✦ DÍA 6 ✦

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Fue el día más aburrido de su vida, fue también el día más aburrido de su muerte

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Fue el día más aburrido de su vida, fue también el día más aburrido de su muerte.

Tic-tac, tic-tac una y otra vez. El reloj avanzaba con lentitud al compás de su lectura. Anahí estaba cruzada de piernas en el sillón y, sin proponérselo, movía el pie derecho al ritmo constante de las manecillas del reloj. La pelirroja pronunciaba en voz baja las palabras dibujadas en las páginas, cada línea, cada diálogo y aclaración.

Se había pasado la tarde completa encerrada en su pieza, leyendo una novela que acababa de comprar en el Alto Argentina. Se trataba del primer tomo de una trilogía juvenil que transcurría en Buenos Aires. Había comprado el libro con cierto miedo; el vendedor se lo había recomendado, pero a ella no le gustaba la tapa porque la fantasía jamás había sido su género preferido. Las primeras páginas le resultaron aburridas y casi abandonó la novela en reiteradas ocasiones, pero, como no había nada más que hacer, continuó leyendo.

Ya estaba por terminar el libro y sabía que el final abierto la dejaría con ganas de más. Había subrayado frases y dibujado dragoncitos y guitarras en miniatura en los márgenes. Se arrepentía de no haber comprado la trilogía completa; sabía que debería pedirle a Lucio los demás títulos de la saga. Ya lo había anotado en su listado. La pelirroja podía disfrutar de un buen libro, pero, de todas formas, se aburría. Miraba el reloj cada cinco minutos.

Epílogo.

Cerró el libro al acabarlo y corrió a buscar otro. Indecisa, escogió cinco títulos variados, pero ninguno podía satisfacer esa necesidad tan fuerte que sentía de saber qué pasaría a continuación en la historia que acababa de completar. Se conocía a sí misma lo suficiente como para saber que no podría leer otra novela hasta terminar con la maldita trilogía sobre la chica con alas de dragón y el bajista de la banda de rock independiente al que ella entrenaba.

Tenía que llamar a Lucio. O ir a visitarlo. Él le había dicho que se verían cuando regresara del mundo humano, y para eso faltaban algunos días. Además, no tenía forma de comunicarse con el hombre; ni teléfono ni correo electrónico, ni siquiera una dirección para mandarle una carta. Nada.

Agregó la palabra «celular» a su listado. No se compró uno en el shopping porque Irina no los utilizaba y no conocía a nadie más allí. Ahora tenía un motivo: podría llamar a Lucio cada vez que necesitara respuestas o compras.

Añadió un número «2» delante de «celular», y «es» al final. Luego tachó el «2» y escribió un «3». Pensó que sería una buena idea que ambas hermanas también tuvieran sus propias líneas. Les resultaría útil a las tres. En especial si se perdía en la ciudad o si Irina pensaba regresar tarde algún día.

Miró el reloj, todavía era temprano. Puso música y agarró un anotador. Intentó dibujar, pero solo podía hacer dragones de distintas formas y tamaños. Y ni siquiera se entendían muy bien qué eran. A simple vistas eran monigotes con alas disparejas.

Necesitaba despejar su mente.

Aire fresco, eso es lo que quería. Salir a caminar, dar una vuelta, tomar más helado, un café y el bochinche de la ciudad. Odiaba estar encerrada.

No tenía Internet como para entretenerse, tampoco una cámara de fotos con la que divertirse posando frente al espejo. Se preguntaba cómo Irina podía vivir así, sin tecnología.

El Refugio se sentía más como una prisión que como un hogar y, a pesar de que tenía un sinfín de nuevas adquisiciones, no lograba disfrutar en ese molesto aislamiento con olor a humedad.

Faltaban dos horas para la cena y los segundos no querían apurarse.

«¿Cuándo despertaré?». La pregunta venía a su cabeza una y otra vez. Por momentos, se repetía que estaba viva y la pesadilla acabaría tarde o temprano. Decírselo a sí misma incontables veces le ayudaba a creérselo, aunque fuera un poco.

Más aburrida que pescador en el desierto, optó por pintarse las uñas. No solo con un color, sino creando algún dibujo. Lamentablemente, solo contaba con esmaltes blancos, negros y grises. Las posibilidades eran limitadas.

Pensó en lunares y en rayas, aunque sabía que eso era demasiado común. Dibujó modelos en su cuaderno hasta decidirse por algo musical. Se pintó una base blanca y luego pentagramas con notas musicales que iban de claves a corcheas. Anahí no sabía mucho sobre el tema, le encantaba bailar y cantar, pero de instrumentos y términos específicos no tenía ni idea; mucho menos sobre cómo leer una partitura.

Tic-tac, tic-tac, siguió musicalizando el rítmico reloj. Cada latido de las agujas la acercaba más a la hora de la cena y al final de otra jornada.

«Si un día se me hace tan largo, no quiero ni imaginarme toda una eternidad acá».



Bochinche: Mucho ruido descoordinado

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Bochinche: Mucho ruido descoordinado.

Purgatorio (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora