Purgatorio (COMPLETA)

By uutopicaa

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Anahí tenía dos grandes temores: la muerte y el maquillaje corrido. Esta historia comienza la mañana en la qu... More

¡LA HISTORIA VUELVE A SER GRATUITA!
SINOPSIS + NOTA DE AUTORA
✦ PRIMERA PARTE ✦
✦ DÍA 1 - CAPÍTULO 1 ✦
✦ DÍA 1 - CAPÍTULO 2 ✦
✦ DÍA 1 - CAPÍTULO 3 ✦
✦ DÍA 2 - Capítulo 1 ✦
✦ DÍA 2 - CAPÍTULO 2 ✦
✦ DÍA 2 - CAPÍTULO 3 ✦
✦ DÍA 2 - Capítulo 4 ✦
✦ DÍA 3 - Capítulo 1✦
✦ DÍA 3 - Capítulo 2 ✦
✦ DÍA 4 ✦
✦ DÍA 5 ✦
✦ DÍA 6 ✦
✦ DÍA 7 ✦
✦ SEGUNDA PARTE ✦
✦ DÍA 1 ✦
✦ DÍA 2 ✦
✦ DÍA 3 ✦
✦ TERCERA PARTE ✦
✦ DÍA 1 ✦
✦ DÍA 3 ✦
✦ DÍA 4 ✦
✦ DÍA 5 ✦
✦ DÍA 6 ✦
✦ DÍA 7 ✦
✦ DÍA 8 ✦
✦ DÍA 9 ✦
✦ DÍA 10 ✦
✦ DÍA 11 ✦
✦ DÍA 12 ✦
✦ DÍA 13 ✦
✦ DÍAS 14, 15 Y 16 ✦
✦ DÍA 17 ✦
✦ DÍA 18 ✦
✦ DÍA 19 ✦
✦ DÍA 20 ✦
✦ DÍAS 21 Y 22 ✦
✦ DÍA 23 ✦
✦ DÍA 24 ✦
✦ DÍA 25 ✦
✦ DÍA 26 - CAPÍTULO 1 ✦
✦ DÍA 26 - CAPÍTULO 2 ✦
✦ DÍA 26 - CAPÍTULO 3 ✦
✦ DÍAS 27 Y 28 ✦
✦ DÍA 29 ✦
✦ EPÍLOGO ✦
✦ Las memorias de Lucio ✦
✦ MEMORIAS - PARTE 1 ✦
✦ MEMORIAS - PARTE 2 ✦
✦ ESPECIAL DE NAVIDAD ✦
¡GRATIS! Mini videojuego basado en la novela

✦ DÍA 2 ✦

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By uutopicaa


Anahí despertó al oír que alguien golpeaba la puerta de su habitación. Bostezó antes de abrir los ojos y tardó varios segundos en recordar en dónde se encontraba. La pieza que le habían asignado era espaciosa, con las paredes cubiertas por empapelado gris oscuro y flores de lis. Un gran ventanal ocupaba casi la totalidad de la pared opuesta a la puerta y la cama matrimonial era tan mullida que se hundía bajo el peso de la pelirroja.

Más golpes.

No respondió. Tampoco abrió la puerta. Todavía estaba enfadada por la forma en la que Lucio la había tratado. Además, de seguro tendría el maquillaje corrido por haber llorado la noche anterior. No quería ser vista así.

Antes de acostarse, Anahí había notado que su habitación tenía un pequeño baño privado que era bastante más moderno que el resto de la casa. Pensó en ducharse, pero no le agradaba la idea de colocarse la misma ropa sucia y transpirada con la que había estado todo el día anterior y que había usado incluso para dormir, a falta de un buen pijama.

Los golpes cesaron de repente, sacándola de sus pensamientos, y un papel fue deslizado bajo la puerta.

Anahí esperó un par de minutos antes de acercarse y leerlo. Si se apresuraba, le indicaría a su visitante que ya se había levantado.

«Señorita Torres. El señor Ocampo ha dejado un paquete para usted. Pidió que se lo entregásemos antes del mediodía. Lo dejaré en la puerta para que pueda abrirlo cuando se despierte.

Olga».

La pelirroja sonrió, llena de curiosidad, y abrió la puerta apenas lo suficiente como para asomarse. Del otro lado la esperaba una bolsa de cartón blanca que le llegaba hasta la rodilla. Antes de tomarla, se asomó y observó hacia ambos lados del pasillo para asegurarse de que nadie la vería. Luego, arrastró el paquete y volvió a encerrarse en la habitación.

Sin pensarlo dos veces, volteó la bolsa sobre la cama. El contenido se desparramó, desordenado, sobre las sábanas revueltas. Del paquete cayó una pila de ropa y otra nota dentro de un sobre cerrado con un sello de cera roja. Anahí alzó una ceja frente a lo anticuado e innecesario de aquel detalle y rasgó uno de los lados del envoltorio hasta encontrarse con un texto en prolija caligrafía cursiva.

«Hago entrega de dos cambios de ropa y un camisón que pertenecieron a mi difunta esposa. Creo que serán de su talle, aunque los encontrará pasados de moda. Le pido que cuide de dichas prendas porque son preciadas para mí. Sus posesiones serán trasladadas a este edificio entre hoy y mañana. Sea paciente.

Si necesita algo más, presione el botón que se encuentra junto a la ventana y Olga o Inés la asistirán. Me ausentaré hasta la hora de la cena. Compórtese.

Atte. Don Lucio Alonso Ocampo de Larralde».

«¿Esposa?». Anahí no sabía que el hombre hubiese estado casado. No tenía pinta de ser una persona romántica en lo más mínimo.

Suspiró, indecisa. Nunca le había gustado la ropa usada, en especial si cabía la más mínima posibilidad de que le hubiera pertenecido a alguien que ya falleció. Sin embargo, aceptaba con resignación que necesitaba ponerse algo limpio y que, después de todo, ella también estaba muerta, técnicamente hablando.

Dejó la nota a un lado y analizó las prendas. La bolsa contenía dos vestidos largos muy sencillos. Además, había un camisón pálido que le llegaría hasta las rodillas, ropa interior como la que usaba su abuela —con la etiqueta que indicaba que era nueva y nunca había sido usada— y un par de sandalias plateadas de taco alto. No era su estilo, pero al menos podría cambiarse.

Se dirigió al baño con cierta prisa y abrió la canilla para llenar la bañadera. Le habían dejado shampoo, enjuague y dos toallas blancas que le recordaban al hotel en el que se había hospedado el verano anterior, en la costa. Se daría un buen baño de inmersión, aprovecharía para relajarse por una o dos horas y luego preguntaría a las empleadas si tenían maquillaje para prestarle.

En El Refugio no se oían voces ni risas; los pasos eran silenciosos, expectantes. Muchos no habían notado todavía la ausencia de Anahí, pero un presentimiento les indicaba que aquella mañana el aire se respiraba de otra forma. Algo había cambiado.

Irina ya no podía demorar el anuncio. No era vergüenza lo que sentía, sino un creciente odio hacia sí misma. En incontables ocasiones había robado; unas cuantas veces casi la atraparon, y ahora no solo puso en riesgo a su mejor amiga, sino que su cobardía la condenó a una eternidad en el purgatorio. La pelirroja ya no podría tomar una decisión.

Quizás, en el fondo, esa había sido la intención de Irina desde un comienzo, en un desesperado intento por retener a Anahí a su lado. Suponía que la recién llegada deseaba regresar al mundo de los vivos para poder vengarse, por lo que Irina temía ser abandonada de nuevo a la soledad de una existencia vacía y monótona como niñera de un montón de pequeños que la veían como a una hermana mayor. Y aunque sentía cariño por los más jóvenes, también ansiaba poder degustar la libertad de hacer lo que quisiese y cuando quisiese: salir a bailar y tomar cerveza con alguien, ir de compras y todas esas cosas que podría hacer con una amiga como Anahí.

Antes de ir al comedor, la morocha se lavó la cara con agua helada. Era una costumbre que tenía cuando debía enfrentarse a algún problema.

Era hora de almorzar. Todos estarían reunidos y la oirían confesar sus acciones. Por un momento, Irina pensó en mentir, en decir que Anahí se sentía mal y quería dormir hasta tarde. Pero la mentira no se sostendría por más de un día y cada segundo que retrasara su anuncio sería como una puntada en el corazón. Odiaba ocultarle cosas a su hermana, pero también detestaba tener que admitir un error. Y haber robado y abandonado a Anahí con la patrulla de sunigortes había sido, hasta el momento, el más grave error de su existencia. Dudaba si podría cometer algo peor que aquello en el futuro.

Suspiró.

Notó que le temblaba la mano al sostener el anillo frente a la puerta que conducía al comedor. También sentía gotas de transpiración helada deslizándose con lentitud por su espalda.

Entró.

Varias voces la saludaron con un animado «buenos días, Iri» y sonrisas inocentes. Avergonzada, bajó la vista y avanzó en silencio hasta su mesa, sin devolver el saludo a los pequeños.

Delfina pareció no notar lo ocurrido, pero fue directo al grano.

—Hola, Iri —dijo en un susurro—. ¿Ani sigue durmiendo?

—No.

—¿No tiene hambre? —insistió la menor de las hermanas.

—No sé.

—¿Querés que vaya a buscarla?

—¡No! —gritó Irina. Golpeó la mesa con fuerza y volcó las bebidas. Sus ojos se llenaron de lágrimas—. Dejá de preguntarme por ella. No va a volver.

—Ya lo sé.

—¿Eh? —La chica de pelo corto miró a su hermana, confundida—. ¿Cómo que ya sabés?

—Don Lucio me lo contó todo.

«Claro, él siempre se entera de lo que pasa. Después de todo, es dueño de media Argentina», pensó Irina dejando que las lágrimas brotaran de sus ojos.

—¿Por qué llorás? —preguntó Delfina. Colocó una mano sobre el hombro de su hermana.

—Porque le arruiné a Anahí la posibilidad de decidir su futuro.

—No sé de qué me hablás —contestó Delfina, desorientada.

—Que la agarraron los sunigortes. Debe estar muerta ahora.

Los niños estaban en silencio. Nadie había probado el almuerzo. En sus rostros se pintaba un cuadro de miedo y preocupación, de pesadillas y dolor. Sin embargo, la tensión se rompió pronto cuando la menor de las hermanas Valini comenzó a reír, tapándose la boca con la mano para ahogar su propia voz.

—Así que eso fue lo que pasó —dijo luego con una sonrisa—. Anahí está bien, pero no va a volver. —Hizo una pausa—. Don Lucio llamó esta mañana y me explicó lo del robo. Parece que llegó justo a tiempo y la salvó. Se la llevó a su casa y no permitirá que vuelva a El Refugio. Se quedará con él hasta el día del juicio. Pero me pidió que no te dijera nada, que esperara a que vos me lo contaras. Ahora entiendo el motivo. —El semblante de Delfina se ensombreció un poco y su tono retomó la seriedad—. Don Lucio estaba realmente enojado con vos y con todos nosotros. También dijo que enviaría a sus empleados a retirar todas las pertenencias de Anahí para llevarlas a su hogar. Todo contacto con ella está prohibido. No podemos llamarla ni visitarla. Y es tu culpa.

Irina sonreía, aliviada. Sentía que un terrible peso se había desvanecido de sus hombros.

—Me alegra que esté bien. Pero voy a encontrar una forma de rescatarla y traerla de vuelta.

—Va a estar mejor con él. No correrá peligro, tendrá luz del sol y seguro la atenderán como a una princesa —aseguró Delfina, tal vez con un poco de envidia y añoranza. A pesar de que el primer encuentro con Lucio había sido en circunstancias dolorosas, su estadía en Villa Ocampo fue un sueño en comparación con su hogar bajo tierra.

—O la hará trabajar como a Cenicienta —agregó Irina. Siempre tuvo razones para odiar a aquel hombre, y esta era apenas una más de ellas—. Seguro que va a tratar a Anahí como a una sirvienta, de la misma forma que intentó hacerlo con vos. Tengo que rescatarla, secuestrarla o algo —pensó en voz alta.

—Ni se te ocurra —la reprendió Delfina—. Si hacés que don Lucio se enoje más, va a dejar de mandarnos comida para los chicos. Tenés que pensar más allá de lo que vos querés.

—Don Lucio esto, don Lucio el otro. ¿Tanto te gusta ese tipo? —respondió Irina, enfadada—. Es lo único que te importa, ¿no? Quedar bien con él. Me das asco a veces. Ya no tengo hambre. Chau. —Se puso de pie y se marchó del comedor sin mirar atrás; dejó a su hermana llorando frente a los niños que la observaban en silencio.

—Iri, Iri —una vocecita llamó su nombre.

—¿Santi? —preguntó la morocha al voltearse.

—Yo también quiero que Analí vuelva. Le hice un dibujo y todo. Si la vas a rescatar, ¿se lo podrías dar? —Sacó un papel doblado en varias partes que llevaba en el bolsillo—. Se lo prometí.

—Cla... claro. —Irina tomó el dibujo. Luego, se arrodilló y abrazó a Santiago—. No te preocupés, yo voy a traer a Anahí de vuelta. Cueste lo que cueste.

Era la primera vez que Anahí veía el sol brillar con tanta intensidad en el purgatorio. Los cálidos rayos atravesaban el ventanal de su nueva habitación y le acariciaban la piel. La ciudad se camuflaba con el cielo en la distancia; solo algunos edificios se recortaban en el horizonte apenas como sombras azules.

Todo allí parecía ser perfecto. Tenía una habitación enorme y elegante, el ventanal que ocupaba casi toda la pared lateral la llenaba de energía, su cama era cómoda, había empleados que le traerían lo que ella quisiera y que preparaban comida casera. Sin embargo, en su corazón quedaba un vacío que ningún lujo llenaría. El vacío que alguna vez fue su libertad.

Las emociones se arremolinaban en Anahí. No deseaba estar allí, pero tampoco en El Refugio. Extrañaba a sus amigos, pero no deseaba volver a ver a Irina.

Y estaba don Lucio, un hombre extravagante que le había salvado la vida, pero que también la había condenado al encierro. Le debía mucho, aunque estaba enfadada con él.

Su mente era una completa contradicción.

Al fin y al cabo, estaba enojada con todo el mundo. Con ella misma, con su vida, con su exnovio, con el criminal que la asesinó y con todos los habitantes del maldito purgatorio.

Necesitaba relajarse y meditar sobre los hechos más recientes. Quién era su aliado y quién su enemigo —si es que había alguno—. Quería hacer un balance entre las ventajas y las desventajas de quedarse allí, con su captor. Podría escapar y vagar por la ruta un par de días hasta llegar a la ciudad, pero suponía que no serviría de nada. Además, seguro que don Lucio la capturaría apenas notara su ausencia.

¿Qué quería hacer?

Por el momento, solo deseaba estar sola.

La noche llegó sin prisas y, con ella, don Lucio. Las luces de su coche destellaban como estrellas fugaces que se movían al avanzar por la ruta en dirección a su hogar.

Anahí lo observó por la ventana desde que las primeras señales del vehículo asomaron en la distancia. Observó y siguió observando. A medida que su captor se acercaba, el sonido del rugiente motor se oía con más fuerza en el silencio del campo.

Cuando supuso que él también podría verla, cerró las cortinas y prestó atención. Escuchó la puerta de la casa abrirse y la del auto cerrarse. Las voces eran lejanas, lo que le impedía comprender las palabras que Olga intercambiaba con su empleador.

Silencio. Varios minutos de nada y, luego, pasos que se acercaban a su habitación seguidos de insistentes golpes a la puerta.

—Señorita —dijo la mucama—. La cena estará servida en unos minutos. Por favor, baje al comedor.

—No tengo hambre —mintió. Todavía no estaba preparada para hablar con nadie.

—Son órdenes de su anfitrión.

—Dígale que me duele la panza —mintió Anahí.

Los pasos se alejaron una vez más.

Más allá de su errático humor, le avergonzaba que la viesen vestida así, con modelos antiguos que le quedaban mal. Los vestidos eran demasiado largos para alguien de su estatura y hacían que la ropa interior se trasluciera bajo la tela. Y no pensaba dejar que Lucio la viera en camisón.

En cuestión de minutos, regresaron los pasos y los golpes.

—Disculpe, pero el señor dice que si no baja a cenar, él vendrá en persona, tirará la puerta abajo y la arrastrará de los pelos hasta la mesa para atarla a la silla y obligarle a comer.

«¿Cómo se atreve?».

—Deme un par de minutos. Tengo que vestirme —contestó Anahí resignada. No creía que Lucio fuese capaz de semejante violencia, pero tampoco deseaba poner a prueba la teoría.

La chica suspiró y decidió hacer algo insólito y un tanto ridículo. Se colocó el camisón por debajo del vestido. Al tener dos capas de tela superpuestas, su ropa interior oscura no se vería.

Se asomó al baño por apenas un instante para analizar su aspecto. Le molestaba no tener los ojos delineados, pero nada podía hacer al respecto. Por lo demás, estaba presentable. Resignada, salió de su habitación. Temía perderse en los pasillos de la casa, pero vio a Olga esperándola unos cuantos metros más adelante. La mujer supo guiarla a destino.

—Me alegra no verme forzado a destruir mi propia casa para traerte al comedor —dijo don Lucio al verla llegar.

—¿Hola? Podrías saludarme al menos.

Lucio rio. Seguía fascinado con el mal carácter de Anahí y sus constantes insultos. Era la única persona en toda Argentina que se atrevía a enfrentarlo o incluso a contradecirlo. Al principio, la había considerado como a una adolescente maleducada, pero, incluso luego de saber quién era él, no había cambiado su actitud.

La despreciaba, aunque al mismo tiempo le resultaba interesante, una curiosidad exótica que venía de la época moderna. Se preguntaba si todos los jóvenes actuarían así en el mundo de los vivos o si se trataba de una excepción a la regla.

—No consideré que merecieras un saludo, después de que rechazaste la primera invitación que te hice. Pero si ese gesto logra que me respetés, entonces lo haré. —Hizo una pausa para tomar aire—. Buenas noches, Anahí, es un placer compartir la mesa con vos. Espero que disfrutés de la cena. —Forzó una sonrisa.

—Seguro la disfrutaré más que tu compañía —contestó ella. Luego, bajó la cabeza y comenzó a comer sin siquiera ver qué le habían servido.

Él la observaba con detenimiento. La ropa de Manuela no le quedaba del todo bien, era demasiado amplia para ella.

—Por cierto —dijo Lucio al pasar—. Mañana por la tarde traerán tus pertenencias, así que deberás permanecer fuera de tu habitación hasta la cena.

—¿Y si no quiero? —contestó ella con la boca llena.

—Ya sabés cómo funcionan las cosas conmigo. Si no querés salir de la habitación, te arrastraré por la fuerza.

—¡Ja! Y tan caballeroso que parecías —respondió Anahí con sarcasmo.

—Respeto a las damas, pero hasta el momento no he visto nada que indique que vos sos una. Al mirarte veo a un animal salvaje, a una niña malcriada que necesita aprender buenos modales.

Lucio hablaba con calma, sonriendo ante sus propias palabras. De una manera inexplicable, disfrutaba de insultar a Anahí más que a cualquier otra persona; quizá porque esperaba ansioso una respuesta tan filosa como las suyas.

Hasta hacía poco tiempo, don Lucio había olvidado qué tan entretenido era debatir con alguien, discutir y tener opiniones diferentes. Todos en la ciudad le daban siempre la razón y eso era, en cierta forma, aburrido. Tal vez, en el fondo quería aceptar el cambio al que tanto le temía.

No. Él sabía que no debía sucumbir a la duda, a la tentación de una tormenta que desequilibrara su monotonía, su control sobre la ciudad. Anahí, al igual que Manuela, le haría cuestionarse sus principios, sus métodos y cada una de las decisiones que tomaba. Era solo cuestión de tiempo.

Por fortuna, se desharía de ella en poco menos de un mes. Solo tenía que mantenerla bajo control y no permitirle interferir en su vida.

—Estoy llena —dijo Anahí, sacando a Lucio de sus pensamientos—. Gracias, Olga, realmente cocinás bien.

—Gracias, señorita —respondió la mujer, esbozando una sonrisa.

Anahí movió su silla hacia atrás para poder levantarse.

—¿Y a dónde te pensás que vas? —preguntó Lucio—. Te vas a quedar sentada en esa silla hasta que yo termine. Lo mínimo que espero es que aprendás buenos modales mientras vivás conmigo.

Sin contestar, la pelirroja volvió a arrimarse a la mesa, empujó el plato a un costado y recostó su cabeza sobre el mantel.

—Buenas noches. Avisame cuando pueda irme.

Lucio ignoró el comentario y cenó con tranquilidad, como solía hacerlo. Se tomó su tiempo, bebió unas copas de vino y fumó un habano.

—Anahí —la llamó varios minutos después—. Disculpá que interrumpa tu siesta, pero se me acaba de ocurrir algo; me preguntaba si estarías interesada en acompañarme mañana a una subasta en las afueras de la ciudad. Debe ser bastante tedioso quedarse encerrada todo el día en este lugar.

—Quiero volver a El Refugio —dijo ella sin pensarlo. En realidad, no estaba segura de desear eso, pero no le agradaba pasar tiempo con Lucio—. Además, no tengo ropa —agregó.

—Lo primero, lamento decirte que no puedo solucionarlo. Tenés prohibido relacionarte con esa gente hasta el día del juicio. Por lo segundo, no te preocupés. Te traje un par de cosas que compré en la ciudad antes de regresar. Supuse que querrías un atuendo más moderno que lo que te entregué esta mañana. —Hizo una pausa y se giró para dirigirse a su empleada—. Olga, ¿podría decirle a Inés que vaya a buscar las bolsas que dejé en el auto y llevarlas a la habitación de nuestra huésped?

—Sí, señor —contestó la mujer, haciendo una leve reverencia antes de marcharse.

—De todas formas, no tengo ganas de ir. —Anahí se encogió de hombros.

—¿Alguna vez fuiste a una subasta?

—No —admitió ella.

—Es una experiencia agradable, aunque a veces saca el lado más oscuro de las personas. Depende de lo que esté en venta, claro está. —Bebió un sorbo de vino—. El evento de mañana será en la casona de un profesor de literatura que falleció hace un par de meses y no regresó. Seguro encontraremos ejemplares interesantes.

Anahí le clavó la mirada a Lucio y esbozó una sonrisa.

—Está bien. Supongo que puedo ir. Pero no creás que con eso te vas a ganar mi buen trato. Te va a costar bastante lograr que te tenga el más mínimo aprecio. Hasta ahora, sos un secuestrador malhumorado que me tiene prisionera en su mansión por razones que todavía no comprendo.

—No pretendo que me aprecies, tan solo que me respetés y que logres considerar mi casa como tu hogar hasta el día de la decisión. Luego, serás libre de ir y hacer lo que quieras —explicó él.

—¿Es una promesa?

—Si querés llamarlo así. O podemos firmar un contrato con mi abogado, si te parece mejor y desconfiás tanto de mi palabra.

—No. Supongo que puedo darte una oportunidad. Ahora, si la ropa que me trajiste es un espanto, ni loca te acompaño —comentó Anahí, desafiante.

—Creo que logré comprender tu estilo de vestimenta lo suficiente. Pero ya me lo dirás por la mañana. Inés tiene instrucciones de despertarte a las seis para que tengas tiempo de ducharte y arreglarte.

—¿A las seis? —se quejó la pelirroja.

—Sí, tenemos casi tres horas de viaje y hay que llegar al lugar antes de las diez. —Lucio movió su silla para levantarse—. Podés retirarte por hoy. Buenas noches. Si me necesitás, voy a estar en mi estudio.

Ella lo imitó y se dirigió a su habitación para ver sus nuevos atuendos. Ingresó con prisa sin saber con qué iba a encontrarse.

«¿Algunas bolsas?».

Lucio había comprado tantas cosas que los paquetes no entraban sobre la cama y se amontonaban a los costados.

Anahí reconoció algunas de las marcas que le habían gustado en su salida al shopping. Sonrió y empezó a sacar la ropa de las bolsas. Separó todo en dos montañas: lo que le gustaba y lo que no. Por fortuna, Lucio estaba en lo cierto y había escogido diseños que se ajustaban a su estilo.

Y maquillaje. Le había comprado un montón de maquillaje de distintas marcas. Tenía todo lo que necesitaba. Un perfume, base, delineador y máscara para las pestañas.

Además, en las bolsas no solo había ropa y zapatos nuevos, sino también dos pijamas de verano, un camisón negro a lunares y ropa interior.

Anahí rio al imaginarse a Lucio en una lencería escogiendo corpiños y bombachas para ella. La peor parte era que había comprado en todos los estilos, desde lo más deportivo hasta lo más sexy, pasando por lo clásico.

«Hola, señor, ¿cuánto sale esta tanga?», dijo la pelirroja en su mente mientras se imaginaba la voz de Lucio y el desconcierto de los empleados en el local. Dejó escapar una carcajada solitaria y siguió acomodando sus cosas.

No sabía qué hacer con todas las bolsas vacías y con lo que no le gustaba, así que lo amontonó en un rincón. Luego, escogió el atuendo para el día siguiente. Separó también un par de botas oscuras y un broche para su cabello.

Después, salió de la habitación y se dirigió al estudio de Lucio para agradecerle.

Golpeó la puerta y esperó.

—Adelante —dijo él, invitándola a pasar.

Anahí ingresó. Se quedó callada por algunos minutos al notar que Lucio escribía algo en su escritorio. No quiso interrumpir. Por esta vez, intentaría ser cortés con él.

Mientras aguardaba, analizó la habitación una vez más. Era un sitio bastante clásico. El piso era de madera barnizada, las paredes estaban cubiertas de estanterías colmadas de libros y de cuadros. Una chimenea descansaba contra la pared que daba a la calle, junto al ventanal debajo del que se encontraba el escritorio.

La pelirroja oyó que Lucio movía su silla y giró su mirada para verlo. Llevaba el cabello negro suelto; le llegaba casi hasta la cintura. Era la primera vez que ella lo veía así. Además, ya no vestía con su ropa formal, sino que llevaba una bata gris semiabierta. Era un gran cambio. Parecía otra persona.

—¿Qué ocurre? —preguntó él.

—Gracias por la ropa. Me quedó bastante bien. Te voy a acompañar mañana.

—Perfecto. Gracias por avisarme.

—¿Te puedo preguntar algo? —murmuró Anahí.

—Adelante.

—¿Por qué? —preguntó la pelirroja.

—¿Por qué qué?

—¿Por qué hacés todo esto por mí? Llevarme de shopping, salvarme, comprarme ropa, invitarme a salir, y todas esas cosas. No me vayás a decir que te parezco linda, porque vos no sos mi tipo ni en pedo.

Lucio soltó una carcajada.

—Digamos que toda rosa tiene espinas y que todo cactus tiene flor. Es la mejor explicación que puedo darte, supongo. No hay aprecio alguno en el gesto, solo un poco de compasión.

—No es una buena respuesta —se quejó Anahí.

—Es la única que tengo por el momento. —Se puso de pie y se acercó a la chimenea—. Si preferís, tal vez podría decirte que lo hago para satisfacer mi propio egoísmo.

—¿Por egoísmo?

—No sé. Es una posibilidad —contestó con sinceridad.

—Me quedo con la primera respuesta —admitió Anahí, sonriente.

—Bien. Porque es la mejor de todas.

Luego, se quedaron sumidos en un silencio incómodo, interrumpido tan solo por el sonido de la madera quemándose.

—Eso es todo —agregó la pelirroja—. Buenas noches.

—Buenas noches, Anahí —contestó él, dispuesto a regresar a su escritorio.

—¿A qué hora te vas a dormir?

—Yo no duermo. No seguido.

—¿Por qué? —insistió ella—. ¡No me digás que sos un vampiro! ¡Lo sabía!

Lucio arqueó una ceja, confundido ante la suposición.

—No sé de dónde sacás esas ideas—negó él con un movimiendo de su cabeza—. Soy un alma igual que las demás. Y no necesito dormir. En realidad, vos tampoco. Es cuestión de acostumbrarse. El tiempo se aprovecha mejor de esta forma.

«La próxima vez que sonría me voy a fijar si tiene colmillos», pensó ella, desconfiada.

—¿Y qué vas a hacer?

—Escribir —respondió Lucio.

—¿Qué escribís?

El hombre suspiró. No estaba acostumbrado a que le hicieran tantas preguntas y la insistencia comenzaba a irritarle.

—Mi vida. Mi muerte. Anécdotas y esas cosas. Son mis memorias. Pero no voy en orden. Hoy empecé a redactar sobre mi llegada al purgatorio.

—¿Lo puedo leer?

—No —contestó él con rudeza. Pero enseguida se corrigió—. Al menos no por ahora. Capaz cuando termine.

—¿Te falta mucho?

—Una eternidad —dijo él con una media sonrisa.

—No vale —se quejó Anahí.

Él rio. Su risa era grave y profunda. Recordaba a un locutor de radio.

«Nop. No hay colmillos», confirmó, aliviada.

—¿Yo podría quedarme despierta toda la noche? —preguntó la pelirroja.

—Sí. Pero al principio te va a costar, salvo que estés ocupada con algo.

—¿Me ayudarías?

La pregunta lo tomó por sorpresa. Las noches eran su momento de intimidad, cuando tomaba sus decisiones, planeaba sus días y escribía sus memorias. Un mes de distracciones no le haría daño a su agenda, pero temía que la influencia de Anahí fuera demasiada.

Suspiró.

—Lo voy a pensar. Te contesto mañana.

—Gracias. Buenas noches. Te dejo en paz —saludó ella, ya con medio cuerpo del otro lado del umbral.

—Buenas noches. Nos vemos en unas horas —respondió Lucio. Pero al oír la puerta cerrarse, supo que ella no lo había escuchado—. Que duermas bien —agregó en un susurro antes de volver su atención al manuscrito.



Pinta: Apariencia.

Canilla: Grifo.

¡Hola! Si tienen fotos con la novela o fanarts que quieran que ponga en multimedia, me los pueden hacer llegar por redes sociales.

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