Clínica (#2 Hospital)

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Clínica es la historia que ocurre en el mismo lapso de tiempo que su antecesora "Hospital". En ella, se darán... More

Prólogo
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Epílogo

Capítulo 1

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By P1-221

Dejé el vaso de la licuadora en su lugar después de haber terminado de lavarlo. Antes habían quedado residuos de un licuado que mi hija Neus había tomado antes de ir a la escuela.

—¡Angélica! —Escuché el grito suplicante de mi esposo Naúm. Ayer había tenido unos fuertes dolores de cabeza y me temía que ya le hubiera regresado—. ¡Angélica ven por favor! —Gritó de nuevo, esta vez lo escuché más desesperado y apresuré el paso para llegar con él. Subí las escaleras y llegué a la puerta de nuestra habitación. Abrí la puerta y miré a mi esposo cubierto con las cómodas sábanas blancas de la cama acostado en ella. Parecía un niño pero de igual manera debía sentirse muy mal y así evitaba el ruido.

—Naúm, ¿qué pasa? —Le pregunté desde la puerta de la habitación. Lentamente me fui adentrando mientras lo veía preocupada—, ¿ha vuelto el dolor de cabeza? —Pregunté mientras me posicionaba a su lado, le toqué la cabeza para saber si tenía fiebre, pero todo estaba normal—. Te he dicho que vayamos al hospital de una vez, te recetarán pastillas y así podrás estar bien.

Negó mientras seguía presionando sus sienes. A Naúm nunca le había gustado ir a los hospitales, creía que era una pérdida de tiempo y más ahora que según él, solamente era un simple dolor de cabeza.

—No te preocupes —me contestó, como si con eso fuera a dejar de hacerlo. Dejó de quejarse y me sonrió—, sólo traeme un vaso con agua y un paracetamol, si no me alivia iré a la farmacia cuando vaya por Neus. —Neus era el nombre de nuestra hermosa hija de 12 años.

Salí de la habitación dispuesta a ir por las pastillas. Las tomé de un cajoncillo dentro de la cocina, tomé un vaso, serví agua y después regresé con él  para extenderle la pastilla y el vaso con agua. Observé cómo se sentó con dificultad en la cama presionando el colchón bajo sí y se tragó la pastilla de inmediato, absorbió un poco de agua y después colocó el vaso en el buró al lado de él, me sonrió.

—Gracias —me dijo y tomó mis manos. Las suyas estaban heladas, hacía un calor terrible pero estaba situado frente a la refrigeración de la habitación. Le regresé la sonrisa y me senté en la cama para acomodarme mejor a su lado. Llevábamos 13 años de casados, el día de nuestra boda yo tenía 21 y él 22. Un año después nació Neus—, Angélica debes estar tranquila, es un simple dolor de cabeza —volvió a decirme, no iba a estar tranquila hasta que un médico lo confirmara.

—Lo sé —respondí, pero no podía estar tranquila cada vez que ese dolor regresara. Suspiré para tratar de calmarme un poco, quizá sí estaba haciendo una tormenta en un vaso de agua—, pero igual me preocupa, ¿y si llega a ser algo peor? La próxima semana es la graduación de Neus y no puedes faltar por nada del mundo. Ella quiere que tú estés ahí, no le puedes fallar, por eso quiero que vayas al hospital.

Nos vimos a los ojos, sus grandes ojos cafés me encantaban. Éramos muy felices a pesar de que sólo pudimos tener un hijo, lamentablemente había quedado infértil después del doloroso parto de Neus y eso me afectaba mucho, a veces sentía que Naúm algún día me cambiaría por no poder darle otro hijo.

—Te voy a complacer, iré al hospital, pero será cuando vaya por Neus a la escuela y tú me acompañarás —me dijo, finalmente lo había convencido y solamente serían unos quince minutos.

—Claro que sí —respondí sonriendo. Le deposité un beso en la frente y me levanté de la cama aliviada, había convencido a mi esposo de ir a un hospital, eso era un gran logro—, duerme otro momento y te despierto cuando sea hora de irnos.

Él se cubrió de nuevo con las sábanas blancas, quizá lo estaba atozigando y me lo dijo para que lo dejara en paz. Lo bueno era que íbamos a ir. Nunca debemos dejar pasar cualquier detalle en nuestro cuerpo, el más mínimo puede ser el más letal.

Cuando se llegó la hora, desperté a Naúm con un poco de dificultad pero él no se quejó, no quiso colocarse otra ropa, se llevó una de las camisetas blancas que utilizaba para dormir y solamente se cambió el pantalón de dormir por un pantalón de mezclilla.

Llegamos al hospital en el que iban a atender a mi esposo, él manejó a pesar de yo haberle insistido, por si algo llegara a ocurrir. El establecimiento constaba de cuatro pisos aunque el último era diminuto. Todo era de color amarillo con una excelente presentación.

—Papá —habló Neus asomándose por el espacio entre los dos asientos delanteros, giré a verla mientras que Naúm la observó por el espejo retrovisor. Había sacado el mismo color de cabello que el mío, rubio y los mismos ojos cafés de Naúm—, ¿cuál es la diferencia entre Hospital, clínica y sanatorio? —Preguntó. De seguro había visto las letras colocadas casi en el último piso en las que decían "Hospital, Clínica y Sanatorio". Todo estaba en el mismo establecimiento.

—Hospital — respondí al ver a Naúm confundido sin saber qué responder, seguramente no conocía la diferencia puesto que casi nunca visitaba un hospital—, es un establecimiento público donde se atienden a las personas enfermas. Clínica es lo mismo sólo que de manera privada y sanatorio es donde se encuentran las personas con problemas muy mayores y necesitan de terapias y tratamientos que no se pueden dar en casa.

Neus se quedó callada y pensando, le sonreí mientras ella pensaba y abría su boquita para formular otra pregunta.

—¿Y por qué este lugar es público y privado al mismo tiempo?

—Como puedes ver, es un establecimiento muy grande —contestó mi marido y se quedó callado sin saber cómo continuar—. Quizá el dueño sea un envidioso que sólo quiere que acudan a su clínica de cualquier modo —respondió de manera bromista y Neus rió.

—Para una mayor atención en un sólo sitio —respondí.

—Exacto —recalcó Naúm como si adivinara su pensamiento pero seguramente le estaba también aclarando la duda—, para eso que dijo tu madre.

El mismo estacionamiento se encontraba dentro del hospital. Subimos al tercer piso de éste y encontramos un lugar perfecto. No estaba muy lleno.

Neus fue la primera que bajó y corrió hacia una puerta de vidrio que estaba cerca del auto, era una salida de emergencia, estaba marcada con un letrero verde.

—Por ahí no Neus —advirtió Naúm y Neus cerró la puerta que ya se encontraba abriendo, era una salida de emergencia para el sanatorio—, ésa no es la entrada al hospital. La entrada está abajo, en el segundo piso.

Naúm me tomó de la mano y Neus se adelantó al elevador que llevaba al segundo piso, aún tenía colocado el uniforme de su escuela el cual consistía de una falda color guinda y una camiseta blanca. Bajamos por el elevador hacia la segunda planta y escuchamos una melodía agradable mientras bajábamos. Llegamos al hospital y en la sala no había más de diez personas. Frente a nosotros había una hilera de sillas, en ellas solamente se encontraban un par de hermanos gemelos, como de unos 40 años cada uno. Del lado derecho, se encontraba una señora preocupada comiéndose el pulgar de su mano, se veía angustiada. A su lado estaban un señor y un adolescente de tez morena, no se veían con ánimos como para hablar, algo grave debió haberle sucedido a su familiar en consulta para poseer esas caras. También, estaba una señora desesperada, estaba arreglada como si acabara de venir de una fiesta, parecía ansiosa por recibir noticias y se me hizo familiar, sabía que su rostro ya lo había visto antes. Y por último Neus, Naúm y yo, nueve personas en total.

—Mamá, tengo sed —dijo Neus y corrió hacia el dispensador de agua que había entre el medio de dos puertas que daban a los baños. Tomó un conito de papel para servirse y cuando se giró para regresar a nosotros, un señor iba saliendo del baño y le tocó chocar contra él.

—Este lugar no es para correr niña —dijo el señor con un rostro de enfado. Al parecer era de intendecia, tenía colocado un uniforme azul y una placa en su camisa que tenía marcado el nombre de Patricio. El hombre tocó la cabeza de Neus y aplicó fuerza empujándola hacia enfrente. Neus casi caía al suelo, dio pasos rápidos hacia enfrente pero alcanzó a sostenerse.

—¡Hey! —Gritó Naúm para reclamarle al hombre, no me gustó para nada lo que había hecho. El hombre lo observó y sentí que quiso sonreír. Entró por unas puertas dobles al interior del hospital sin darle ninguna respuesta a mi marido.

Después de eso, Naúm se levantó para dar sus datos en recepción y regresó con nosotros olvidando lo que el hombre le hizo a Neus.

—Ya no me duele —me dijo haciendo una cara de ternura, quería convencerme de irnos, pero ya estábamos aquí y no íbamos a hacerlo—, ¿en verdad vamos a esperar tanto para que el doctor sólo me recete paracetamol?

—Sí Naúm —respondí, es mejor ser precavida a lamentarse después.

Mencionaron por el micrófono el nombre de Naúm, él quiso decirme algo pero ya era tarde, sonreí victoriosa ahora ya no iba a poder decirme que nos fuéramos.

Me dio un beso en la frente y otro a Neus, como si fuéramos a distanciarnos por mucho tiempo. Pero prefería un marido amoroso a un marido seco. Se fue alejando hasta que desapareció por las puertas dobles.

Las puertas del elevador se abrieron y por ellas entraron dos muchachos tomados de la mano. La muchacha era rubia con unos grandes ojos marrones, delgada y muy bonita. El muchacho era delgado también, alto, con cabello negro corto y un lunar mediano en su mentón. La muchacha observaba asustada todo el lugar, vio a la recepcionista y sonrió nerviosa. Pareció calmarse después de verla y se sentaron a nuestro lado.

—Ya mi amor, todo saldrá bien, te lo prometo —le dijo el muchacho—, sólo será un momentito y nos olvidamos de todo esto.

—Mira a esos negritos Joel —le dijo la muchacha señalando a los hombres de tez morena, seguramente eran padre e hijo. Ambos adolescentes emitieron una risita después de verlos, la muchacha quería cambiar de tema, no se veía cómoda con la plática del muchacho y quería evitarla a toda costa—, se parecen a los de la película.

Si los hubiera llamado de otra manera quizá mi reacción hubiera sido distinta, pero no me gustó para nada que los halla llamado negritos.

—Negros asquerosos —mencionó Joel, yo miraba al frente sin mencionar palabra—, deberían estar fabricando nuestra ropa.

Ambos muchachos volvieron a reír hasta que la recepcionista hizo ruido con el micrófono, seguramente iba a llamar a alguien más.

—Señorita Lizzeth Padilla —anunció con voz clara, la muchacha a mi lado se levantó y observó aterrada a Joel, debería ser su novio.

—Todo saldrá muy bien Lizzeth, te lo aseguro, no tengas miedo.

Lizzeth asintió lentamente y se fue alejando de Joel para adentrarse al hospital.

—¡Señorita! —Gritó uno de los hermanos gemelos levantándose de su lugar y dirigiéndose a la recepcionista. La única diferencia entre estos dos hermanos era que uno poseía una gorra blanca con azul de una tienda de antigüedades—. ¿Cuándo piensan pasarnos a nosotros?

—En un momento señor —respondió la recepcionista. Escuché las puertas del elevador abrirse pero no me inmuté por ver quién era—, no se desespere.

—¿Cómo quiere que no me desespere? —Reclamó el gemelo de la gorra—. Cuando llegamos esto estaba vacío a no ser por la muchacha —señaló a la muchacha que me pareció familiar, ella no se inmutó al verlo—. Primero llegó el niño y lo pasó, después llega el señor y también lo pasa, luego llega la muchachita y también la pasa. ¿A nosotros cuándo?

—Permítame un momento señor... —hizo pausa para ver a los dos gemelos seguramente buscando el nombre del gemelo.

—Doroteo —contestó el gemelo al instante.

La recepcionista llamó a alguien desde su lugar, quien llegó fue el intendente Patricio, el hombre que había empujado a mi hija, estaba cerca de la ventanilla de recepción por lo que podía escuchar con claridad.

—¿Ellos también? —Preguntó la recepcionista, con sus ojos indicó a los gemelos.

—Por su puesto —contestó Patricio—, todo aquel que llegue al hospital, ya no me importa si son o no mayores de cuarenta años, me importa mi hija.

—Bien señor, gracias —anunció la recepcionista y se levantó de su lugar, tomó el micrófono y se preparó para hablar—. Señores, Donato y Doroteo.

Los gemelos se levantaron de sus respectivos asientos y se perdieron entre las puertas hacia el interior del hospital.

Algo no me cuadró y sentí una angustia palpitando en mí al instante. ¿A qué se refería con que ellos también? ¿Qué ocurría?

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