Nunca conmigo

By SoniaLopezSouto

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Un francotirador es observador y calculador. Un francotirador es paciente y disciplinado. Un francotirador es... More

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Epílogo

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12 años atrás

-Sabes perfectamente que volverás a casa suplicando que te acepte de nuevo. Te doy un par de meses, como mucho.

Me mira fijamente desde detrás de su escritorio de roble macizo. Parece calmado, siempre lo parece, pero yo sé que no es así. Lo conozco bien. Aunque está recostado en el respaldo de la silla de manera que a cualquiera le parecería relajado, puedo notar cómo se le hincha la vena del cuello tratando de controlarse. Y aunque también intenta disimularlo, su voz refleja decepción en cada palabra que pronuncia. Pero eso no es algo nuevo para mí. Creo que ha sido así desde que aprendí a pensar por mí mismo y lo que yo quería hacer dejó de ser lo que él esperaba obtener de mí.

-Esto no es más que un capricho - continúa, con su adusta mirada sobre mí, tratando de intimidarme - La ilusión de un niño que se cree lo suficientemente hombre para jugar a los soldados.

Odio que me llame niño o me trate como a uno. Sobre todo porque lo hace cuando lo que le digo no es lo que quiere oír. Se ampara en mi inexperiencia en la vida para hacerme ver que debo aceptar lo que él ha decidido para mí, que eso es lo mejor, lo adecuado. Pero no es lo que yo quiero y cuando me rebelo, terminamos discutiendo. Como ahora.

-No es un juego, es lo que quiero hacer, papá. Lo que realmente me gusta. A lo que quiero dedicar mi vida - se lo he repetido tantas veces, que me resulta cansado hacerlo de nuevo.

-Tonterías - golpea la mesa con el puño y sé que ha llegado a su límite. Una vez más - Ningún hijo mío...

-Soy tu único hijo - le recuerdo.

-Tu bisabuelo levantó de la nada este negocio - me lo ha contado tantas veces, que también resulta cansado escucharlo de nuevo - Trabajó duro para darle a su familia lo que él no pudo tener de niño. Se sentía orgulloso de su legado. Tu abuelo lo heredó de él dispuesto a mejorarlo y ampliarlo. Y lo consiguió. Ahora, gracias a mis aportaciones, hemos conseguido aumentar nuestra cartera de clientes. La mayoría de las destilerías de las Highlands confían en nosotros para distribuir su whisky en el extranjero. Es un negocio que mueve millones, una gran responsabilidad. Cuando pase a tus manos...

-No lo quiero - lo interrumpo - Nunca lo he querido.

-Es tu deber como hijo mío hacerte cargo de todo - me grita.

-Es tu deber como mi padre apoyarme en lo que yo decida hacer con mi vida, no imponerme lo que tú deseas - alzo la voz también.

-No uses mis palabras contra mí, muchacho. No tienes lo que hay que tener para ganar esta batalla.

-Pero ganaré la guerra - me levanto. Esto ha durado demasiado ya y no llegaremos a ninguna parte. Es hora de marcharme.

-¿Guerra? - me mira de esa forma que he aprendido a odiar - No hay ninguna guerra que ganar para ti, Keenan. Esto no es discutible. Eres menor de edad. Harás lo que yo te diga o...

-¿O qué? - lo interrumpo una vez más - En un par de semanas cumpliré los dieciocho y ya no tendrás ningún poder sobre mi vida. Te guste o no, ingresaré en el ejército. Ya tengo los papeles listos y ahora mismo iré a entregarlos. No vas a poder detenerme esta vez.

Me dirijo a la salida con decisión. Creí que podría convencerlo, que vería que realmente me apasiona esa vida y que es lo que quiero hacer. Pero, una vez más, descubro que a mi padre sólo le interesa una cosa. El negocio familiar.

Desde que tengo uso de razón, lo recuerdo siempre trabajando. Colgado del teléfono cuando estaba en casa o en alguna reunión de trabajo cuando estaba ausente. Puede que nos diese a mi madre y a mí todo cuanto el dinero pudiese comprar, pero desde luego no era lo que necesitábamos. Al menos no yo. Yo lo necesitaba a él. A mi padre.

Al ir creciendo, empezó a llevarme con él a algunas reuniones. Para que fuese conociendo el funcionamiento de la que alguna vez sería mi empresa, decía. Jamás me gustó. Ni el trabajo en sí ni la gente de la que se rodeaba mi padre. Yo no valgo para lamer culos ni para sonreír a sabiendas de que quien tengo delante me jodería si pudiese obtener más beneficios con ello.

Siempre he tenido claro lo que quería hacer, pero cada vez que se lo insinuaba, me ignoraba o trataba de minar mi convicción. He tenido que esperar más de 3 años para poder plantarle cara al fin. Para decirle que no es delito querer alcanzar mis propias metas, aunque no sean las que él desea para mí. Para demostrarle que no fracasaré. Tenía la esperanza de que en esta ocasión fuese diferente, que en esta ocasión aceptase mi decisión, pero me equivoqué. Mi padre no cambiará nunca.

Sin embargo, su rotunda negativa sí funcionó para algo. Para que mi determinación se fortaleciese y, por ende, que nuestra relación terminase de ajarse. Esta discusión es la gota que colma el vaso. Un punto de inflexión para los dos. No hay vuelta atrás y ambos lo sabemos.

-Si sales por esa puerta, Keenan - me amenaza a la desesperada cuando ya tengo la mano en el pomo - no te molestes en volver. Ya no serás bienvenido en esta casa.

-Adiós, papá - abro la puerta y salgo de su despacho sin vacilar.

Sabía que llegaríamos a esto si no lograba convencerlo. Sabía que perder a mi padre era una posibilidad. Aún así, no renunciaré a lo que quiero. Jamás le permitiré verme vencido. No le daré la posibilidad de echarme en cara que tenía razón. Porque no la tiene.

A pesar de lo que él crea, voy a entrar en el ejército y voy a ser el mejor francotirador que su Majestad la Reina haya tenido nunca. Y si no puedo echárselo en cara a mi padre, al menos me contentaré al pensar en lo rabioso que estará cuando vea que pasan los años y no regreso a él derrotado.

-Cariño - mi madre entra en mi cuarto mientras preparo mis cosas - ¿Qué estás haciendo?

-Me voy - le digo sin detenerme.

Para ella será duro, lo sé. Siempre hemos sido nosotros dos solos. No es sólo mi madre, sino mi amiga, mi confidente, mi apoyo y mi consuelo. Aunque ha intentado hacerme ver que trabajar con mi padre no es tan malo, jamás me ha pedido que renuncie a mis sueños. Su posición es difícil. Toda madre quiere lo mejor para sus hijos, pero también ansía el bien de su esposo. Ahora, se encuentra entre ambos y sea como sea, nos perderá a uno de los dos.

-No puedes irte - solloza. Sabe que seré yo.

-Papá no me ha dejado otra alternativa.

-Sea lo que sea lo que te ha dicho, no lo creía realmente.

-Ambos sabemos que sí lo hace, mamá - la miro con pena.

-No eres más que un niño, Keenan. ¿A dónde irás? ¿Qué harás?

-Ya casi tengo los dieciocho - me encojo de hombros - En cuanto los cumpla, ingresaré en el ejército. Ese será mi nuevo hogar. Papá lo dejó claro, no podré regresar nunca.

Aunque trata de disimularlo, escucho su llanto. Dejo lo que estoy haciendo y me acerco a ella para abrazarla. De lo único que me arrepentiré al pensar en el día de hoy, será el no tenerla más a mi lado. Conozco a mi padre y no le permitirá verme. Y ella jamás lo va a contradecir. Siempre ha sido así, aunque secretamente me apoyase en mis decisiones. Mi padre dice y ella acata. Supongo que ambos esperaban que yo hiciese lo mismo.

-Mi único hijo - la escucho susurrar contra mi pecho - ¿Qué voy a hacer ahora?

-Saldrás adelante, mamá - la obligo a mirarme - Y puedes llamarme siempre que quieras. Podemos vernos fuera de esta casa también. No vas a perderme.

Su llanto se intensifica y continúo abrazándola hasta que cesa. No sé el tiempo que ha transcurrido, pero escucho a mi padre llamarla desde su despacho. Querrá saber si ya me he ido. Me separo de mi madre y la beso en la frente, como tantas veces hizo ella conmigo cuando estaba necesitado de consuelo. Me sabe a despedida.

-Ten cuidado, hijo mío - me dice - Puedo vivir sin verte, pero no sin ti.

-No te preocupes - le sonrío para que vea que no pasa nada - Todo estará bien.

Me besa en la mejilla y baja cuando mi padre repite su nombre, esta vez más alto y con mayor impaciencia. Todavía está enfadado, lo noto en su voz. En cuanto mi madre se va, yo continúo empacando mis pertenencias. No me llevaré más que lo imprescindible. No quiero recuerdos de mi vida pasada en la nueva. Si voy a empezar de cero, que sea en todos los sentidos.

Una vez tengo todo guardado en dos únicas bolsas, las cargo en mi hombro y salgo de la habitación. En el último momento, movido por un impulso, tomo una foto de mi escritorio y la guardo en uno de los bolsillos exteriores de una de las bolsas. En ella estamos mi madre y yo en la primera visita que realizamos a la base militar de Glasgow. Aquel fue el día que descubrí lo que quería hacer. A lo que quería dedicar mi vida.

Y ese fue el día en que empezaron los problemas con mi padre también. Recuerdo que aquella noche, cuando llegó del trabajo, le conté entusiasmado todo cuando habíamos visto en la base. Ni siquiera sé si me estaba escuchando, pero yo no podía dejar de hablar. Entonces le dije que quería unirme al ejército cuando tuviese la edad suficiente y me miró como si le hubiese confesado el mayor de los crímenes.

-Olvídate de esas tonterías, Keenan - me dijo - Tu lugar está a mi lado, en Mackenzie & Sons.

Las primeras vacaciones escolares que tuve, comenzó a llevarme a las reuniones con él. A enseñarme los entresijos del negocio. Y yo comencé a odiarlo con todas mis fuerzas. Aquel fue el principio del fin. Ahora lo sé.

Ni siquiera miro hacia atrás cuando salgo por la puerta principal. No me interesa saber si mi padre está o no allí viéndome marchar. Aunque dudo que lo haga. Tampoco quiero ver a mi madre llorando, si se ha atrevido a salir. Prefiero mirar hacia adelante, hacia la vida que me espera. La que yo elegí. Pagaré un alto precio por ella, lo sé, pero estoy dispuesto a hacerlo.

Aseguro las bolsas en mi moto antes de colocarme el casco. Me subo en ella y la arranco. No pienso. No vacilo. Simplemente me pongo en marcha y me alejo del que hasta ese momento fue mi hogar. Tal vez no fuese el mejor de todos, pero fui feliz en él. La mayor parte del tiempo.

Conduzco por la carretera mientras decido a dónde ir. Conozco bien a mi padre y pronto me cortará el grifo para presionarme a volver, así que lo primero que hago es ir a un cajero y sacar tanto dinero como me permita la tarjeta. Tendré que apañármelas como pueda durante dos semanas.

-Hey, Cailean - llamo a mi primo con la esperanza de que sus padres me permitan quedarme en su casa - ¿Qué es de tu vida, tío?

-Nada nuevo. ¿Y tú?

-Mi viejo me ha echado de casa.

-¿Ya se lo has dicho?

Además de familia, Cailean es mi mejor amigo. Me lleva tres años pero apenas lo notamos. Es como el hermano que nunca he tenido. Con él puedo hablar de todo y por eso fue uno de los primeros que supo de mis planes para ingresar al ejército al cumplir los dieciocho. También es uno de los pocos que me apoyó siempre.

-¿Tú que crees?

-¿Tienes dónde quedarte? - ni siquiera tengo que pedírselo - Ya sabes que aquí habrá sitio para ti siempre que lo necesites. Mis padres estarán encantados.

-¿Seguro que no les importará? Mi padre no se lo perdonará si se entera.

-Te esperamos para cenar - es lo único que me dice antes de colgar. Ni siquiera puedo darle las gracias, aunque con él sobra decirlo.

Lleno el depósito de la moto y conduzco hasta su casa. No me lleva mucho tiempo pero ya anochece cuando llego. Cailean es el primero en salir a recibirme y se funde en un abrazo conmigo que me deja paralizado por un segundo. No me lo esperaba.

-Eres grande - me dice - Lo vas a lograr.

-Hola, Keenan - Fiona me abraza también - No te preocupes. Se le pasará.

-Lo dudo, tía. Pero no importa - trato de restarle importancia - Sabía que ocurriría. Estaba preparado.

-Se le pasará - me repite.

-Deja que coja eso, hijo - Alpin se hace con las bolsas - Pasa. Esta es tu casa.

Después de instalarme en el cuarto que usa Robert cuando los visita y de soportar el incesante parloteo de Kirsty mientras deshago mis maletas, me reúno con ellos en el comedor. Y mientras hablamos de todo un poco durante la cena, comprendo que me siento más a gusto en casa de mis tíos que en la mía propia. Y más arropado también. Claro que Fiona y Alpin son especiales. Únicos.

Cuando llega la hora de dormir, Cailean viene a mi cuarto a desearme buenas noches pero termina sentándose junto a mí en el suelo, con la espalda apoyada contra la cama. Es casi como un ritual.

-¿Cómo te va en Edimburgo? - le pregunto - ¿Te gusta eso de ser abogado?

-Lo que he estudiado por el momento, sí. Todavía me quedan algunos años para ser abogado con todas las de la ley.

-Muy buena esa - me rio.

-¿En serio?

-No, pero la intención es lo que cuenta.

-Cabrón.

-¿Eso es lo que le dirás al jurado cuando pierdas un caso? - esquivo el golpe que pretende darme en el pecho, pero termina impactando en mi brazo - A esto se le llama desacato a la autoridad.

-Ni siquiera sabes lo que dices - ríe.

-Pero ha sonado cojonudo.

-¿Estás bien? - me pregunta después, más serio.

-Lo estaré.

-Ya sabes que estoy aquí para lo que necesites.

-Lo sé, Cailean. Lo mismo te digo.

-Y - dice levantándose - es hora de irme. Que nos estamos poniendo demasiado sentimentales.

-Tú eres un blando - le digo, imitándolo - Por eso las chicas no se fijan en ti.

-Y tú el chulo que se las lleva a todas de calle pero que se quedará soltero de por vida. Porque - apoya una mano en mi hombro y me mira fijamente - al final, las mujeres se quedan con el blando que sabe darles lo que quieren.

-Soltero y a mucha honra - respondo antes de estallar en carcajadas con él.

-Descansa, Keenan. Mañana hablamos.

-Eh - lo llamo cuando ya sale - Gracias. Por todo.

-Para eso estamos los primos mayores, Keenan - me guiña un ojo y se va.

Me tumbo en la cama, con mi cabeza sobre mis brazos y la mirada fija en el techo. Sólo entonces comprendo que lo he hecho. He plantado cara a mi padre. Voy a ser francotirador y no puedo evitar que se me escape una sonrisa. Mi vida acaba de empezar.

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