Purgatorio (COMPLETA)

By uutopicaa

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Anahí tenía dos grandes temores: la muerte y el maquillaje corrido. Esta historia comienza la mañana en la qu... More

¡LA HISTORIA VUELVE A SER GRATUITA!
SINOPSIS + NOTA DE AUTORA
✦ PRIMERA PARTE ✦
✦ DÍA 1 - CAPÍTULO 1 ✦
✦ DÍA 1 - CAPÍTULO 2 ✦
✦ DÍA 1 - CAPÍTULO 3 ✦
✦ DÍA 2 - Capítulo 1 ✦
✦ DÍA 2 - CAPÍTULO 2 ✦
✦ DÍA 2 - CAPÍTULO 3 ✦
✦ DÍA 2 - Capítulo 4 ✦
✦ DÍA 3 - Capítulo 1✦
✦ DÍA 3 - Capítulo 2 ✦
✦ DÍA 4 ✦
✦ DÍA 6 ✦
✦ DÍA 7 ✦
✦ SEGUNDA PARTE ✦
✦ DÍA 1 ✦
✦ DÍA 2 ✦
✦ DÍA 3 ✦
✦ TERCERA PARTE ✦
✦ DÍA 1 ✦
✦ DÍA 2 ✦
✦ DÍA 3 ✦
✦ DÍA 4 ✦
✦ DÍA 5 ✦
✦ DÍA 6 ✦
✦ DÍA 7 ✦
✦ DÍA 8 ✦
✦ DÍA 9 ✦
✦ DÍA 10 ✦
✦ DÍA 11 ✦
✦ DÍA 12 ✦
✦ DÍA 13 ✦
✦ DÍAS 14, 15 Y 16 ✦
✦ DÍA 17 ✦
✦ DÍA 18 ✦
✦ DÍA 19 ✦
✦ DÍA 20 ✦
✦ DÍAS 21 Y 22 ✦
✦ DÍA 23 ✦
✦ DÍA 24 ✦
✦ DÍA 25 ✦
✦ DÍA 26 - CAPÍTULO 1 ✦
✦ DÍA 26 - CAPÍTULO 2 ✦
✦ DÍA 26 - CAPÍTULO 3 ✦
✦ DÍAS 27 Y 28 ✦
✦ DÍA 29 ✦
✦ EPÍLOGO ✦
✦ Las memorias de Lucio ✦
✦ MEMORIAS - PARTE 1 ✦
✦ MEMORIAS - PARTE 2 ✦
✦ ESPECIAL DE NAVIDAD ✦
¡GRATIS! Mini videojuego basado en la novela

✦ DÍA 5 ✦

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By uutopicaa


Anahí durmió bien. Quizás esto se debiera a la comodidad de una nueva cama con cinco almohadas, sábanas y frazadas de material suave. O tal vez fuese el mero cansancio acumulado luego de cuatro largos días en un lugar desconocido. También era posible que el arduo trabajo de ordenar sus nuevas pertenencias hubiese agotado las últimas reservas de energía que aún le quedaban.

Descansó por más de doce horas, ajena a sus problemas e inseguridades. Y, al despertar, lo hizo con una perezosa sonrisa entremezclada con un ligero bostezo despreocupado. No se levantó enseguida, tampoco abrió los ojos. Rodó de un lado al otro del colchón, abrazada a su nuevo pato de peluche, al que había llamado Dr. Watson, en referencia al famoso personaje de Arthur Conan Doyle. Sabía que era tarde, que había dormido de más; lo podía sentir en su cuerpo que empezaba a entumecerse por la falta de movimiento.

Abrió los ojos y sonrió. Admiró el cielorraso lleno de estrellas fluorescentes que la hacían sentir un poco más a gusto, como en su vieja habitación. Recordó el momento en que las había comprado en una juguetería y el gesto de desconcierto en el rostro de don Lucio cuando ella le explicó que eran para su propia pieza y no para los niños. Después de un rato, regresó al mismo local y compró varios paquetes más, asumiendo que los pequeños agradecerían el regalo.

Se sentó, todavía tapada con su frazada negra, y observó la habitación remodelada casi por completo. Varios muebles cubrían ahora tres de los cuatro muros; el último lo dejó al descubierto porque quería darle un poco más de personalidad. Había comprado unas calcomanías enormes para la pared: franjas negras que pegaría en vertical desde el techo hasta el piso. Frente a ella había un escritorio en el que reposaba su nueva laptop, un par de cuadernos y un lapicero metálico que reflejaba la oscilante luz de su lámpara de lava en varias tonalidades de grises. Lo único malo era que no tendría wifi en El Refugio.

«Y yo que quería ver si encontraba algo parecido a Netflix, me voy a aburrir como un hongo si no», se repitió varias veces.

Cuando salió con don Lucio, la pelirroja había comprado cuadernos en los que podría llevar un listado de sus necesidades y descargar sentimientos contradictorios cuando de la nostalgia brotaran ganas de llorar.

El primer cuaderno ya tenía una página manchada con los garabatos que Anahí llamaba letras, pero que nadie más lograba descifrar. Había comenzado una lista para su próxima salida. Quería una cámara de fotos, la necesitaba.

Desde muy joven, la fotografía había sido una de sus pasiones. Anahí tomó cursos de todo tipo y, aunque fuese tan solo un pasatiempo, era bastante buena en ello. Estaba molesta consigo misma por no haber pensado en la cámara cuando tuvo la oportunidad, y se prometió pedirle a Lucio que se la comprara cuando volvieran a verse. Además, quería preguntar si había forma de instalar Internet en El Refugio, aunque fuera dial-up por la línea telefónica, para enseñarle a Irina a usar las redes sociales —asumiendo que existían en el purgatorio o que había otras diferentes—. También la acechaba bronca por no poder comprar una moto nueva. Según Lucio, solo aquellas almas que ya habían pasado por el juicio tenían permitido sacar la licencia.

Anahí se puso de pie y encendió las otras lámparas, apliques para la pared que habían sido fáciles de colocar por todos lados para ahuyentar la oscuridad. Luego, se miró en su nuevo espejo de cuerpo completo, que estaba apoyado contra un rincón, pero que iría atornillado dentro del placard, contra una de las puertas.

Hizo caras chistosas mientras observaba su reflejo. Posó varias veces, analizó su figura y admiró lo bien que le quedaba su camisón a lunares. Miró después el reloj que colgaba sobre su cama, ya eran casi las dos de la tarde y se había perdido el almuerzo.

Se encogió de hombros y se puso a trabajar en los últimos detalles de su habitación, tarea que le tomó todo el día.

Ya había pasado el mediodía cuando Lucio decidió irse a acostar. La noche le resultó más larga que nunca. Un extraño sentimiento de vacío lo había invadido desde que había llegado a su casa; vacío que intentó llenar aplicando tinta sobre papel, derramando anécdotas sobre el manuscrito que jamás terminaría.

Como si acabase de despertar de un largo letargo, de un sueño hipnótico, don Lucio sacudió la cabeza para despegarse así del pasado y devolver su mente al presente. Le dolía la sien por el esfuerzo que hacía al concentrarse en momentos específicos para poder recordar los detalles. La nostalgia lo había obligado a narrar la tormenta anterior, la historia del alma que sacudió el purgatorio como un terremoto que destruye la ciudad construida justo sobre su epicentro. No se atrevió a deletrear su nombre en aquel instante, temiendo que el repetirlo pudiese invocar a los demonios de su pasado. Con cuidado, encontró formas de evitar el sustantivo propio, entre apodos y referencias.

Bostezó. Con los años había aprendido que las almas no necesitaban dormir, que lo hacían por costumbre. Y la práctica le ayudó a dominar el vicio mortal del sueño, lo que le permitió manejar sus negocios bajo el sol y escribir bajo la luna. De vez en cuando, el estrés mental le jugaba una mala pasada y lo tentaba con la falsa ilusión del sueño. Era una de esas mañanas.

Se puso de pie y caminó hasta la ventana. Observó la difusa silueta de la ciudad por un instante, antes de hacer sonar la vieja campana que llamaba a su empleada más antigua, Olga.

La mujer rondaba los sesenta años en apariencia, con el cabello blanco de raíces a puntas. Tenía los ojos celestes ya descoloridos, casi tan grises como la ciudad. Su sonrisa era permanente y amable.

Olga golpeó la puerta del despacho y esperó a que su empleador le permitiese pasar. Le preguntó a don Lucio si quería tomar mate, como lo hacía todas las mañanas, pero él negó con un movimiento de su cabeza. Le indicó que necesitaba descansar y que no quería ser molestado hasta nuevo aviso. También pidió que revisara su agenda y llamara a todas las personas que debía visitar para cancelar las citas hasta la semana siguiente.

La mujer asintió y se dirigió al teléfono que se encontraba en aquella misma habitación. Abrió la agenda y comenzó a marcar el primer número mientras don Lucio se retiraba a sus aposentos para descansar.

No recordaba cuándo había sido la última vez que había dormido, quizá dos o tres meses atrás, tal vez un poco más.

Se quitó la camisa y cambió sus pantalones por cómodos shorts deportivos antes de deslizarse bajo las sábanas y apagar el velador.

Don Lucio se quedó dormido en un instante y soñó que se encontraba en lo que parecía ser la versión original de la iglesia de Santa Felicitas. Había estado ahí poco después de su fundación, en 1875, inspeccionando el lugar sin decir su nombre y vencido por la curiosidad. Sabía que no era bienvenido en el edificio que, después de todo, se fundó por el crimen que su tío segundo, Enrique Ocampo, cometió al asesinar a la viuda Felicitas Guerrero.

Él había conocido a la mujer y a sus padres; eran buenas personas que, hasta aquel incidente, tenían excelentes relaciones con los Ocampo.

Lucio sonrió al imaginar que su tío estaría en el infierno en aquel momento mientras la viuda lo observaba desde el cielo y se reía de él.

Sin comprender el motivo de esta visión, de este extraño sueño, caminó por los patios desiertos bajo el ardiente sol del mediodía que apenas le permitía vislumbrar algunos rincones del lugar. Sus pasos resonaban al rebotar sobre las baldosas. No había nadie más allí.

«Y ahora es cuando pasa algo malo, un disparo o cualquier sobresalto entre las sombras», pensó don Lucio con cierto sarcasmo y esperó que la pesadilla comenzara.

Pero estaba equivocado.

Sin saber qué hacer, se dirigió a la capilla. Allí se encontró con quienes aparentaban ser las únicas personas en el edificio. Se trataba de una mujer joven vestida de luto y de una niña de no más de cinco o seis años. Ambas estaban arrodilladas frente al altar y sostenían un rosario en las manos mientras rezaban en silencio, con los ojos cerrados. O, al menos, la mujer adulta lo hacía. La niña movía sus pies y observaba el piso con los ojos a medio abrir, parecía estar aburrida. Él le sonrió sin decir nada, pero la pequeña no notaba su presencia.

La escena se mantuvo inmóvil por varios minutos, como si observara una vieja fotografía; el oscilante movimiento de los pies de la niña era lo único que indicaba que el tiempo no se había detenido.

—Vamos, Manuela —dijo la mujer en un susurro.

—Sí, madre —contestó la niña.

«Manuela».

Don Lucio abrió los ojos, sorprendido, y analizó a la pequeña con atención, reparando en su enrulado cabello dorado y en los grandes ojos azules que él había observado tantas veces en el pasado. Esa niña era su Manuela, su esposa, el nombre que se había esforzado por olvidar y por alejar.

El hombre las siguió de cerca hasta que la escena cambió.

Ahora estaban en Argentina, en el purgatorio. Era de noche. Don Lucio reconocía el lugar y el momento a la perfección. En el mundo de los vivos era aproximadamente 1935, pero eso no importaba más que como referencia para lo que sucedía entre los muertos.

Lucio y Manuela bailaban en la edición semanal de la milonga El Fileteado Bohemio en el centro de la ciudad. Ella se veía más hermosa que nunca bajo la blanca luz de la luna que resaltaba el color aporcelanado de su piel y el brillo azulado de sus ojos. Sus rizos danzaban al compás de la música y una sonrisa sincera se dibujaba en su rostro. Llevaba puesto un vestido blanco que le llegaba casi a los tobillos, pero que revelaba sus hombros; así podía lucir un collar de perlas que él le había regalado tiempo atrás.

Lucio no era un gran bailarín. Culpaba a su leve renguera por ello, pero en realidad siempre había sido pésimo en lo que refiere a la música. A pesar de ello, le encantaba el tango, un nuevo estilo musical que se estaba poniendo de moda a gran velocidad en Argentina. Había contratado incluso a un profesor que le enseñaba los pasos para que él pudiese bailar con Manuela.

Y esa noche, Lucio bailó con más energía que nunca, porque al finalizar la velada le propondría matrimonio a su novia.

Siguió a la pareja con la mirada. Verse a sí mismo era extraño y, al mismo tiempo, familiar. La última canción terminaría pronto y él se arrodillaría para ofrecerle el anillo.

Observó la escena con nostalgia y derramó varias lágrimas cuando Manuela aceptó.

Entonces, todo se volvió negro, y las voces futuras de la pareja resonaron a su alrededor. El inicio y el fin. Lo que oía era el preludio a la despedida.

—Estoy cansada, Lucio —dijo ella.

—Yo también.

—Vámonos. Vayamos juntos al Cielo de una buena vez —rogó—. Llevamos casi medio siglo acá.

—No puedo irme. ¿Qué sucederá si termino en el infierno? ¿Cómo soportaré una eternidad sin tu compañía? —preguntó él.

—Confío en que eso no ocurrirá. Conozco a mi esposo, él merece el paraíso.

—Vos sos mi paraíso —murmuró Lucio.

—Por favor —insistió Manuela—. No te pongás cursi ahora.

Silencio.

—Está bien, vayamos juntos —sugirió él, esforzándose por ocultar su miedo.

—Sabés, me gustaría tener una muerte dramática —agregó ella—, algo intenso —explicó.

—¿Dramático?

Manuela rio. Siempre tenía ocurrencias extrañas.

—De acuerdo, pensaré en algo.

Don Lucio despertó bañado en una mezcla de transpiración y lágrimas, con la culpa carcomiéndole el corazón. Le había fallado a Manuela, a la mujer de sus sueños, aquella que le daba vida al purgatorio y sentido a su eternidad. Su cobardía y el miedo al infierno lo ayudaron a sobrevivir el ridículo incendio en el que se suponía que ambos debían desvanecerse. Su esposa no tuvo la misma suerte y de seguro estaría en el cielo, bailando descalza al ritmo de viejos tangos, quizá con un nuevo amor.

El alma de Manuela tenía el poder de un tornado,y él había sido arrastrado. No permitiría que eso ocurriera otra vez. Llevaba décadas intentando olvidarla. Sin embargo, ahora la sentía más cercana que nunca por culpa de Anahí, que ostentaba una personalidad similar.


Mate: Infusión herbal de Sudamérica.

Milonga: 1. Baile popular rioplatense, de pareja enlazada, que tiene ritmo vivo y marcado y está emparentado con el tango. // 2. Reunión o lugar en el que se baila indistintamente , vals criollo y milonga. 

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