✦ DÍA 5 ✦

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Anahí durmió bien

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Anahí durmió bien. Quizás esto se debiera a la comodidad de una nueva cama con cinco almohadas, sábanas y frazadas de material suave. O tal vez fuese el mero cansancio acumulado luego de cuatro largos días en un lugar desconocido. También era posible que el arduo trabajo de ordenar sus nuevas pertenencias hubiese agotado las últimas reservas de energía que aún le quedaban.

Descansó por más de doce horas, ajena a sus problemas e inseguridades. Y, al despertar, lo hizo con una perezosa sonrisa entremezclada con un ligero bostezo despreocupado. No se levantó enseguida, tampoco abrió los ojos. Rodó de un lado al otro del colchón, abrazada a su nuevo pato de peluche, al que había llamado Dr. Watson, en referencia al famoso personaje de Arthur Conan Doyle. Sabía que era tarde, que había dormido de más; lo podía sentir en su cuerpo que empezaba a entumecerse por la falta de movimiento.

Abrió los ojos y sonrió. Admiró el cielorraso lleno de estrellas fluorescentes que la hacían sentir un poco más a gusto, como en su vieja habitación. Recordó el momento en que las había comprado en una juguetería y el gesto de desconcierto en el rostro de don Lucio cuando ella le explicó que eran para su propia pieza y no para los niños. Después de un rato, regresó al mismo local y compró varios paquetes más, asumiendo que los pequeños agradecerían el regalo.

Se sentó, todavía tapada con su frazada negra, y observó la habitación remodelada casi por completo. Varios muebles cubrían ahora tres de los cuatro muros; el último lo dejó al descubierto porque quería darle un poco más de personalidad. Había comprado unas calcomanías enormes para la pared: franjas negras que pegaría en vertical desde el techo hasta el piso. Frente a ella había un escritorio en el que reposaba su nueva laptop, un par de cuadernos y un lapicero metálico que reflejaba la oscilante luz de su lámpara de lava en varias tonalidades de grises. Lo único malo era que no tendría wifi en El Refugio.

«Y yo que quería ver si encontraba algo parecido a Netflix, me voy a aburrir como un hongo si no», se repitió varias veces.

Cuando salió con don Lucio, la pelirroja había comprado cuadernos en los que podría llevar un listado de sus necesidades y descargar sentimientos contradictorios cuando de la nostalgia brotaran ganas de llorar.

El primer cuaderno ya tenía una página manchada con los garabatos que Anahí llamaba letras, pero que nadie más lograba descifrar. Había comenzado una lista para su próxima salida. Quería una cámara de fotos, la necesitaba.

Desde muy joven, la fotografía había sido una de sus pasiones. Anahí tomó cursos de todo tipo y, aunque fuese tan solo un pasatiempo, era bastante buena en ello. Estaba molesta consigo misma por no haber pensado en la cámara cuando tuvo la oportunidad, y se prometió pedirle a Lucio que se la comprara cuando volvieran a verse. Además, quería preguntar si había forma de instalar Internet en El Refugio, aunque fuera dial-up por la línea telefónica, para enseñarle a Irina a usar las redes sociales —asumiendo que existían en el purgatorio o que había otras diferentes—. También la acechaba bronca por no poder comprar una moto nueva. Según Lucio, solo aquellas almas que ya habían pasado por el juicio tenían permitido sacar la licencia.

Purgatorio (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora