Capítulo 52. El líder

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EN LOS SIGUIENTES DÍAS AL ATAQUE DEL PRESIDENTE GRAY CONTRA LA LIGA DE LOS NIÑOS, Los Ángeles cayó bajo perdición y se trasformó en una zona de guerra

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EN LOS SIGUIENTES DÍAS AL ATAQUE DEL PRESIDENTE GRAY CONTRA LA LIGA DE LOS NIÑOS, Los Ángeles cayó bajo perdición y se trasformó en una zona de guerra. Con la fuerza militar custodiando cada callejón, cada esquina, las calles no eran seguras para absolutamente nadie, mientras que la fuerza aérea acechaba por los cielos y, al mismo tiempo, resguardaban las calles de California desde arriba.

Toda la civilización se vio forzado a retirarse, temiendo el día del juicio. Nosotros, la Liga de los Niños —o lo que queda de ella, al menos—, estábamos en constante movimiento. Era un peligro permanecer en un solo lugar por tanto tiempo, e incluso cuando alguno de nosotros se hacía la idea de que nos han seguido, nos trasladábamos a otro sitio en busca de refugio.

Pero era necesario salir si teníamos que comer. Agentes más capacitados de la Liga eran seleccionados para ir en busca de comida siempre que oscurecía, mientras tanto, los demás que no eran elegidos o no se ofrecían como voluntarios salían allá afuera en busca de cualquier fragmento de información, cualquier susurro, que nos pueda servir para salir de aquí. La noche era de gran ayuda para mantenerse oculto, aunque no menos arriesgado. Algunos regresaban heridos, otros aterrorizados y de vez en cuando, alguien no volvía del todo.

—¿Algo interesante? —le pregunté a Carlos Villanueva, mi instructor en la Liga, mientras él tomaba una funda de patatas fritas y yo nos servía algo de agua.

Carlos bufó antes de masticar.

—No me siguieron, claro está —dijo—. Pero un gato no me quería dejar solo. Literalmente me pisaba los talones el trayecto entero.

—Ay. ¿Por qué no te lo trajiste?

—Porque soy más de perros que gatos.

—¿En serio? —Ladeé la cabeza, tomando un poco de sus patatas—. Creía que eras más de pajaritos. Una cacatúa, quizá.

—Las cacatúas son ruidosas.

—Un perro es igual de ruidoso.

—¿Y tú qué tienes en contra de los caninos?

Me reí.

—Nada, nada. Solo digo la impresión que diste, es todo.

Sentados sobre unas cajas de madera, Carlos y yo observamos a unos niños jugar a las cartas.

—¿Alguna actualización de Cate? —preguntó él después de un rato.

Suspiré con pesadez. Carlos entendió enseguida.

Nada.

El día del bombardeo, Cate y un par de agentes salieron para buscarnos un transporte y poder refugiarnos en una de las casas seguras de la Liga —El Rancho—, pero jamás regresaron ni se han reportado hasta el momento. No hubo forma de comunicarse una vez que la electricidad y la señal cayeron, no obstante, todos esperábamos la llegada de Cate con los vehículos incluso cuando el cuartel general se derrumbó.

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