Nunca conmigo

By SoniaLopezSouto

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Un francotirador es observador y calculador. Un francotirador es paciente y disciplinado. Un francotirador es... More

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Epílogo

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La conversación con Keenan no dura más de un par de intercambios porque es de madrugada, estaba durmiendo y mañana tiene que levantarse al alba aunque sea domingo. Pero sobre todo, porque a su alrededor hay otras 63 personas que no tienen por qué despertarse solo porque yo quiera saber más de él. Pero es suficiente para saber que está bien y esperando a que los movilicen. Cuando se despide, lo hace prometiendo vengarse de mí antes de irse a Siria. 

Siria. Un escalofrío recorre todo mi cuerpo al pensar en ello. Eso es un montón de peligro para él y sus compañeros. No dudo que estén preparados para enfrentarlo pero solo de pensar que podría ocurrir cualquier cosa y no precisamente buena, siento cómo se me oprime el corazón. No he podido olvidar aquella conversación donde me dijo que la muerte no era lo que más temía. ¿Y si caen en una emboscada? ¿Y si los acorralan y no tienen por dónde escapar? ¿Y si los capturan? Mi estómago se revuelve ante tantas posibilidades de que algo salga mal y termino vomitando. Suerte que estaba en el baño todavía. 

-Joder - me miro al espejo -, pero si solo bebí dos copas.

Creo que me ha afectado pensar en todo esto. O realmente estoy incubando algo como dice Lía. El lunes sin falta pido cita para hacerme unos análisis, de nada sirve retrasarlo. Pero ahora será mejor que me vaya a casa, lo de amanecer de fiesta lo dejaré para cuando me reponga de lo que sea que me está afectando. 

Además, todas mis amigas están ocupadas y yo me niego a buscarme un ligue solo para no pasar el resto de la noche sola. Envío un mensaje a cada una de las chicas con la esperanza de que alguna de ellas lo lea, pero dudando de que lo hagan hasta el día siguiente. Llamo a un taxi para que me lleve a casa y miro por la ventanilla todo el camino, con la mente dispersa. Ahora mismo prefiero no pensar en nada, porque mi mente no deja de ir en pos de Keenan en Siria.

Mi domingo se pasa entre comida basura, sofá y televisión. No tengo ganas de nada salvo de dormir y siendo una mujer tan activa, no me gusta sentirme tan frágil. Me preocupa tener algo grave, aunque me decanto por la anemia. No sería novedad. Mi médico me va a matar como sea eso. Lleva años peleando conmigo para que me cuide mejor y evitar así que recaiga pero como siempre, yo me olvido de todo en cuanto estoy recuperada. 

No recuerdo en qué momento de la tarde me dormí pero el sonido de mi teléfono me despierta sobresaltada. Por un momento me siento desorientada y mi corazón late con fuerza en mis oídos. ¿Tan arriba se ha ido del susto? Está todo oscuro salvo por el brillo de la televisión, que sigue encendida. Miro la hora antes de contestar. Son las 4 de la mañana. Maldita sea, las 4, será posible que haya dormido tanto.

-¿Sí? - froto mis ojos soñolientos.

-¿Lista para empezar el día, soldado? - es Keenan.

-Jódete - le digo sin pensar -. Son las cuatro de la mañana.

-Te dije que me vengaría - escucho voces de fondo y noto como si Keenan estuviese caminando.

-¿Qué haces levantado a estas horas? 

-Nos han movilizado antes de lo previsto - saluda a alguien antes de continuar hablando conmigo -. Nos vamos ya. 

Acabo de despejarme por completo. Ya se van a Siria y mi corazón se estruja al pensarlo. Trato de obviar el malestar y sigo hablando con él. Se escucha tan tranquilo que eso me relaja un poco. Incluso me da pie a bromear con él. Es algo que echo mucho de menos.

-¿A esta hora?

-A la que sea - ríe -. Hay que estar siempre preparado.

-Que mala leche tienen tus superiores. Seguramente ellos dieron la orden antes de irse a dormir y ahora siguen en su cama, tan calentitos.

-Seguramente - ríe de nuevo. 

-Si quieres les hago budú - sugiero para escuchar su risa de nuevo. Me gusta mucho -. O les echo mal de ojo. Aquí en Galicia de eso entendemos bastante.

-Me conformaría con que los convencieses para que nos dejen dormir más la próxima vez. Con tu encanto natural seguro que lo consigues sin esfuerzo.

-Eso no sonó exactamente como un halago - achino los ojos aunque no pueda verme.

-Pues lo era.

- Si tú lo dices.

-Espero no haberme pasado mucho con la broma - suena serio -. Ahora que lo pienso bien, seguramente en unas horas tendrás que ir a trabajar y te he cortado la noche justo en el peor momento.

-Tranquilo - estiro mis músculos -. Me quedé dormida en el sofá a media tarde.

Su risa esa ahora mucho más escandalosa y a mí se me escapa una sonrisa. Al menos se irá de buen humor a Siria. Un nudo se aprieta en mi estómago al pensar de nuevo en su destino. ¿Es que no había un lugar menos peligroso al que enviarlos?

-Oye - le digo -, cuídate. Te queremos de regreso y de una pieza.

-Descuida - su voz suena divertida -. Todavía recuerdo tu amenaza.

-Ten por seguro que lo haré - sonrío. Echaba de menos nuestras conversaciones sin sentido. Y echo de menos nuestras provocaciones. Dios, lo echo de menos a él. Pero no es algo que le vaya a decir nunca. No quiero que lo malinterprete.

-Tengo que colgar, Helena. Nos reclaman ya. Un placer hablar contigo antes de irme.

-Mantennos informados - me incluyo en el lote casi sin darme cuenta.

-Lo haré. Adiós, Helena.

En cuanto cuelga el teléfono, el nudo en mi estómago se retuerce y me siento tan mal que corro al baño para vomitar. ¿Tan preocupada estoy por Keenan? Porque es la segunda vez que me pasa esto justo después de pensar en que se pondrá en peligro.

-Ni se te ocurra enamorarte de él, Helena - le digo a mi reflejo en el espejo -. Una noche. Solo fue eso. Lo prometiste.

Regreso a la sala para apagar la televisión y me voy a mi habitación. Aún quedan unas cuantas horas antes de que empiece mi día y aunque dudo que pueda dormir más, en cuanto me tapo con las mantas caigo en un profundo sueño del que solo me saca el sonido estridente del despertador.

La mañana se pasa entre risas y juegos con los niños de la escuela. Nada como su alegría infantil para olvidar todos tus males. En mi descanso aprovecho para llamar a mi médico. Me atenderá hoy mismo poco después de las cinco. Es lo bueno de ir por las tardes, casi no hay gente y no suelo tener que esperar mucho para que me den cita.

-Seguramente no sea más que la anemia otra vez - me mira con censura por encima de sus pequeños anteojos y yo me aguanto las ganas de reír por lo cómico que está así -. Helena, tienes que cuidarte más. La anemia no es para tomársela a la ligera.

-Lo sé - suspiro y me recuesto en el respaldo de la silla. Después de 10 años siendo mi médico ya hay suficiente confianza entre nosotros. Se ha convertido en algo así como un segundo padre para mí. Me dará pena cuando se jubile.

-Pues parece que no. En cuanto dejas de tomar el hierro te olvidas de todo. No puedes simplemente combatirla de ese modo. Tu alimentación debe ser...

-Rica en hierro - lo interrumpo -. Lo sé. Es solo que estos días han sido un poco locos y me he estado alimentando mal. Te prometo que a partir de ahora me cuidaré.

-Siempre dices lo mismo - no me cree y no lo culpo. Gruñe cuando se me escapa una sonrisa -. Vamos a hacer unos análisis aún así. Quiero asegurarme de que no hay nada más por ahí que esté propiciando la anemia. Te recetaré también el hierro para que empieces cuanto antes con él. Y por favor, Helena, cuídate mejor. 

-Lo haré - prometo, aunque no sé si cumpliré. Soy muy dejada para esas cosas.

-Ambos sabemos que no lo harás - niega con la cabeza mientras me entrega los papeles -. Pide cita para los resultados también. Nos vemos en una semana.

-Gracias, Juan.

-No me des tanto las gracias y hazme más caso - me señala a modo de reprimenda y yo solo sonrío. Como ha dicho antes, ambos sabemos que eso no va a suceder.

En cuanto llego a casa llamo a mi hermano. Nos pasamos al menos cuarenta minutos al teléfono. Las competiciones van bien y está seguro de que será bueno para su carrera como boxeador profesional. Su entrenador cuenta con encontrar algún nuevo patrocinador mientras están de gira. Yo solo quiero que se cuide porque tanto golpe no puede ser bueno, por más que lleven protecciones. He visto el resultado de alguno de sus combates y casi parece como si le hubiesen dado un paliza entre varios.

-Sé lo que me hago, Helena - me dice hastiado -. Deja de ser una histérica en torno a mi trabajo.

-Soy tu hermana - protesto -. Tengo derecho a ser lo que me dé la gana en torno a ti.

-Eres un fastidio.

-¿Cuándo es tu próximo combate? - cambio de tema porque no me apetece discutir con él.

-En dos días - capta mi intención y me sigue la corriente -. Nos han dejado tiempo para descansar. A estas alturas de los campeonatos nos están exigiendo mucho y el cuerpo necesita reposo de vez en cuando.

-Bien. Nada de esfuerzos entonces. Mira una película o lee o duerme pero ni se te ocurra entrenar.

-Tengo que entrenar para no perder la forma. Nada que no pueda soportar - me promete aún así.

-Yo sí que dormiría todo el día si pudiese.

-¿Otra vez la anemia? - qué bien me conoce -. Deberías aplicarte tus propios consejos, Helena.

-Lo sé - suspiro -. Pero últimamente no tengo ganas de nada.

-Una buena alimentación es la base para una salud de hierro.

-No me vengas con lecciones de boxeador, Óscar.

-De nada sirve tener los puños más rápidos o el aguante físico suficiente para varios asaltos seguidos si no te has alimentado bien - continúa, ignorando mi petición -. Tu cuerpo se debilita y enfermas. Es lo primero que nos enseñan a los deportistas. 

-Yo no soy deportista - protesto.

-Y es aplicable a todo el mundo - termina.

-Creo que mejor cuelgo ya - sé que tiene razón y eso me molesta. 

-Me callo - guarda silencio unos segundos antes de continuar - Y... ¿cómo está Lía?

Ya estaba tardando en preguntar. Desde que regresé de Escocia hemos hablado en varias ocasiones y sé que se estuvo conteniendo en cada una de ellas. No entiendo cómo puede seguir obsesionado con ella después de cinco años, porque eso es lo que le sucede. Lía fue la única mujer que lo rechazó, que rompió con él. Jamás encajó bien las derrotas y eso fue Lía para él. Su primera derrota en terreno amoroso. Siente que ha perdido con ella y no es capaz de entender que no hay nada que pueda hacer para cambiarlo.

-Feliz - digo aún sabiendo que le va a doler escucharlo.

Tiene que aprender a pasar página y buscar su propio camino en el amor lejos de ella. Lo que le hizo fue imperdonable y Lía no quiere saber nada más de él. Con razón. Sé que se alegra de que le vaya bien, Lía es todo corazón, pero la amistad que les unía se acabó. Y mi hermano tiene que asumirlo de una vez por todas.

-Me alegro por ella - sé que no es así del todo pero no voy a hurgar más en la herida. Ya le he dicho todo lo que debía saber sobre ella.

-Lucas me preguntó por ti - es hora de cambiar de tema una vez más -. Dice que intentó llamarte en varias ocasiones y no pudo.

-Hablé con él esta mañana. Cuando estoy en competición dejo el teléfono en la habitación para que no me distraiga. 

-Tan profesional, mi niño - bromeo con él.

-No soy un niño, Helena.

-Y tan serio, el muy idiota - digo ahora con mi humor desinflado.

-Si vamos a empezar con los insultos cuelgo ya.

-Sí, claro, porque el niño no acepta una broma ni aunque la vida le vaya en ello - desde luego en eso no nos parecemos. 

-De todas formas ya tengo que ir al gimnasio. Se me está haciendo tarde.

-Descansa, Óscar - le recuerdo -. Se supone que son tus días libres.

-Todo controlado, mamá - dice con sorna.

-Llámame si hay novedades - y aunque no debería después de su poco sentido del humor, añado -. Te quiero... soso.

-Y yo a ti, mandona.

A veces es difícil lidiar con Óscar pero es mi hermano y lo quiero con locura. Siempre me tendrá a su lado para lo que necesite, aunque se comporte como un auténtico cabrón la mayoría de las veces. Porque para eso está la familia. 

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