Capítulo 28

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—¿Qué pone? —grita Nerea más alterada que yo.

—¿Qué dice? —pregunta Julia al notar que me he quedado muda.

—No... no puedo abrirlo.

—¡Ábrelo! —exclaman a la vez.

Con las manos temblorosas obedezco más por la obligación que por motivación propia y cierro los ojos con fuerza para enfrentarme a ello, como si de ese modo fuese a impresionarme menos. Tengo miedo de que me duela lo que vaya a encontrar en él, pero aún así, leo en alto:

*Hola, Valeria. Marcus acaba de comunicarme que habéis tenido que adelantar vuestro viaje. Espero que vaya bien.

Las tres guardamos silencio hasta que Nerea, con voz burlona, replica.

—¿Espero que vaya bien? ¿A este qué bicho le ha picado?

—Ni un mísero "me hubiese gustado despedirme" —continúa Julia—. ¡Como si nosotras le hubiésemos hecho algo!

Evito repetir lo que llevo creyendo desde que escuché aquel portazo en casa de Marcus y le respondo con la misma sequedad que lo ha hecho él.

*Gracias.

Guardo el teléfono en mi bolsillo y me echo hacia atrás para descansar la espalda. Tengo acumulada demasiada tensión en ella. Al hacerlo, el teléfono vibra una vez más dentro de mi pantalón y lo vuelvo a sacar.

—Me ha escrito otra vez. —Lo despliego y al igual que antes, leo en alto.

*Te llamaré... Estos días se me ha complicado todo.

—¿Qué le respondo? —Esperaba que pusiese otra cosa. Al final parece que todos tendrán razón y Valentin no sabe nada. Es tanto mi miedo que no paro de asociar cosas.

—Dile que a ti también y no por ello desapareces sin dar explicaciones —Julia se mofa e ignorando sus palabras, pronuncio en alto mientras escribo:

*Claro. Cuando quieras.

—Claro, cuando quieras, inmaduro. —Dicta Nerea y reímos—. Tremendo señor pataletas. Cuando tiene problemas, en vez de buscar soluciones, esconde la cabeza. ¿Qué culpa tenemos nosotras para que nos haya hecho ese feo? Ni siquiera se preocupó en aliviarnos la preocupación. Mejor que tu hijo no le conozca, Valeria —resopla—. Vaya ejemplo que le iba a dar.

—Opino lo mismo —secunda Julia—. No le hubiese costado nada enviarle un mensaje a Marcus para que no nos preocupásemos. No entiendo su actitud.

Asiento en silencio y, al igual que hice antes, reviso mi teléfono antes de volver a guardarlo. «Yo tampoco lo entiendo», balbuceo para mí. Creí que entre nosotros estaba surgiendo algo. Exhalo a la vez que me esfuerzo por pensar en otra cosa. No pienso darle más vueltas.

Una hora después decidimos tomar un descanso y, Julia, sin preguntar, se desvía hacia un pequeño pueblo. Al llegar a una especie de gasolinera abandonada, bajamos del coche y extrañadas, observamos cómo se aparta con el teléfono en la mano y la mirada centrada en la pantalla. Marca un número, lo coloca en su oreja y mantiene una conversación con alguien.

—¿Sabes con quién habla? —Nerea arruga sus cejas y yo también. No suele actuar así.

—No tengo ni idea.

Julia eleva la voz en ese momento a la vez que carcajea y miramos en su dirección.

—Sí. Estamos en la gasolinera de la entrada. ¿Te viene bien que nos veamos ahora? —La escuchamos decir y parpadeamos confusas. ¿Está quedando con alguien? ¿Aquí? ¿En este lugar alejado de la mano de Dios? Un minuto después, cuelga y mientras camina de regreso hacia nosotros, nos sonríe—. He quedado con Pedro. Viene ya, está aquí al lado —dice y nos miramos sin entender nada.

Cupido, tenemos que hablarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora