✦ MEMORIAS - PARTE 2 ✦

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1964, Purgatorio

Soñé con Manuela. Soñé con su pícara sonrisa tanguera escondida debajo de mi sombrero. Soñé con sus labios pintados de rojo y la mirada desafiante. Soñé con el vestido blanco adornado con rosas negras que tanto le gustaba, ese que se ponía en ocasiones especiales.

Y recordé entonces uno de esos mágicos momentos en los que volví a enamorarme de ella como la primera vez. Porque cuando los sentimientos son reales, uno puede enamorarse mil veces de la misma persona. Uno puede caer una y otra y otra vez en el hipnótico placer que caracterizó la relación en sus comienzos.

Cuando uno le entrega su alma a alguien, es normal enamorarse de esa persona todas las mañanas al despertar y todas las noches antes de cerrar los ojos. Y así era yo con Manuela.

En el momento más inesperado, ella lograba enamorarme otra vez, como en nuestro primer baile. Como en nuestro primer beso. Manuela no lo hacía a propósito, ella simplemente se dejaba llevar por sus pasiones, por sus deseos y ambiciones. Y, con ello, me enamoraba.

De entre todos los recuerdos sobre esta absurda sensación, resalta en mi memoria una tarde en el parque, durante no sé qué festival local.

Manuela llevaba su vestido blanco con rosas negras; la pollera era estilo plato y se movía con descaro en la brisa. Lucía el cabello recogido en un rodete que adornaba con otra flor idéntica a la de su atuendo.

Se había maquillado más que de costumbre. Era una mujer orgullosa. Amaba que todos se voltearan a verla. Manuela siempre decía que ella no era una dama bella —algo que jamás comprenderé; era elegante y atrevida, perfecta— y que por ello debía lucirse con su actitud. Si ella se creía atractiva, los demás también la verían así.

Cosa de mujeres, supongo.

Estos detalles podrían parecer irrelevantes, pero tienen importancia para comprender el suceso que volvió a despertar el amor y la pasión de los comienzos de nuestra relación.

Un escenario se montó en el centro del parque. La orquesta presentó diversos temas, desde clásicos hasta modernos. Bah, modernos para la época. Algunos pequeños stands ofrecían comida casera, juegos de kermesse y otras atracciones para todas las edades.

Manuela y yo nos separamos en algún momento de la jornada. Alguien que no recuerdo me preguntó sobre un asunto económico que a ella no le interesaba. Se soltó de mi brazo y desapareció entre la multitud.

Lo siguiente que oí fue su voz.

«Si fea soy, pongámosle

que de eso aún no me enteré.

En el amor yo solo sé

que a más de un gil dejé de a pie.

Podrán decir, podrán hablar

y murmurar y rebuznar,

mas la fealdad que Dios me dio

mucha mujer me la envidió».

Manuela estaba de pie en el centro del escenario. Cantaba Se dice de mí al ritmo de la orquesta.

Varios de los presentes se habían volteado a observarla. Chiflaban y aplaudían mientras mi esposa cautivaba sus corazones casi tanto como el mío.

Purgatorio (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora