Capítulo 41

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En el momento en que doy la mano al inversor tras finalizar la reunión, el alivio me recorre el cuerpo y la increíble sensación de haberme quitado un gran peso de encima me acompaña el resto del día. La preocupación que he arrastrado todas estas semanas ha desaparecido y en mi cabeza solo hay liberación.

Cuando abro la puerta de la sala donde hemos estado encerrados las últimas dos horas, Valeria me sonríe desde una de las sillas que hay fuera y mi pecho se hincha. Sabiendo que algunas reuniones pueden llegar a alargarse horas, le pedí que se marchase a casa, pero se negó y ha preferido esperar. Aunque no lo ha admitido en ningún momento, en el fondo sé por qué lo ha hecho y eso todavía me enamora más. Temía que algo saliese mal y ha querido estar aquí para mí. De pronto, la tristeza regresa al recordar que tengo el tiempo contado con ella y la sonrisa que hasta ahora lucía, desaparece de mi cara.

—¿Todo bien? —Preocupada viene hacia mí y asiento.

—Todo ha ido perfecto. Ya está. —Sonrío con amplitud y me abraza. Nada debe estropear este momento.

—¿En serio? ¿Ya está todo?

—Todo. Solo queda avisar a los socios que hoy pretendían firmar su renuncia para decirles que nuestro acuerdo con ellos ha terminado. Si no han querido estar en las malas, ahora que hemos conseguido dar este paso tan grande, no los aceptaremos de nuevo. Estoy seguro de que en cuanto sepan la noticia, querrán permanecer en el barco, pero ya hemos decidido zarpar sin ellos. —Beso su cabeza y el dulce aroma que desprende su cabello me relaja.

—Oh, presiento que se van a tirar de los pelos —bromea.

—Por mí como si lo hacen hasta que se queden calvos. Dejaron de confiar en nosotros y, por supuesto, nosotros hemos dejado de confiar en ellos. ¿Te apetece que vayamos a celebrarlo?

—Por supuesto —sonríe y al estrecharla entre mis brazos, noto el momento exacto en el que el bebé se mueve—. ¿Lo has notado? —Sus ojos brillan por la emoción.

—Creo que está celoso. —Ahora quien bromea soy yo—. Me ha empujado para que me aparte. —Carcajea y su risa llena la fría sala en la que nos encontramos.

—Bueno, pues parece que ya están avisados todos. —Mi padre aparece tras la puerta guardándose el teléfono en el bolsillo del pantalón—. Enhorabuena, hijo. Hoy me has demostrado quién eres. —Apoya la mano en mi hombro y me mira a los ojos—. Ya me puedo morir tranquilo.

—Papá... —le riño. Siempre está igual. Se cree que se va a morir mañana.

—No imaginas la paz que me da saber que, si algún día me pasase algo, la empresa quedaría en las mejores manos. —Cuando voy a protestar de nuevo, levanta sus dedos y me detiene—. Valeria —se dirige ahora a ella—, si no es indiscreción, ¿de quién es el hijo que esperas?

—¿Eh? —Me mira asustada y yo hago lo mismo. Nunca pensé que se atreviese a hacerle una pregunta así. No lo he visto venir—. Yo... eh... —no sabe qué responder y vuelve a mirarme, asustada.

—Papá... la estás incomodando —Intento salvar la situación.

—Pues dímelo tú. —Se gira ahora hacia mí y solo logro balbucear—. ¿Ninguno de los dos pensáis hablar? —Nos presiona cada vez más.

—No sé si... —Valeria lo intenta, pero cuando sus ojos se detienen en los míos, niego con la cabeza. No me atrevo a decírselo porque no tengo ni idea de cómo va a reaccionar.

—Así que... parece que mis sospechas son ciertas. —Cruza los brazos escudriñándonos con la mirada—. ¿Voy a ser abuelo?

—Oh, eh... —Rasco mi cabeza, nervioso—. Verás...

Cupido, tenemos que hablarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora