Purgatorio (COMPLETA)

By uutopicaa

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Anahí tenía dos grandes temores: la muerte y el maquillaje corrido. Esta historia comienza la mañana en la qu... More

¡LA HISTORIA VUELVE A SER GRATUITA!
SINOPSIS + NOTA DE AUTORA
✦ PRIMERA PARTE ✦
✦ DÍA 1 - CAPÍTULO 1 ✦
✦ DÍA 1 - CAPÍTULO 2 ✦
✦ DÍA 1 - CAPÍTULO 3 ✦
✦ DÍA 2 - Capítulo 1 ✦
✦ DÍA 2 - CAPÍTULO 2 ✦
✦ DÍA 2 - Capítulo 4 ✦
✦ DÍA 3 - Capítulo 1✦
✦ DÍA 3 - Capítulo 2 ✦
✦ DÍA 4 ✦
✦ DÍA 5 ✦
✦ DÍA 6 ✦
✦ DÍA 7 ✦
✦ SEGUNDA PARTE ✦
✦ DÍA 1 ✦
✦ DÍA 2 ✦
✦ DÍA 3 ✦
✦ TERCERA PARTE ✦
✦ DÍA 1 ✦
✦ DÍA 2 ✦
✦ DÍA 3 ✦
✦ DÍA 4 ✦
✦ DÍA 5 ✦
✦ DÍA 6 ✦
✦ DÍA 7 ✦
✦ DÍA 8 ✦
✦ DÍA 9 ✦
✦ DÍA 10 ✦
✦ DÍA 11 ✦
✦ DÍA 12 ✦
✦ DÍA 13 ✦
✦ DÍAS 14, 15 Y 16 ✦
✦ DÍA 17 ✦
✦ DÍA 18 ✦
✦ DÍA 19 ✦
✦ DÍA 20 ✦
✦ DÍAS 21 Y 22 ✦
✦ DÍA 23 ✦
✦ DÍA 24 ✦
✦ DÍA 25 ✦
✦ DÍA 26 - CAPÍTULO 1 ✦
✦ DÍA 26 - CAPÍTULO 2 ✦
✦ DÍA 26 - CAPÍTULO 3 ✦
✦ DÍAS 27 Y 28 ✦
✦ DÍA 29 ✦
✦ EPÍLOGO ✦
✦ Las memorias de Lucio ✦
✦ MEMORIAS - PARTE 1 ✦
✦ MEMORIAS - PARTE 2 ✦
✦ ESPECIAL DE NAVIDAD ✦
¡GRATIS! Mini videojuego basado en la novela

✦ DÍA 2 - CAPÍTULO 3 ✦

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By uutopicaa


El día transcurrió sin mayores eventualidades. Después de la visita de don Lucio, recorrieron la construcción subterránea antes de dirigirse al comedor para almorzar.

—Este es el depósito— concluyó Irina, luego de haber paseado por la mayor parte de El Refugio. Utilizó su anillo para destrabar el mecanismo que mantenía las puertas cerradas—. Acá es donde almacenamos de todo un poco. A tu derecha está la comida de mala calidad con gusto a basura, a la izquierda la ropa barata; pero no tenemos nada en tu talle porque don Cretino solo nos manda cosas para chicos. Un camión nos abastece dos veces al mes. —La ironía reflejada en su voz era amenazante y pedía a gritos que le preguntaran por qué.

—La cena de anoche no tenía gusto a basura —comentó Anahí, sin saber cómo formular la pregunta indicada, pero dándole pie a su nueva amiga para que pudiese explicarle la situación.

—Porque ese pollo lo compré yo en la carnicería.

—Al menos tienen plata, yo perdí todo —se quejó la pelirroja.

—Respecto a eso... —comenzó a decir Irina—; yo no estoy de acuerdo con la idea de vivir de la caridad de un imbécil, así que me niego a comer cada cosa que él nos dé y a vestirme con la ropa que él elige. Yo consigo mis propias pertenencias.

—O sea que las robás.

Irina asintió, orgullosa. Su hermana reprobaba aquel comportamiento, así que asumió que la recién llegada también le daría un sermón.

—Cuando te encontré ayer seguro que te estabas escapando —murmuró Anahí, pensativa. Luego hizo una pausa, y se quedó en silencio por varios segundos—. Yo también preferiría elegir mi propia ropa, así que creo que te entiendo —murmuró por fin—. ¿Qué tenías ayer debajo del brazo?

Irina suspiró, aliviada. Le caía muy bien la pelirroja, se sentía a gusto con ella. Llevaba varias décadas conviviendo tan solo con su hermana y con los niños, y no podía compartir sus aventuras con ninguno de ellos.

Delfina era una excelente persona, demasiado buena como para comprender a Irina y su necesidad de independencia; de hecho, la mayor de las hermanas no comprendía por qué estaban ambas allí, en el purgatorio.

En cuanto a los pequeños, no quería causarles problemas ni experiencias traumáticas. Algunos de ellos llevaban más de veinte años en El Refugio, pero seguían siendo niños porque, a pesar del paso del tiempo, sus almas estaban estancadas en el momento en el que exhalaron su último suspiro.

Irina era diferente del resto en cuanto a su percepción de la situación. No obedecería jamás a alguien como don Lucio; ella era dueña de sus decisiones y cumplía sus propios deseos, seguía sus instintos y solo se dejaba llevar por el viento, por las aventuras y por los amaneceres que daban comienzo a un nuevo día. No le debía nada a nadie; sin embargo, se quedaba allí y permanecía al margen de la situación simplemente por amor a su hermana. En más de una ocasión pensó en huir y empezar desde cero en alguna otra ciudad, pero no podía abandonar a Delfina, que se sentía en la obligación de cuidar a los niños. Era sumisa y desinteresada, un ángel que debería haber ido al cielo, según la percepción de Irina.

El purgatorio tornaba grises las miradas más brillantes, solo quienes poseían personalidades avasallantes mantenían su esencia. Anahí todavía conservaba ese fuego que hacía ya tiempo la morocha no veía. Tenía una mirada intensa y ardiente, desafiante. La misma mirada que Irina tenía al llegar a El Refugio y que poco a poco se apagaba entre lo cotidiano y la falta de libertad, entre la humedad y la oscuridad subterránea.

«Ojalá se quede...», la morocha tragó saliva. Sabía que aún le faltaba explicarle un tema importante a Anahí, pero temía hablar al respecto porque, al hacerlo, estaría entregándole también la llave para abandonar aquel sitio.

—¿Pasa algo? —preguntó la pelirroja—. Te quedaste callada de repente.

—No es nada —mintió Irina—. Solo pensaba en el almuerzo. Tengo hambre.

—Te pregunté qué robaste anoche y no me contestaste.

—Ah, eso. Era una botella de cerveza. Pero no le digás a Delfina. No quiero que se enoje conmigo —pidió la morocha.

—Si me convidás, no digo nada.

Irina sonrió a modo de respuesta. Era la primera vez en décadas que tenía a alguien que quisiese tomar un buen vaso de birra con ella.

—Todavía me falta explicarte el punto más importante —se decidió a decir la morocha, resignada—, pero prefiero que hablemos de eso con un poco de alcohol de por medio, si te parece bien.

—Dale.

—Entonces, después del almuerzo podemos ir a mi pieza y hablamos más tranquilas. —Irina tomó a Anahí por la muñeca y la guio por los pasillos del laberíntico lugar.

En el trayecto, hablaron sobre bebidas alcohólicas que les gustaban y que tenían ganas de preparar alguna noche para lidiar con el encierro. La recién llegada continuaba con la idea de que se encontraba dentro de un sueño muy extraño. Se negaba a creer que su muerte había sido real.

—Shh —pidió Irina cuando alcanzaron su destino—. No se habla de alcohol aquí, ¿entendido?

—Sep.

Abrieron la puerta y caminaron hasta la mesa lateral que les correspondía.

Si bien el bullicio de los niños aturdía a Anahí, a su alrededor nadie hablaba. El semblante de Delfina todavía reflejaba miedo, e Irina parecía estar demasiado concentrada en su sopa; intentaba evitar que las diminutas rodajas de zanahoria se colaran en la cuchara. Las aborrecía. Cada vez que atrapaba una, la colocaba junto al plato, sobre una servilleta.

«¿Tienen plantas y animales en el purgatorio?», se cuestionó la pelirroja, confundida. No le veía sentido a algo como eso. «¿Acaso los pollos y las lechugas también pueden ir al cielo o al infierno?». Contuvo una carcajada ante la idea disparatada. En un momento de menor tensión, haría la pregunta en voz alta.

Los niños se retiraron apenas terminaron de comer y Delfina se marchó tras ellos para recoger y lavar los platos. Cuando el camino estuvo libre, la morocha le guiñó un ojo a Anahí, y esta supo de inmediato que era hora de un buen trago de cerveza. Salieron en silencio y caminaron con prisa por los pasillos.

La habitación de Irina era casi tan monótona como el resto. Al menos, tenía algunos pósteres de cantantes —en blanco y negro— colgados de la pared sobre su cama.

—Sentate.

—¿Nada tiene color en este lugar? —preguntó la pelirroja mientras examinaba las fotografías en la pared. Solo era capaz de reconocer a un par. Se preguntó cuánto tiempo llevaría Irina allí.

—Tu pelo, el pasto, la madera y demás elementos naturales son en color, creo. Son cosas que no se pueden cambiar.

—Imposible. Mi pelo no es rojo natural y sigue igual. Mi ropa se volvió negra, pero mi cabello no. ¿Por qué?

—¡Y yo qué sé! —Irina se encogió de hombros. Tenía la botella de cerveza en una mano y el destapador en la otra—. Tampoco me interesa. No vale la pena preguntarse esas cosas, ¿la respuesta cambiaría algo en tu vida? No. —Bebió un trago y sonrió. Luego, le pasó la botella a Anahí—. Tomá, está genial —ofreció.

La pelirroja asintió.

La cerveza no les duró más de cinco minutos, pero al día aún le quedaban varias horas. Conversaron un rato, tiradas sobre la cama, lado a lado. Irina realizó cientos de preguntas sobre los últimos años en el mundo de los vivos, la música de moda, el estilo de ropa que se usaba y esas cosas. Anahí respondió casi con tanta curiosidad como la que sentía su nueva amiga. Le parecía extraño tener que explicar asuntos que le resultaban tan naturales como Internet, las redes sociales y el wifi. Al mismo tiempo, en su mente surgían otras decenas de consultas que quería realizar y que se guardaba porque temía quedar como una idiota.

Para cuando lo notaron, ya era hora de cenar y aún no habían hablado del misterioso asunto que Irina había mencionado por la mañana.

Marcharon sin más. Su conversación seria debería esperar.

El ambiente en el comedor por la noche estaba tan tenso como al mediodía, sin conversaciones ni comentarios. Irina parecía estar aburrida; intentaba crear figuras de origami con su servilleta. Delfina no permaneció sentada mucho rato; se paseó por las mesas preguntándoles a los niños qué habían hecho durante el día. Evitaba a su hermana y a la recién llegada.

—Podés cenar en tu pieza —sugirió Irina en voz baja.

—No quiero que tu hermana se enoje aún más.

—Delfi no está enojada, sino preocupada. Y para mañana se le va a pasar y ni se va a acordar de lo que pasó —aseguró la morocha.

—Además, no tengo una habitación propia, creo.

—Sí que la tenés. —Irina hizo una pausa—, pero me olvidé de mostrártela porque tengo la cabeza en las nubes. Perdón. Vayamos ahora. Total, no voy a terminar de comer esta cosa —agregó, refiriéndose a la ensalada. Le desagradaban las verduras casi tanto como don Lucio.

Ambas se pusieron de pie. Delfina se volteó al oír las sillas moverse.

—Voy a mostrarle su pieza porque tiene sueño —se excusó Irina.

Su hermana no contestó. Las observó marcharse y algo en ella se rompió. Un nuevo sentimiento nació en su interior: celos. La idea de tener que compartir a Irina con una extraña le parecía molesta. Anahí no era una mala persona, pero se llevaba tan bien con su hermana que poco a poco se la arrebataría. Delfina era incapaz de odiar, aunque se deprimía con facilidad. Una lágrima escapó de sus ojos cuando otra sensación la invadió: se sintió egoísta. Era la primera vez en décadas que veía a Irina tan llena de vida. Le encantaba saber que su hermana era feliz, pero le molestaba no ser motivo de aquella alegría. Odiaba las contradicciones, necesitaba descansar y dejar de pensar en todo


Convidar: Compartir una comida o bebida.

Birra: Cerveza.

El collage de multimedia es de unas fotos que se tomó la bella Bermardita (si nunca leyeron algo suyo, no sé qué esperan).



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