✦ DÍA 1 ✦

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Algunos rayos de sol atravesaron la ventana que la dueña de la casa había olvidado cerrar la tarde anterior. Se escuchaba el sonido de varios vehículos que transitaban por la ciudad con cierto apuro, bocinas y conversaciones de personas que caminaban por la vereda. Nada fuera de lo normal, salvo, claro, porque Anahí llevaba una semana sin entrar a su habitación.

La pelirroja abrió los ojos y clavó la mirada en las estrellas fluorescentes que adornaban el cielorraso. Sonrió. Se sentó en el borde de la cama, todavía un poco desorientada, y recorrió el espacio que le resultaba, al mismo tiempo, familiar y extraño.

Su pieza nunca había estado tan limpia y ordenada. Todos los libros y CD se encontraban alineados en las estanterías, no había ropa en el piso ni paquetes de galletitas en el tacho de basura. Incluso sus peluches parecían haberse puesto de acuerdo para sentarse de mayor a menor en el alféizar de la ventana. No quedaban rastros de suciedad en ningún rincón; hasta la mancha de chocolatada caliente que había volcado el día de su partida ya no decoraba la colcha turquesa.

Por un momento, Anahí creyó que todo había sido un sueño del que acababa de despertar, una de esas pesadillas que parecen reales y eternas.

Bostezó, aún con una ingenua sonrisa dibujada en el rostro. Planeó en su mente lo que haría durante el resto del día. Primero que nada, llamaría a su novio y le contaría el sueño. Luego, tiraría a la basura toda la ropa gris que tenía en el placard; Y, durante la cena, hablaría con su hermana para ir de compras al Abasto apenas cobrase su próximo sueldo.

El sonido de un despertador la sacó de sus pensamientos. Era la alarma de su madre, Carolina, que resonaba por los pasillos cada mañana con Penumbras, la canción de Sandro que tanto le gustaba a la mujer.

Con gran alegría, Anahí se levantó para ir a preparar el desayuno. Pero antes de salir, se detuvo frente al espejo y se sorprendió al notar que estaba vestida igual que en su sueño, cuando se encontraba en el boliche con Irina.

En su mente se mezclaban realidad y ficción, hechos y deseos. La pelirroja anhelaba descubrir que nada había cambiado, pero en el fondo sabía que ella era tan solo un fantasma.

Con miedo, posó su mano sobre la puerta de la habitación y descubrió que podía atravesarla. Maldijo. Se enfadó como defensa sentimental para no llorar. Observó el reflejo una vez más y analizó su imagen durante un par de minutos, preguntándose si acaso se encontraba en un sueño dentro de otro, como en las películas. Después de todo, la gente dice que lo último que se pierde es la esperanza, y Anahí se aferraba con desesperación a cualquier posibilidad de seguir con vida.

Por fin, rendida ante la obviedad de la situación, se mordió el labio inferior y recorrió los pasillos hasta llegar a la cocina. Sus pisadas no resonaban como de costumbre, pero las paredes parecían gritar su nombre haciendo eco del pasado, de viejas conversaciones.

Anahí quedó devastada ante la escena que se alzaba ante a ella. Su madre se encontraba sentada a la mesa frente a una humeante taza de cappuccino; parecía haber perdido peso. El vestido floreado le quedaba holgado, con las mangas resbalándole sobre los hombros. Además, era imposible definir si la mujer no se había teñido o si nuevas canas surcaban ahora su negra cabellera, cubierta por destellos plateados. Al acercarse, la pelirroja notó que el rostro de Carolina también había cambiado: un par de arrugas marcadas le recorrían la cara, y las ojeras oscuras y pronunciadas hacían que las líneas escarlatas de sus ojos resaltaran incluso más.

—Mamá susurró Anahí, sospechando que nadie podría escucharla—. Mamá —repitió—, todo está bien. —Intentó abrazarla, pero era incapaz de rodear el cuerpo de la mujer.

Purgatorio (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora