✦ DÍA 1 - CAPÍTULO 3 ✦

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Al otro lado de la calesita, las cosas se veían un poco más normales

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Al otro lado de la calesita, las cosas se veían un poco más normales. Había un largo pasillo, similar a los que pueden encontrarse en grandes hospitales, con puertas a ambos lados. Todo era blanco, pero había dibujos realizados por los niños enmarcados con palitos de helado que colgaban de los muros, cual galería de arte. Pequeñas luces rojas titilaban junto a cada puerta, casi imperceptibles, salvo que uno las estuviese buscando con la mirada.

Y Anahí las buscaba, curiosa.

La mayoría de las habitaciones tenían las puertas cerradas, pero no había manijas para abrirlas, solo el bajorrelieve en forma de cruz que posiblemente se activara de la misma forma que en el ascensor.

Irina notó que la pelirroja se quedaba atrás otra vez, distraída por el entorno.

—Estas son las piezas. Las mantenemos cerradas todo el tiempo, pero cualquiera de nosotros puede abrirlas. No te preocupés, en unos días vos también vas a tener tu anillo cruxia para acceder a las habitaciones.

Anahí asintió con la cabeza, sin prestar atención a lo que le decían. No entendía de qué le hablaban.

Caminaron en silencio hasta su destino. El pasillo terminaba y las obligaba a doblar hacia uno de los lados. Viraron a la derecha y avanzaron por un par de minutos hasta detenerse frente a una puerta que se veía exactamente igual que las demás.

—Este lugar es un laberinto —murmuró Anahí, sin dirigirse a Irina, sino más bien como un pensamiento en voz alta que escapaba de su boca sin pedir permiso.

—Ese es el punto. Acá estamos a salvo.

La expresión en el rostro de Irina se transformó. Era imposible saber si su reacción era real o teatralizada.

—¿A salvo de qué? —quiso saber Anahí con curiosidad.

—De cualquiera que quiera lastimarnos. No sé, ¿criminales? ¿El gobierno? ¿Los enemigos del fundador? Nunca pasó nada malo, pero el dueño del lugar tuvo la idea de las cerraduras especiales —se encogió de hombros, había cierto desdén en su afirmación.

Anahí sabía que Irina ocultaba algo, pero consideró que lo mejor sería no insistir por el momento. Muchas cosas habían pasado desde la noche anterior. Estaba cansada y hambrienta. No sabía si podía confiar en las buenas intenciones de la chica, pero no tenía otra opción. Si todo salía bien, tendría suficientes oportunidades para sacarse las dudas por la mañana. A pesar de lo extraño del lugar, la adolescente que la guiaba parecía ser una buena persona.

Se detuvieron en uno de los corredores. La morocha golpeó la pared tres veces para anunciar su llegada antes de abrir la puerta.

Ingresaron entonces al comedor, una gran habitación con numerosas mesas bajas, redondas, a la altura de los niños más pequeños. Cada una tenía entre cinco y ocho sillas de madera descolorida alrededor.

Purgatorio (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora