Clínica (#2 Hospital)

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Clínica es la historia que ocurre en el mismo lapso de tiempo que su antecesora "Hospital". En ella, se darán... More

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Epílogo

Capítulo 2

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Estaba tan metida en mis pensamientos que no escuché cuando gritaron el nombre de Johana Oropeza, ni siquiera me había percatado de verla entrar. Era una muchacha rubia, con una blusa roja claro, me gustaba su color de labial rojo y sus ojos verdes. Se levantó de su asiento con una cara pálida, apenas y podía caminar. A su lado iba una muchacha un poco más joven casi idéntica a ella. Se podía adivinar fácilmente que eran hermanas.

La muchacha de nombre Johana pasó al instante y no pasaron ni tres segundos cuando gritaron otro nombre.

—¡Señor Ricardo! —Gritaron. Cuando busqué a la persona para identificarla, me quedé extrañada, no por él sino por su vestimenta y la de su acompañante. Él traía un elegante traje negro con una corbata roja, y su acompañante traía un vestido azul marino y un pequeño monedero color plateado en su mano derecha. Su maquillaje estaba fresco y su cabello con un peinado arreglado, parecían venir de un evento importante.

Él se levantó y su compañera también, él le depositó un tierno beso en los labios como el que Naúm me dio en la frente.

—Ahorita regreso mi amor —le dijo él y giró su cabeza repentinamente para comenzar a toser, seguramente ésa era la causa por la que venían a este hospital. Era una tos fuerte y escandalosa que se escuchaba por toda la sala de espera—. Voy a que me receten cualquier jarabe o pastillas para mañana ser felices.

No entendí muy bien a lo que se refirió, ¿mañana ser felices? Seguramente iba a pasar algo importante o superaron algo grave como para iniciar una vida de nuevo.

Cuando nuevamente le di un vistazo a la sala de espera, me percaté de que no sólo Johana y su hermana, Ricardo y su esposa habían llegado a ella. En el asiento donde estaba antes sentado uno de los gemelos, ahora estaba ocupado por una señora de edad mayor. Le calculé unos 65 años, vestía muy elegante pero se miraba muy demacrada, sus manos temblaban levemente, quizá nerviosa por esperar noticias o por cualquier otro motivo.

—Maestra Ximena —le llamaron de recepción cuando ya había dejado de observarla. Ella se levantó con sumo cuidado y observé que sus piernas apenas alcanzaban a sostenerse. Me ofrecí para ayudarla, la tomé del brazo pero ella pareció molestarse.

—Yo, pu, puedo so, sola muchacha. Gra, gracias —me dijo. Sentí un poco de lástima por ella, ¿acaso no tendría algún familiar que se ofreciera a acompañarla? Pensé en mi madre, ella fue una mujer muy fuerte que lamentablemente sufrió mucho antes de morir, siempre estuvo con la esperanza viva de salir adelante en su enfermedad. Esperaba con el corazón que esta señora testaruda que intenté ayudar, alcanzara a recuperarse.

—Angélica —me llamaron a mi lado justo cuando regresaría para tomar asiento. Cuando observé a la persona que me llamó me percaté de que fue la misma que se me hizo conocida, aún me lo parecía pero seguía sin poder recordarlo, pero al parecer ella sí lo hizo conmigo. Tenía el cabello pelirrojo y unos ojos hermosos de color verde. Por más que intentaba recordarla, a mi cerebro no llegaba nada—. Porque sí eres Angélica, ¿verdad?

—Sí —respondí y solté una risita, era increíble cómo no podía acordarme de dónde conocía a esta persona. Incómodo aún cuando ella sí me reconocía—. Disculpa ser tan grosera, pero, ¿podrías recordarme de dónde nos conocemos?

Ella rió cínicamente. Totalmente falsa su risa y me pareció muy hipócrita que hiciera eso. ¿Qué tramaba?

—¿Te refresca el cerebro Cristina Barbens? —Me preguntó. No, ella no podía ser Cristina Barbens, hacía más de quince años que no la veía gracias a un malentendido que tuvimos.

—Cristina...

—Yo no soy Cristina —me dijo, entonces su imagen llegó a mi cerebro y por su asentimiento pude captar que ella se enteró de que todo me vino a la memoria. Ella era Marcela Barbens, la hermana menor de Cristina. Con ella nunca tuve ningún problema pero era claro que estaba de lado de su hermana después de lo sucedido—. ¿Qué pequeño es el mundo no Angie?

Nadie me llamaba Angie, solamente lo hacían ellas y fue incómodo que volviera a recordarlo. Era obvio que esta vez no lo hacía con cariño, sino con cinismo.

—Marcela. Yo no tengo rencor con ninguna de las dos y si es necesario aquí te repito que lo que sucedió hace quince años quedó en el pasado.

—El pasado no se olvida, solamente se ignora. Por lo visto es lo que tú deseas hacer, ¿para qué? ¿Para que no se entere tu esposo y tu hija de la mugre de persona que eres? ¿Por qué sí son tu esposo y tu hija verdad?

—Sí, lo son Marcela. Y te ruego por favor que no digas nada.

Ella dio media vuelta riéndose haciendo que todos se percataran de nuestra conversación, no sé a qué quería llegar conmigo, el problema no era de ella, solamente de Cristina y mío.

Neus caminó desde su asiento hasta mí y se colocó a mi costado, ambos mirábamos como Marcela nos retaba con la mirada. Se acercó a Neus y le sonrió de una manera hipócrita a pesar de que parecía sincera.

—Hola Neus —le dijo dulcemente, no soportaba la hipocresía de esta mujer—, me llamo Marcela, soy tu tía. —Le estiró la mano y Neus inocentemente la estrechó. Marcela volvió a levantarse y me miró de nuevo—. Bueno Angélica, tienes razón, este tema no es totalmente de mi incumbencia, estaré afuera porque no soporto verte. Espero que cuando Cristy salga del hospital se encuentre contigo.

Marcela salió sin decir más, no sé adónde podía dirigirse pero agradecí de que no dijera nada frente a mi hija, bajó por las escaleras que dirigían a la clínica, ahí abajo estaba la entrada principal. Estaba muy arrepentida de lo que había hecho y quería olvidarlo, volver a recordarlo me hacía sentir sucia y no quería.

—¿Es mi tía? —Me preguntó Neus, la guié de nuevo a los asientos y nos sentamos en el que estábamos. Sentía la mirada de todos en mí y eso me incomodaba—. ¿De dónde es ella mamá? Era muy bonita.

—Sí, lo sé Neus, ella es muy bonita —relamí mis labios para proseguir a hablar—, y es tu tía solamente que hace mucho no nos veíamos.

—¿Por qué discutían? No me gustó la manera en la que te habló.

—No te preocupes Neus, no pasa nada. ¿Podríamos olvidar esto? Y por favor no vayas a mencionarle nada a tu papá, ¿de acuerdo?

Neus asintió algo insatisfecha, esperaba más de mi respuesta pero no iba a decirle la clase de persona que fue su madre hace 15 años.

Todo estaba en silencio, dentro del hospital solamente nos hallábamos 8 personas. La hermana de Johana, Joel el novio de Lizzeth, padre e hijo de tez morena, la señora nerviosa casi oculta en la orilla y la acompañante novia o esposa de Ricardo, más Neus y yo. Me quedé observando a la señora que estaba nerviosa, ¿qué estaría ocurriendo ahí dentro con su familiar o acompañante? También padre e hijo de tez morena se veían apagados, algo grave debió ocurrir adentro. Me sentí afortunada de que solamente mi esposo tuviera un dolor de cabeza y no fuera algo más grave por lo que pudiéramos sufrir después.

Acomodé mi bolso entre mis piernas y proseguí a esperar en silencio como todos lo hacían.

Unos diez minutos después las puertas del elevador se abrieron de nuevo, por ellas entró un hombre de tez blanca, robusto y con una cara de pocos amigos. Se dirigió a la señora nerviosa y se colocó frente a ella.

—¡Hernán! —Se sorprendió de verlo, permaneció sentada en su asiento mientras lo veía—. ¿Qué haces aquí?

—¿Crees que no puedo enfermarme? —Le contestó con sarcasmo—. Además vengo a ver a mi hijo.

—¿Tu hijo? —Le preguntó la señora con suspicacia—. No Hernán, tú no tienes hijos aquí. ¿A qué vienes? ¿En verdad estás enfermo?

—Solamente tengo un leve mareo pero supuse que ibas a estar aquí. Tengo todo el derecho del mundo de ver a mi hijo y decirle que soy su padre.

—¿Cómo te atreves a venir Hernán? Tú te fuiste hace más de nueve años, antes de que Matías naciera, me dijiste que nunca te harías cargo de él y te largaste. Ahora que te enteraste de su enfermedad, te importa, ¿y por qué vienes hasta ahora?

El señor observó al rededor de la sala de espera y se colocó las manos en la cintura para proseguir a hablar.

—No había tenido tiempo Melissa —respondió, ahora sabía que la señora se llamaba Melissa—, Matías es mi hijo y sé que nunca me hice cargo de él, pero quiero ayudarte con los gastos, quiero reconocerlo.

—¡No Hernán! ¡Lárgate de aquí! No quiero verte.

A pesar de que estaban algo alejados de mí, se podía escuchar con claridad ya que su tono de voz era elevado. Miré cómo el señor Hernán obedeció a Melissa y caminó a recepción, seguramente para registrarse. Estaba de parte de Melissa, ¿cómo podía aparecerse hasta ahora? Pobre niño, adentro lo estaban atendiendo aunque desconocía el motivo.

—Todos los cuartos están ocupados señor —respondió la recepcionista a Hernán—, ya no lo podemos atender.

—Pero pueden anotarme en su lista, eso es lo que hacen, ¿por qué no lo han hecho?

—Lo siento, pero ya no se puede. Si gusta puede bajar a la clínica o regresar otro día.

—¿Qué clase de hospital es éste? Si una persona llega muriéndose, ¿no la atenderán porque ya no hay cuartos?

—Tenemos un cuarto de emergencia señor pero para su caso no. Un simple mareo se puede aliviar con algunas pastillas que tenga en casa.

Hernán se regresó y bufó, por una parte tenía razón, ¿por qué no lo registraron? Tomó asiento a un lado de Melissa y se pusieron a conversar en voz baja, que, a pesar de que todo era silencio dentro de la sala de espera, no se escuchaba nada.

Las puertas del hospital se abrieron, por ellas apareció un médico con una sonrisa simpática, su cabello estaba platinado y su vestimenta impecable, una bata color blanco, llevaba unos lentes y detras de ellos unos ojos negros. Caminó unos pasos más hacia adelante y se detuvo para vernos a todos. Miré a recepción, la recepcionista ya no estaba ahí.

—Buenas tardes —habló el médico, su voz era gruesa y clara, continuaba sonriendo, eso me inspiraba simpatía y que seguramente debía ser un médico agradable—, soy el doctor Patricio Robles y vengo a decirles que todos sus familiares o amigos están siendo atendidos, solamente que hay un pequeño problema —nos observó a todos nuevamente, sentí algo de impotencia al ver que el médico se mantuvo callado sin decir nada—, no se alarmen —volvió a decir—, es que por el momento no habrá más consultas porque vendrán a fumigar este lugar y les pediré a todos de favor que bajen al primer piso el cual es la clínica, por ahí recibirán a sus familiares o amigos. Lamento la molestia pero es por su salud.

—La recepcionista me lo dijo de otra manera peor —dijo Hernán algo molesto—. ¿Tan difícil era decirme que vendrían a fumigar este lugar? No lo creo.

Entonces comenzamos a bajar. Abrimos las puertas que daban a las escaleras y Neus y yo fuimos las primeras en comenzar a bajar. El doctor Patricio venía detrás de nosotros, la pared de las escaleras estaban pintadas de un color azul cielo brillante y mientras más bajamos más fresco se sentía. Nuevamente nos tocó abrir puertas dobles dejando a la vista el lugar que era la clínica. Nunca había venido a este lugar, todo estaba más moderno y formal, además de fresco y un olor agradable, sin duda de mejor calidad. Estaban las paredes de color rosa y la sala era espaciosa, aquí no habían divisiones a los cuartos, se podía visualiar los cuartos de consulta. La recepción no estaba separada por una ventana como la del hospital, ésta era más amplia y seguramente era para más personas. Lo que me sorprendió fue que estuviera toda completamente vacía, los que bajamos éramos los únicos ahí.

—Acomódense. En un momento su acompañante estará con ustedes —volvió a decir el doctor Patricio mientras regresaba por donde entró. Observé cómo jugueteaba con las manijas de la puerta hasta que me percaté de lo que realmente estaba haciendo. Les estaba colocando un candado, nos estaba dejando encerrados.

No fui la única en percatarme de ello, el señor de tez morena también lo hizo y corrió a la puerta.

—¡Hey! —Gritó—. ¿Por qué nos has encerrado?

Eso llamó la atención de todos, se acercaron a la puerta para tratar de averiguar lo que ocurría. Yo también iba a hacerlo cuando la oscuridad me invadió. Las luces se habían apagado.

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