nos sonríen de un modo que no me gusta y cuando escucho a Blanquita gruñir, algo dentro de mí se activa. Jamás había hecho algo así. Es una perra muy tranquila.

—Así que vosotras sois las famosas pesadillas de mi hija... —¿Pesadillas de su hija? Debe tratarse del padre de Nicolle. Hemos escuchado hablar de él, pero nunca le habíamos visto la cara.

—La pesadilla es ella, créame. Le acompaño en el sentimiento. —Nerea no tarda en defendernos.

—¿Qué estás diciendo? —El padre de Nicolle aprieta los puños y se enfrenta a ella.

—Que la debisteis engendrar con el espermatozoide más tonto de tus cojones porque es imbécil. —Con rapidez sujeto a Nerea, que cada vez habla más cerca de su cara y el padre de Nicolle no tarda en fijarse en mi barriga.

—¿Qué es eso?

—Esos sí que es un hijo bien engendrado y no como la tuya, pringado. —Nerea vuelve a intervenir y Julia, para evitar males mayores, se coloca en medio.

—¿Estás embarazada?

—¡No! ¡Son gases! —Nerea no se calla y Julia, con disimulo, le da un codazo.

—¿Es de él? —Sus ojos proyectan fuego y el miedo provoca que me cubra la barriga—. ¡Habla! ¿Ese hijo es de Valentin?

—No. Es de tu put... madr... —Julia trata de cubrirle la boca a Nerea al tiempo que forcejean.

—No sabéis con quién estáis hablando —indica cabreado y cuando un lujoso coche se detiene frente a la puerta de la iglesia, lo observa por un instante—. Ya está aquí. Encerradlas hasta que la boda termine. Después nos encargaremos de ellas.

—¿Qué? —Antes de que pueda reaccionar, los hombres que lo acompañan, comienzan a empujarnos hasta obligarnos a entrar en la sacristía.

—¡Es Valentin! Valeria, ¡es Valentin! —Julia se resiste a entrar mientras Blanquita trata de morderlos—. ¡Valentin acaba de salir de ese coche! ¡Valentin! —grita para intentar que la escuche, pero antes de que eso ocurra, la puerta se cierra delante de nuestras narices—. Mierda —Intenta abrirla de nuevo y no hay forma. Corre a empujar la que da al interior de la iglesia, pero el cura debió cerrarla de nuevo al salir para impedir que los fieles entren—. ¡Aquí hay otra! —Tira de ella, pero dentro solo hay un minúsculo baño—. Mierda. ¡Mierda! ¿Qué hacemos ahora? —Su angustia me provoca unas incontrolables ganas de llorar y solo puedo negar con la cabeza. No hay nada que hacer ya. Se va a casar con esa arpía.

Cupido, tenemos que hablarWhere stories live. Discover now