Purgatorio (COMPLETA)

By uutopicaa

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Anahí tenía dos grandes temores: la muerte y el maquillaje corrido. Esta historia comienza la mañana en la qu... More

¡LA HISTORIA VUELVE A SER GRATUITA!
SINOPSIS + NOTA DE AUTORA
✦ PRIMERA PARTE ✦
✦ DÍA 1 - CAPÍTULO 1 ✦
✦ DÍA 1 - CAPÍTULO 2 ✦
✦ DÍA 1 - CAPÍTULO 3 ✦
✦ DÍA 2 - Capítulo 1 ✦
✦ DÍA 2 - CAPÍTULO 2 ✦
✦ DÍA 2 - CAPÍTULO 3 ✦
✦ DÍA 2 - Capítulo 4 ✦
✦ DÍA 3 - Capítulo 1✦
✦ DÍA 3 - Capítulo 2 ✦
✦ DÍA 4 ✦
✦ DÍA 5 ✦
✦ DÍA 6 ✦
✦ SEGUNDA PARTE ✦
✦ DÍA 1 ✦
✦ DÍA 2 ✦
✦ DÍA 3 ✦
✦ TERCERA PARTE ✦
✦ DÍA 1 ✦
✦ DÍA 2 ✦
✦ DÍA 3 ✦
✦ DÍA 4 ✦
✦ DÍA 5 ✦
✦ DÍA 6 ✦
✦ DÍA 7 ✦
✦ DÍA 8 ✦
✦ DÍA 9 ✦
✦ DÍA 10 ✦
✦ DÍA 11 ✦
✦ DÍA 12 ✦
✦ DÍA 13 ✦
✦ DÍAS 14, 15 Y 16 ✦
✦ DÍA 17 ✦
✦ DÍA 18 ✦
✦ DÍA 19 ✦
✦ DÍA 20 ✦
✦ DÍAS 21 Y 22 ✦
✦ DÍA 23 ✦
✦ DÍA 24 ✦
✦ DÍA 25 ✦
✦ DÍA 26 - CAPÍTULO 1 ✦
✦ DÍA 26 - CAPÍTULO 2 ✦
✦ DÍA 26 - CAPÍTULO 3 ✦
✦ DÍAS 27 Y 28 ✦
✦ DÍA 29 ✦
✦ EPÍLOGO ✦
✦ Las memorias de Lucio ✦
✦ MEMORIAS - PARTE 1 ✦
✦ MEMORIAS - PARTE 2 ✦
✦ ESPECIAL DE NAVIDAD ✦
¡GRATIS! Mini videojuego basado en la novela

✦ DÍA 7 ✦

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By uutopicaa


—¿Podemos ir a algún lado? Quiero salir. Aunque sea a tomar mate a la plaza —rogó Anahí.

—No sé, no tengo muchas ganas. Capaz más tarde —respondió Irina. La morocha sonrió, en un obvio gesto de complicidad. Ocultaba algo, era posible que se tratase de una sorpresa para su amiga en agradecimiento por todos los regalos que le había traído.

Acababan de almorzar. Los niños ya se habían marchado porque tenían su clase de música quincenal y Delfina estaba en la cocina lavando los platos. Anahí se ofreció a ayudarla, pero la menor de las hermanas se negó. No solo eso, sino que también les llevó té negro, quizá porque su color combinaba con el depresivo espíritu del purgatorio.

La pelirroja lo bebió de inmediato, casi hirviendo. Irina, en cambio, colocó diez cucharadas de azúcar y revolvió la infusión por varios minutos antes de probarla.

—Da igual si es ahora o más tarde, pero prometeme que vamos a salir un rato —insistió Anahí—; dale, haceme el aguante.

—Dependerá de cómo esté el clima —se excusó Irina—. Por ahora, andá a darte una ducha o algo. No sé, leé un libro, escuchá música o lo que sea. Yo tengo mis propios planes para la tarde.

—¿Me estás diciendo sucia? —bromeó Anahí. Ambas rieron—. ¿Qué pensás hacer? —preguntó la pelirroja con curiosidad.

—Quiero practicar los pasos de Thriller para enseñárselos a los chicos —admitió la morocha—. Cuando nos aburrimos mucho, bailamos. Y uno de los CD que me trajiste tiene un cover buenísimo del tema. Solo debo refrescar mi memoria, hace años que no repito esa coreografía.

—¿Te la sabés entera?

—Sí, solo tengo que repasarla primero algunas veces. ¿Te enseño? —preguntó Irina, emocionada.

—Dale, te sigo.

Abandonaron las tazas de té sobre la mesa. Una vacía y una llena, una amarga y la otra dulce. Dos opuestos con tantas similitudes como diferencias, al igual que Anahí e Irina. Un reflejo de sus personalidades.

Practicaron la coreografía hasta que los pies comenzaron a dolerles. La pelirroja no logró dominar los pasos, pero al menos los memorizó. El nuevo reloj que colgaba de la pared del cuarto de Irina marcaba ya las seis y media de la tarde.

—Es suficiente baile por un día —admitió Anahí con la respiración agitada.

—No realmente, pero podemos descansar un rato —Irina hizo una pausa—. Me voy a duchar.

—Yo también necesito bañarme.

—Lo sé. Elegí ropa como la del otro día, así podemos salir —recomendó la morocha.

—¿Aunque ya sea casi de noche?

—Sí.

—¿A dónde vamos? —preguntó Anahí.

—A un lugar —contestó Irina, guiñándole un ojo. Y, sin dejarle tiempo a responder, sacó algunas prendas del placard y salió corriendo por el pasillo—. ¡Yo me ducho primero!

Anahí suspiró y esbozó una sonrisa que nadie vio.

—Wow —murmuró Irina sin saber qué palabra utilizar para describir la sorpresa que le causó el ver la pieza de Anahí con todo ordenado.

—¿Te gusta?

—Me encanta —reconoció la morocha—. Cuando vuelvas a salir con el demonio ese, fijate si podés conseguir algo así, copado, para mi pared.

—Haré lo posible —prometió Anahí.

Irina se había tomado el trabajo de delinearse los ojos. Además, llevaba puesto un atuendo entre casual y atrevido. Lo que más resaltaba eran las botas con plataformas que le otorgaban casi ocho centímetros extra. No era su estilo usual, prefería la ropa holgada y deportiva, pero esta era una ocasión especial.

Anahí iba tan maquillada como siempre, con su cabello carmesí suelto y una gruesa vincha blanca que creaba contraste. Llevaba puesta una musculosa negra corta que dejaba a la vista el piercing de su ombligo y una minifalda entubada. Sus sandalias tenían casi diez centímetros de taco aguja, pero incluso con ellas se veía bastante más diminuta que su amiga.

—¿A dónde vamos? —preguntó la pelirroja—. No sabía qué ponerme.

—Así estás bien —aseguró Irina—, pero todavía no vamos a ningún lado. Salimos después de cenar, así que no te ensuciés.

Sus pisadas hacían eco en los silenciosos pasillos de El Refugio, aunque el sonido era opacado por la estridente voz de Irina que no paraba de reír a todo pulmón mientras contaba viejas anécdotas.

Esa noche en particular, cenaron más tarde que de costumbre, casi a las once de la noche. A Anahí esto le resultó extraño, pero las hermanas parecían considerarlo normal. Delfina dijo que se había entretenido con otras tareas y que se le había hecho tarde, mientras que Irina atestiguó que no era la primera vez que ello ocurría. Sin embargo, el rostro confundido de los niños daba a entender otra cosa. Así y todo, la pelirroja prefirió no preguntar; sabía que tarde o temprano le revelarían el misterio.

—¿Lista? —preguntó Irina cuando el plato estuvo limpio. Su voz reflejaba ansiedad.

—Sí —Anahí dudó porque era ya casi medianoche—, creo.

—¿Llevás cartera?

—Sep —confirmó la pelirroja.

—Genial, entonces voy a tirarte un par de mis cosas adentro, no tengo bolsillos.

—No hay drama.

Anahí colocó su bolsito sobre la mesa y la morocha puso su billetera dentro. Saludaron a Delfina y se marcharon con prisa.

Fuera de El Refugio, el clima del purgatorio era templado. Se encontraron con una noche oscura en la que no soplaban brisas y tampoco se veía la luna en el cielo a causa de las densas nubes que preludiaban una pronta tormenta. Las calles estaban casi desiertas.

«¿Debería ver estrellas o algo así?», se preguntó Anahí de repente. «¿Cómo es que hay astros en el purgatorio? Este lugar no tiene ni pies ni cabeza, es ilógico que se parezca tanto al mundo de los vivos si es, en realidad, otro plano», pensó. Cada vez tenía más dudas sobre el lugar, aunque sospechaba que nadie podría darle las respuestas que buscaba.

A diferencia de Buenos Aires, allí las chicas podían caminar por la ciudad sin miedo; daba igual qué ropa llevaran o cuánta plata tuvieran, porque no había crímenes. Las almas del purgatorio no eran malas, y los únicos robos los cometían niños y adolescentes como Irina y sus compañeros.

A medida que se acercaban a la avenida central, por las esquinas comenzaron a asomar vehículos y transeúntes. Carteles y semáforos iluminaban las veredas de Argentina, acompañados por el murmullo típico de las ciudades. Los restaurantes estaban aún llenos y se veían multitudes saliendo de los teatros.

—Ya falta poco —aseguró Irina cuando doblaron en la diagonal Ingeniero Marucasal—, una o dos cuadras más.

—Eso dijiste hace cinco cuadras —se quejó Anahí.

—Prometo que la caminata vale la pena —hizo una pausa—. Y, si nos queda plata, a la vuelta tomamos un taxi —mintió.

La pelirroja no contestó. Siguió a su amiga mientras intentaba no tropezarse. Irina caminaba a gran velocidad; ella, en cambio, avanzaba a pasos minúsculos, esforzándose por mantener el equilibro.

Cruzaron una calle empedrada y alcanzaron una larga fila de jóvenes que avanzaba con lentitud para ingresar a un edificio que estaba fuera de su campo visual.

—Acá —anunció Irina, deteniéndose al final de la hilera.

—¿Dónde es acá? —preguntó Anahí.

—Cambalache, el mejor boliche de la ciudad.

—¿Un boliche? ¡Me estás jodiendo!

—Nop, hablo en serio —Irina sonrió—; supuse que te gustaría la idea. Además, siempre quise venir y nunca conseguí que alguien me acompañara. Delfi odia estas cosas.

—Me encanta, ¿pero no sos menor?

—Llevo décadas acá, no lo olvides. —Irina alzó una ceja—. Ah, eso sí. No vas a conocer casi ninguna canción. La mayoría son post mortem o de nuevos artistas. Aunque cada tanto hay buenos covers.

—Entiendo. No hay drama con eso.

La fila avanzaba despacio, pero constante, y en menos de quince minutos llegaron a la puerta. En la boletería, Irina pagó por las entradas y mostró al vendedor algún tipo de identificación que llevaba en su billetera. El hombre la miró con atención y asintió con un movimiento de cabeza.

Luego, una mujer las revisó con prisa para asegurarse de que no llevaran nada ilegal encima, esa era la rutina.

Y entraron.

Al pequeño hall inicial le siguió una escalera empinada que descendía en casi total penumbra. A medida que bajaban, la música se tornaba más y más fuerte hasta que el volumen las obligó a gritarse para mantener una conversación.

El boliche era enorme. Consistía de una pista circular, rodeada por sillones que descansaban contra las paredes. En el otro extremo se encontraban el bar y el guardarropa.

Irina y Anahí intercambiaron una sonrisa y corrieron hacia la multitud que danzaba al ritmo de un viejo rock que parecía ser de los años ochenta.

La primera mitad de la noche la ocuparon bailes y bebidas. Varias cervezas, algunos daiquiris y tragos con nombres extraños. Como si hubiesen firmado un pacto, ambas chicas rechazaron a los candidatos que intentaron separarlas para invitarlas a tomar algo o para bailar. Después de todo, no habían ido a buscar una aventura, sino a pasarla bien, a sentirse vivas en el reino de los muertos.

Antes de que el sol comenzara a asomarse en el horizonte, Irina tomó a Anahí por el brazo y la guio a uno de los sillones, que acababa de liberarse. Se sacaron los zapatos un rato y apoyaron los pies sobre la mesita que tenían frente a ellas. El alcohol comenzaba a afectarles, pero no estaban ebrias, tan solo mareadas y, quizás, un poco desinhibidas.

Irina dejó caer su cabeza sobre el hombro de Anahí y bostezó.

—¿Querés saber por qué te traje? —preguntó.

—¿Qué?

—¡Que si sabés por qué te traje, mierda! —repitió Irina a los gritos.

—Porque te dije que quería salir —supuso la pelirroja.

—No, boluda. En un rato vas a irte al mundo real. Y te voy a extrañar, las cosas se van a poner aburridas de nuevo. Van a ser los tres días más largos de mi muerte —confesó Irina.

—¡Me había olvidado! No puedo creer que ya pasó una semana. —Anahí estaba emocionada. Anhelaba ver a sus padres y a su novio. Además, quería saber si habían atrapado a su asesino. Sabía que no podría comunicarse con nadie, pero la nostalgia la invadía. Pensó que con solo observar a sus seres queridos se sentiría mejor.

—¿Te puedo pedir un favor? —agregó Irina. Esperó que su amiga contestara, pero la pelirroja se mantuvo en silencio, expectante. Así que continuó—. Cuando tuvimos el accidente, nuestro hermano menor no vino al purgatorio. Eso significa que seguramente sobrevivió. Supongo que lo habrá criado la abuela Ana, en Buenos Aires. Así que, si te sobra tiempo, ¿lo podés buscar? —Un par de lágrimas se deslizaron por su rostro—. Era muy chico, no debe acordarse de nosotras.

—¿Cómo se llama?

—Rodrigo Eduardo Valini. Tiene alrededor de cuarenta años, si no estoy sacando mal la cuenta.

—Me voy a fijar en Internet, suponiendo que puedo tocar la computadora. No sé cómo funcionará todo eso de ser un fantasma.

—Creo, por lo que escuché, que podés tocar cosas siempre y cuando nadie te vea. Si hay alguien más en la habitación o una cámara filmando, no podés hacer nada.

—Buen dato. Gracias —respondió Anahí.

Irina se colocó los zapatos, se puso de pie y le extendió una mano a la pelirroja.

—¿Bailamos un poco más? —preguntó.

—Hasta que deba marcharme.

Anahí se calzó y tomó las manos de la morocha. Se acercaron a la pista justo cuando empezaba la tanda de cuarteto; aprovecharon para bailar juntas hasta que la pelirroja se desvaneció con una sonrisa en su rostro.

«Estoy despertando», se dijo a sí misma mientras se despedía mentalmente de los personajes que había conocido en los últimos días.

Irina regresó a El Refugio apenas se quedó sola. No existía motivo alguno para permanecer en Cambalache. Y, cuando se recostó, notó que aún sentía el calor de las manos de la pelirroja en las suyas, como si siguieran bailando un buen tema de cuarteto.

Suspiró y cerró los ojos. Extrañaría a Anahí.





Hacer el aguante: Alentar, acompañar a modo de apoyo.

Vincha: Accesorio que se coloca en el cabello.

Musculosa: Prenda casual y/o deportiva que no tiene mangas.


Con esto termina la primera parte de la novela 

Hay una playlist de Spotify para acompañar la lectura. Si la quieren, me pueden pedir el enlace en un comentario.

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