Harry Potter: Historias de la...

By ALeeMar

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¿Quieres saber qué fue de tus personajes favoritos después de la Batalla de Hogwarts? Pequeños one-sh... More

Antes de empezar
El día en el que Percy conoció a Audrey
Antes del nuevo curso [Hanny]
Regreso a Sortilegios Weasley [George y Angelina]
Una cena con los Weasley [Percy y Audrey]
Cartas [Romione]
Victoire
Reencuentro [Oliver y Katie]
Últimos deseos [1/3]
Últimos deseos [2/3]
Últimos deseos [3/3]
Aurores
Lo que probablemente cambió todo [Neville y Hannah]
Sin vuelta de hoja [George y Angelina]
Tal y como debía ser [Hanny]
Nuestro especial comienzo [Rolf y Luna]
La boda que todos esperaban
En dos mundos distintos [Percy y Audrey]
El Profeta: Edición especial
La elección decisiva [George y Angelina]
La historia no contada de Charlie Weasley
Banquete nupcial
Feliz cumpleaños, gemelos Weasley
Dominique
Aquellos pequeños detalles [Rolf y Luna]
El mayor miedo [Romione]
La magia de una muggle [Percy y Audrey]
Aquel 2 de Mayo de 2002
Nuestro hogar en Grimmauld Place [Hanny]
Una fantástica familia [Neville y Hannah]
El Profeta: Edición especial (II)
Incluso más importante que el quidditch [Oliver y Katie]
Asuntos pendientes
La familia crece
Punto para Charlie Weasley
Velada en El Refugio
Únicos [Rolf y Luna]
Louis
Cuanto más lejos, más cerca [Romione]
No más secretos [Hanny]
Primeros recuerdos
Dos nuevas leyendas
Toujours [Teddy y Victoire]
Un día memorable
Revelaciones [Lee y Alicia]
Grandes noticias
La historia que Charlie Weasley contó
Teddy en Hogwarts [1/2]
Teddy en Hogwarts [2/2]
Comienzan las clases
Navidades en la Madriguera
Hogwarts ve una Weasley de nuevo
Nuevos y viejos recuerdos [Rolf y Luna]
Año Nuevo
~Tagg~
El cumpleaños de Lily
Boggarts
Sorpresas por duplicado
Poniendo a prueba a Teddy
Lo que a Charlie Weasley le faltaba por contar
El día en el que Teddy por fin se dio cuenta
Los nuevos alborotadores de Hogwarts
La noche de Halloween
El secreto de Louis
19 años después [1/2]
19 años después [2/2]

Cómo crear una tradición familiar

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By ALeeMar


Fred odiaba a Victoire.

Bien, quizás "odiar" era una palabra demasiado fuerte como para describir lo que pensaba de su prima mayor. Sobre todo porque ella en realidad no había hecho nada en particular para que Fred la detestara. En tal caso, debería haber sido a la inversa, pues la joven Weasley solía ser siempre víctima de muchas bromas de James y Fred. Pero el caso era que, irremediablemente, Fred la odiaba. Más bien, odiaba el día en el que toda la familia se reunía, ya fuera en la Madriguera o en el Refugio, para celebrar que Victoire era un año mayor que el anterior.

Fred despreciaba los 2 de Mayo, y por consiguiente, odiaba el cumpleaños de Victoire.

El porqué de eso podía parecer un misterio para cualquier otra persona. Incluso Fred, con sus seis años prácticamente recién cumplidos, consideraba a veces que era algo ilógico e irracional. Hasta que se percataba del modo en el que se comportaban sus padres ese día del año. Cuando estaban en casa, apenas se dirigían la palabra. Se lanzaban cortas, aunque significativas miradas, las cuales Fred habría dado lo que fuera por entender qué querían decir. Estaban más distantes el uno del otro, y también de él y de Roxanne. Casi no sonreían. Su madre no se planteaba ni por un segundo coger la escoba para ir a entrenar al jardín. No jugaba con él o con su hermana a los naipes explosivos, como tantas otras veces solían hacer. Su padre pasaba largas horas mirando al joven Fred, creyendo que el pequeño no era consciente de ello. Pero Freddie lo sabía. Sabía que su padre se quedaba observándolo, con una notable tristeza en su rostro, perdido por completo en sus pensamientos.

Lo peor de todo, era que las bromas parecían no existir durante las veinticuatro horas que ocupaba el cumpleaños de Victoire. Cuando todos los Weasley-Potter estaban sentados alrededor de una gigantesca mesa, disfrutando de una deliciosa tarta cocinada por la abuela Molly, todo el mundo sonreía. Pero sus padres no. Y si lo hacían, era de un modo tan forzado, tan fingido, que a Fred le daba malas vibraciones. Lo odiaba. Prefería su inexpresividad a esa falsa alegría que mostraban.

Fred nunca se lo había contado a nadie. No quería preocupar a su hermanita con aquello; además, era demasiado pequeña como para comprender sus inquietudes. Y estaba seguro de que James se lo tomaría a broma. Aunque no podía quejarse, pues él habría hecho lo propio si se hubiera tratado de una situación ajena a él. Para Fred, las travesuras y las trastadas formaban parte de su vida. Pero los 2 de Mayo rompían todos sus esquemas. Y no podía dejar de preguntarse por qué ocurría tal cosa. No dejaba de preguntarse por qué él tampoco era capaz de soltar una simple carcajada ese día del año. Hacía ya algún tiempo que Fred y James se habían prometido ser los encargados de proporcionar risas a la familia cada vez que alguien lo necesitara. Y al joven Weasley le frustraba no poder hacerlo.

Por alguna razón que se le escapaba a Fred, los 2 de Mayo era un día festivo en el colegio. Lo sabía porque Teddy estaba allí, junto con el resto de la familia, y no le habrían dejado salir de Hogwarts si se tratara de un día de clase normal y corriente. Por mucho que este fuera el cumpleaños de su mejor amiga.

—Bueno, Vic, ¡ya tienes once años!—exclamó tía Ginny—. ¡Dentro de nada recibirás tu carta de Hogwarts!

—Y podrás tener tu propia varita, ¡y también tu propia lechuza!—gritó Teddy, emocionado, el cual no había parado de mostrar a su familia todo lo que había aprendido a hacer con su metamorfomagia desde que había llegado. Normalmente, a Fred le habría hecho ilusión ver a Teddy transformar partes de su cuerpo en las de animales, pero no estaba precisamente de humor.

—La verdad es que... Yo preferiría un gato...—hizo notar Victoire, mirando de reojo a sus padres. Fleur sonrió y asintió a su vez.

Podgás teneg la mascota que quiegas, Victoire.

— ¡Yo quiero un sapo!—saltó Dominique de pronto.

—Eso, no. Gotundamente no—sentenció su madre.

— ¿¡Por qué no?!—protestó la pelirroja.

—Cuando sea tu turno de ir a Hogwarts—intervino Bill—, ya hablaremos más detenidamente sobre el tema.

—Eh, Vic, ¿no crees que es hora ya de abrir tus regalos?—preguntó tío Charlie, interviniendo, con una gran sonrisa.

Fred, sin embargo, no llegó a ver ninguno de los regalos que le hicieron a su prima. Aburrido, sacó su videoconsola muggle del bolsillo, y comenzó a echar unas partidas a uno de los cinco juegos que contenía; uno donde tenía que hacer encajar unos bloques de colores unos con otros a medida que caían del cielo. No tardó en salir una advertencia en la pantalla donde se leía "Fin de la partida". Fred resopló. Aburrido, se levantó de su silla y se retiró del salón, sin levantar la cabeza. Ninguno de los presentes se dio cuenta de que Fred abandonaba el comedor; salvo por una persona.

Audrey llevaba fijándose toda la velada en su sobrino. Se había percatado que estaba deprimido; cosa que no era nada habitual en él. Se había pasado toda la cena serio y algo afligido. Audrey no había podido evitar preocuparse. Miró entonces a George y Angelina, quienes tenían en sus rostros una expresión similar a la de su hijo. Empezó a atar cabos sueltos, y decidió seguir a Fred. Se volvió hacia Percy, y dejó a Lucy en el regazo de este. Antes de ponerse en pie, le murmuró:

—Ahora vuelvo.

Percy asintió, con una sonrisa. Audrey vio que el pequeño se iba hacia las escaleras, así que ella también se encaminó hacia uno de los pisos de arriba. Encontró a Freddie en la habitación que una vez había pertenecido a George; aunque dudaba que el joven Weasley conociera aquel detalle. Estaba tumbado en una de las camas, echando una nueva partida con su consola; esta vez, a un juego de carreras.

—Hola, Freddie—lo saludó Audrey, con una dulce voz.

Él levantó la vista de su consola, sin muchas ganas de hablar.

—Hola, tía Audrey.

— ¿Por qué no estás abajo con los demás?—quiso saber ella.

Fred se encogió de hombros. Volvió la vista hacia la pantalla, y vio que había vuelto a perder. Audrey se acercó a él, y se fijó en el regalo que ella le había hecho unos años atrás.

—Veo que aún sigues usándola—murmuró ella.

—Me gusta mucho. Pero soy muy malo con los juegos. Sobre todo en este—Fred señaló con un dedo la imagen que se veía en la consola—. Ni siquiera me acuerdo de cómo se llaman estas cosas.

— ¿Los coches?—preguntó Audrey, sentándose en el regazo de la cama, al lado de su sobrino.

—Ah, sí...—dijo Fred, pensativo—. Eso. Coches. Papá me contó que el abuelo Arthur tuvo uno una vez. Era azul y volaba.

Audrey sonrió para sus adentros. Ella también conocía aquella historia; no era algo que la señora Weasley dejara olvidar a Ron tan fácilmente.

—Me gusta mucho volar—siguió diciendo Fred, con aire soñador—. Es muy divertido. Casi tanto como gastar bromas. Cuando vaya a Hogwarts, pienso apuntarme al equipo de quidditch.

A Audrey no le sorprendió en absoluto escuchar aquello.

— ¿Y para qué puesto piensas apuntarte?

—Cazador, como mamá. O Bateador, como papá. No lo sé. Uno de los dos estaría bien.

Fred bajó la mirada cuando nombró a sus padres, y Audrey lo notó.

— ¿No quieres ir abajo con James y el resto?—insistió ella—. Seguro que te lo pasarás mejor allí que aquí encerrado.

Fred negó con la cabeza.

—No. No me lo estaba pasando bien.

— ¿Y ahora sí?

Fred volvió a encogerse de hombros.

—Tú eres mi tía favorita—dijo él solamente, y Audrey alzó las cejas, entre asombrada y completamente halagada—. Aunque de mi otra familia, no sabría a quién escoger. Supongo que a tío Lee. Pero de esta familia, ganas tú.

—Pienso presumir de ello delante de tío Charlie—sentenció ella. Y Fred esbozó una sonrisa. A Audrey le alegró verlo nuevamente con aquella expresión facial tan característica suya.

—Tía Audrey...—empezó a decir Fred—. ¿Por qué el 2 de Mayo es fiesta en Hogwarts?

Audrey desvió la mirada. Sabía que no podía decirle la verdad; si George y Angelina todavía no le habían contado lo que había sucedido aquel mismo día años atrás, ella no tenía ningún derecho a hacerlo. Y aunque en cierto modo se sentía involucrada porque su familia había vivido aquellos hechos en primera persona, lo cierto era que ella no había estado presente en la Batalla de Hogwarts. Por eso, ella no era para nada en absoluto la persona indicada para explicarle a Fred, ni a nadie, por qué esa segunda jornada del quinto mes del año no había clases.

—No lo sé, Freddie—contestó, al fin—. Ya sabes que yo no fui a Hogwarts. No controlo mucho del tema.

—Ya...—suspiró Fred—. Es verdad.

Y el muchacho volvió a quedarse con aquel gesto serio y preocupado.

—No me gusta este día—confesó el joven Weasley—. No me gusta. Lo odio.

—"Odiar" es una palabra muy fuerte...

—Pero es que lo odio—volvió a decir—. Y papá y mamá también lo odian. Siempre están tristes. Y no sé por qué. ¿A ti te lo han contado?

— ¿A mí?—repitió Audrey, con un nudo en la garganta—. No... No, me temo que no, Freddie.

Este frunció el ceño.

—Pensaba que los adultos siempre os contabais cosas importantes.

Audrey, sintiéndose cada vez peor, tuvo que insistir en que no tenía la menor idea de qué era lo que sucedía.

A veces, Audrey se preguntaba por cuánto tiempo pensaban George y Angelina mantener en secreto la existencia de Fred, y todas las historias que lo involucraban. Aquel Fred que ella nunca había conocido, al igual que todos sus sobrinos; del cual Percy, de vez en cuando, seguía sintiéndose culpable por su muerte. Su hija Lucy todavía era demasiado pequeña, pero Molly era apenas unos meses mayor que Freddie, y Percy se había asegurado que, desde una edad bien temprana, hubiera sabido quién había sido aquel Fred Weasley que antaño había conseguido animar a la familia tantas veces junto a su gemelo. A Audrey la conmovía oír a su marido contarle anécdotas del joven bromista a Molly, y pensó entonces que Freddie también tenía derecho a conocer todo aquello. Fred merecía saber la importancia que había detrás del nombre que llevaba consigo.

No iba a ser ella quien se lo contara, sin embargo.

—Freddie, tengo que bajar un momento—informó Audrey—. Pero volveré luego para ver cómo sigues, ¿vale?

Fred asintió, y giró la cabeza hacia la ventana, y se puso a contemplar el jardín de la Madriguera, por el cual correteaban unos cuantos gnomos. Audrey salió de la habitación, sin dejar de mirar al muchacho.

Al volver al comedor, se encontró con que James corría de un lado a otro, nervioso y muy inquieto. Audrey por poco tropezó con él. Ginny trató de disculparse con su cuñada, mientras se esforzaba por coger en brazos a su hijo mayor.

Audrey avanzó hasta George, tratando de ignorar los gritos de Harry y Ginny llamando a James, y le colocó una mano en el hombro. Este pareció aterrizar de las nubes después de haber estado ausente durante un largo rato.

—Oh, Audrey. Me... Me has asustado. ¿Qué pasa?

—Tengo que hablar contigo. Es sobre...—Audrey dudaba en si referirse a él por su nombro, así que optó por decir—: tu hijo.

George abrió los ojos de par en par. Intercambió una mirada con Angelina, sentada a su lado, quien sostenía a Roxanne. Ambos se veían alarmados. George echó un vistazo al comedor, y solo entonces se percató de que Fred no estaba allí.

— ¿Dónde está?—le preguntó George a Audrey, con un tono de voz que sonó mucho más preocupado de lo que el pelirrojo pretendía.

—Arriba. Tranquilos—les calmó ella—. Estaba aburriéndose aquí y ha subido.

George asintió, no sin antes suspirar de alivio.

—Sigo teniendo que hablar contigo—le recordó Audrey—. Es importante.

El pelirrojo observó a Angelina una vez más, y esta le indicó con un gesto de la cabeza que fuera a escuchar lo que Audrey tenía que decirle. Una vez los dos estuvieron sin el resto de la familia presente, la muggle pronunció:

—Sé que... Sé que quizás no es el momento idóneo para decirte esto, George... Quizás ni siquiera yo sea la persona idónea para soltar esto. Pero...—inspiró hondo—. Tiene que saberlo. Fred debe saberlo.

George, sin necesidad de que especificara a qué se refería, supo exactamente de qué estaba hablando.

—No... No puedo... hacerlo. Es que... simplemente no... No sé cómo hacerlo.

Audrey bajó la mirada.

—Te entiendo, George; pero...

—No, no lo entiendes—cortó, con una espontánea frialdad que no había estado planeada en absoluto—. P-perdona, Audrey...

Ella negó con la cabeza, sintiéndose abochornada.

—No, no te disculpes. Tienes razón—admitió—. Yo no le conocí. No tengo ningún derecho a exigirte tal cosa. La que debería disculparse soy yo.

—Bobadas—George hizo un ademán con la mano, restándole importancia a que fuera ella quien se lo hubiera planteado—. Lo cierto... Lo cierto es que... Angelina y yo nos le hemos planteado varias veces. Y créeme, lo he... intentado. En muchas ocasiones—añadió, en un lamento—. Pero... no encuentro las palabras para hacerlo. No... No tengo ni idea de cómo hacerlo. ¿Cómo... Cómo puedo resumir los veinte años de la vida de la persona que más me importaba en el mundo...?

Audrey se dio cuenta de que George estaba realmente asustado. No lo culpaba, pues aquella era una situación delicada a la que nunca antes se había enfrentado.

—T-Tú...—prosiguió George—. Tú podrías darme algún consejo...

— ¿Yo? George, yo no soy quien para decirte cómo...

—Tú eres de esas psicólogas muggles—intervino él—. ¿Nunca has tenido que contarle a un niño algo parecido a esto?

Ella asintió una sola vez.

—Sí. Sí lo he hecho. Tienes razón. Pero cada caso es distinto, George—trató de explicarle Audrey—. Y en el caso de Fred... Él no necesita oírlo de mí. Sino de ti.

Aquella no era exactamente la respuesta que George estaba esperando.

— ¿Por qué no te lo llevas a dar un paseo en escoba?—sugirió entonces Audrey—. Quizás... Quizás eso facilita las cosas. A ambos.

George hizo un largo suspiro, y aceptó su propuesta. Le dio las gracias a su cuñada, y subió escaleras arriba. Vio la puerta de su antiguo cuarto entreabierta, y asomó la cabeza para comprobar si Fred estaba allí.

—Freddie—lo llamó George, al verlo asomado por la ventana, contemplando el cielo. Este se volvió hacia su padre, y se le iluminaron los ojos.

— ¡Papá!—exclamó el pequeño, corriendo hacia él. George lo alzó en brazos, sonriendo.

— ¿Sabes? Esa cama en la que estabas sentado, fue mía una vez. Hace bastante tiempo—le explicó, con cierta nostalgia.

Fred abrió la boca en forma de o, realmente sorprendido.

— ¿Y de quién es la otra?—preguntó, con curiosidad, señalándola con el dedo.

George se limitó a sonreír, sin responder a la pregunta.

—Oye, estaba pensando... Hace tiempo que no damos un rodeo con la escoba. ¿Qué me dices? ¿Te apetece montar un rato?

Y Fred, sin pensárselo dos veces, movió la cabeza de arriba abajo, con energía. Ansiaba subirse de nuevo en uno de aquellos trastos.

George lo dejó a su hijo en el suelo, y abrió su antiguo armario en busca de su vieja Barredora 5. Si su madre no la había movido de su sitio, debía seguir estando allí. En efecto, tal como George pensaba, la escoba que usó en los partidos del equipo de Gryffindor permanecía en la estantería que le correspondía. Una idéntica descansaba a su lado. George la observó de refilón, y al final, optó por coger la que en su mango tenía las iniciales "F.W." grabadas.

— ¡Qué vieja!—saltó Fred—. ¡Debe tener como cien años!

— ¡Oye! ¡Que esta escoba tiene la edad de tu padre!—protestó George—. ¿Tan mayor me ves?

— ¿Seguro que todavía funciona?—inquirió el pequeño, esquivando la pregunta de su padre.

—Bueno... No es la Gamma Volantis de mamá... Pero hazme caso, esta escoba nunca ha fallado a nadie. Podrías hacerla servir incluso para fugarte del colegio; y no te atraparían.

Fred vio a su padre sonreír, con orgullo, al mencionar aquello. Y se quedó convencido.

— ¡Vamos! ¡Quiero montar!—apremió Fred, yendo de nuevo hacia el piso de abajo.

George lo siguió, y padre e hijo se escabulleron por la puerta trasera hasta llegar al jardín. George cogió a su hijo en brazos y lo sentó en la escoba. Él se subió segundos después. Dio una patada contra el suelo, y ambos se elevaron hasta llegar a la altura de la planta más alta de la Madriguera.

La sonrisa de Fred parecía imborrable. Miraba en todas direcciones sin parar, contemplándolo todo con suma atención; no quería perderse ningún detalle de aquella nueva perspectiva.

— ¿Qué es esta torre, papá?—preguntó entonces Fred, señalando un edificio a lo lejos que destacaba por encima de los demás.

—Es la casa de los Lovegood—le explicó—. Y los Scamander—añadió, al recordar que el marido y los hijos de Luna también habitaban allí.

— ¿Scamander...?

—Te suena, ¿verdad? Es el apellido de Lorcan y Lyssander. Aquellos niños que conociste el año pasado. ¿Te acuerdas? Estábamos en casa de tío Harry y tía Ginny.

Fred frunció el ceño, mientras intentaba rememorar la escena que su padre le describía.

— ¡Sí! ¡Sí que me acuerdo!—chilló, instantes después—. ¡Son los clones!

Su padre soltó una carcajada.

—No, no son clones—le explicó—. Son hermanos gemelos.

Al pronunciar la última palabra, George tuvo que esforzarse por seguir sonriendo.

— ¿Sabes, Fred? Yo... Yo también tuve un gemelo.

Fred se giró hacia su padre, confundido.

— ¿Y era igual que tú?

—Éramos iguales, sí. La abuela Molly solía confundirnos siempre.

— ¿Y también gastaba bromas?

—No había broma que no organizáramos los dos juntos. De hecho, creamos Sortilegios Weasley juntos.

— ¿¡De veras?!

—Sí, así es—George cogió aire—. Y vivimos montones de aventuras juntos, tanto fuera como dentro de Hogwarts.

— ¿¡Puedes contarme alguna?!—pidió Fred, interesándose cada vez más por aquel gemelo de su padre.

— ¿Solo una? Bueno... Te contaré algo que hicimos en nuestro primer curso. Acabábamos de conocer a tu tío Lee, y ya nos habíamos hecho muy amigos.

— ¿Tío Lee lo conocía?

—Por supuesto. Y también tía Alicia, tía Katie y tío Oliver. Y claro está, también mamá. En fin... En Hogwarts, desde hace muchos años, está prohibido que los alumnos de primero jueguen en el equipo de quidditch. Y queríamos protestar contra aquello. Tu tío Lee se encargó de distraer a todos mientras nosotros nos preparábamos para hacer acto de presencia, conjurando un Sonorus y comentando el partido por su cuenta. Las caras del verdadero comentarista y nuestra jefa de casa no tenían precio... Los que jugaban, que eran Slytherin y Ravenclaw, estaban muy confusos. Y mi gemelo y yo aprovechamos ese momento para entrar en el campo, volando con nuestras escobas. Los de Gryffindor comenzaron a levantarse de su sitio y a aplaudirnos; tu tío Charlie el primero de ellos. << ¡Esos son mis hermanos!>>, no dejaba de gritar. Creamos un verdadero espectáculo, lleno de piruetas y trucos, montados en nuestras viejas Barredoras 5. La suya era en la que estamos ahora mismo.

Fred, quien lo escuchaba con máxima atención, se aferró al mango de la escoba con fuerza, inconscientemente. Y su padre siguió contándole anécdotas sobre él y su gemelo en su época de Hogwarts, todas las trastadas que tramaron, todas las jugarretas que gastaron a las serpientes... Hasta perder la noción del tiempo. Fred no podía dejar de sonreír ante cada dato que George le relataba. Freddie se dio cuenta de que su padre estaba de nuevo con su buen humor habitual. Volvía a soltar bromas a medida que hablaba. Un brillo iluminaba sus ojos cuando hablaba de su gemelo. Fred se alegró que, por una vez, en un 2 de Mayo, su padre mostrara tan buena cara. El joven Weasley comenzó entonces a sentir un enorme aprecio por aquel gemelo que su padre decía tener, pues con las simples historias que George le contaba, había sido capaz de traer algo de júbilo a aquel día que tanto despreciaba.

— ¡Yo quiero conocerlo papá!—le rogó Fred entonces—. ¡Porfa!

George, con una triste sonrisa, negó con la cabeza.

—No... No puedo presentártelo ahora mismo—murmuró él, apenado.

— ¿Y cuándo podrás?—insistió Fred.

—No creo... que pueda hacerlo nunca—se lamentó su padre.

Fred, enfurruñado, se cruzó de brazos.

—Yo quería hablar con él...—protestó el pequeño.

—Sí, yo también—pensó George en voz alta, acongojado—. Pero... ¿Sabes qué? Que aunque no puedas hablar con él... Cada vez que vueles en escoba, podrás tenerlo un poco más cerca.

— ¿En serio?—se alegró Fred—. Qué bien. Me gusta volar.

—Sí, lo sé—sonrió George—. Y a mí también me levanta el ánimo. Sobre todo en un día como este.

— ¡Sabía que tú también odiabas los 2 de Mayo!—exclamó su hijo.

—Los 2 de Mayo son un asco—coincidió George—. Pero podemos cambiar eso. Podríamos empezar una tradición—sugirió de pronto, y Fred se mostró bastante interesado—. Podríamos montarnos en una escoba todos los 2 de Mayo, y elevarnos lo más alto que pudiéramos. Y cada año, intentar superar la marca del año anterior.

—Y así... ¡Así estaríamos cada vez más cerca de tu gemelo!—adivinó Fred—. ¿Y podríamos venir Rox también?

George asintió, convencido.

—Claro. El año que viene, la traeremos con nosotros, y haremos exactamente lo mismo que hoy. Y os contaré nuevas historias a ambos acerca de mí y de Fred.

Freddie arrugó las cejas.

— ¿Fred?—preguntó, sin comprender a quién se refería.

Y su padre, irradiando cierto entusiasmo y regocijo, murmuró:

—Ese es el nombre de mi gemelo.

El pequeño se quedó atónito al saber que llevaba el mismo nombre de su nuevo ídolo. Freddie supo enseguida que no se trataba de una coincidencia. Elevó la vista, y pensó que, quizás, después de todo, el día en el que Victoire cumplía años no era tan malo.

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