Capítulo 40

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VALENTIN

Mientras Valeria y yo caminamos hacia el hotel, me acompaña la rara sensación de estar viviendo dentro de un sueño. Tantos meses ahogados, tantos meses sufriendo y por fin hemos encontrado a alguien dispuesto a apostar por nosotros.

Tras tranquilizarnos, intenté llamar a mi padre para contárselo, pero Valeria me quitó la idea. Cree que al estar delicado del corazón es mejor que le dé la noticia en persona no vaya a ser que por la impresión comience a sentirse mal estando solo, pero me siento tan impaciente, que no veo el momento de contárselo, sé que se volverá loco de alegría. Ama demasiado nuestras fábricas en España, tanto como las de Francia. Ha trabajado y viajado mucho para mantenerlas y, si las pierde, sería una de las peores cosas que le pudiese pasar. Él siempre dice que tiene el corazón dividido en dos países y desde que comenzamos con los problemas en la producción, no ha levantado cabeza. Estoy seguro de que esa es la razón por la que parece haber envejecido diez años en solo unos meses.

—¿Estás seguro de que está aquí?

—Sí, me escribió un mensaje mientras me duchaba para comunicarme que ya estaba regresando al hotel. Según la policía, ha sido una falsa alarma. —Levanto las cejas gracioso y cuando ríe, siento una felicidad inmensa. Adoro ese gesto en ella, sobre todo cuando soy yo quien lo provoca.

—Valentin, creo que es mejor que yo me vuelva ya. Si quieres nos vemos después, pero siento que no debería estar aquí. Quizás a tu padre le moleste. Sé demasiadas cosas que no debería.

Al escucharla decir eso, me detengo y se detiene conmigo antes de mirarme con sus preciosos ojos marrones, pestañea y solo puedo suspirar.

—¿Ya te has cansado de mí y quieres marcharte? —bromeo.

—No es eso y lo sabes. —Arruga su frente fingiendo enfado y acuno sus mejillas en mis manos. ¿Por qué diablos tiene que ser tan condenadamente bella?

Sin poder contenerme, me inclino para besarla y se aparta.

—Valentin... —susurra mirando hacia los lados—. Te recuerdo que estamos en la calle y puedes buscarte un problema.

—Me da igual. —La sujeto por el cuello para evitar que se mueva de nuevo y saboreo sus labios con empeño. Cada día me vuelvo más adicto a ellos.

El día que me explicó cómo era estar enamorado creí que exageraba. Hoy, más que nunca, estoy convencido de que decía la verdad y aún así se quedó corta. En lo único que puedo pensar desde que nos separamos en Francia es en ella. Ocupa mi cabeza la mayor parte del tiempo desde aquellos días. ¿Cómo es posible que haya logrado calarme tan hondo? Ni siquiera la idea de pensar que estaba embarazada de otro me echó para atrás. Incluso cuando creí que solo vino a buscarme para aprovecharse de mí, no pude sacarla de mi cabeza. Necesitaba hablar con ella, que me confirmase que eran ciertas mis sospechas... pero jamás hubiese podido imaginar que el hijo que espera era mío. Es cierto que después de nuestro encuentro en el hotel el día de San Valentín, al descubrir que no me faltaba ningún condón en la cartera, me asusté y se me pasó por la cabeza, pero a medida que pasaban los días y que no tenía noticias, fui perdiendo el miedo y me relajé. Quizás tomaba la píldora... ¿Quién sabe? Estadísticamente no podía tener tan mala suerte.

Siempre he sido una persona muy responsable en el sexo. Mi madre, desde que notó que comenzaban a gustarme las chicas, me lo grabó a fuego mostrándome los estragos que provocan algunas enfermedades de transmisión sexual y, mi padre, siempre me alertó de que alguien podría valerse de eso para aprovecharse de nuestra posición. Lo ha visto demasiadas veces.

Cuando escuché a Valeria contárselo a Marcus, se me partió el corazón. Me dolió tanto aquello que, en vez de quedarme para averiguar más o pedirle explicaciones, salí corriendo de allí. Me sentía tan sumamente traicionado que solo quería desaparecer. Nunca me había sentido así por una mujer y reconozco que no supe lidiar con mis emociones. Me encerré en mi cuarto y simplemente esperé a que sus amigas y ella se fuesen, confiando en que todo quedaría en un mal sueño. Ironías de la vida, ahora parece que ese mal sueño es lo mejor que me tenía reservado la vida y no sé cómo voy a hacer para seguir respirando sin ellos. ¿Por qué ha tenido que tocarme esto a mí? Solo quiero vivir y ser feliz. Si tan solo pudiésemos hacer lo mismo en Francia..., pero el contrato que tenemos con los padres de Nicolle es claro: treinta malditos años y una indemnización millonaria si decidimos cancelarlo. Mi hijo para entonces ya se habría casado y posiblemente Valeria tuviese otra pareja.

Cupido, tenemos que hablarWhere stories live. Discover now