1 - El Regreso

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MADRID - NAVIDAD DE 1657

-¡Hemos llegado al fin, Hechizera! –Exclama alegre el joven de largos cabellos oscuros y porte atlético, que sin amilanarse lo más mínimo pasa una pierna por delante del lomo de la relinchadora bestia, impaciente por recibir descanso, y salta ágil al suelo adoquinado del Barrio de Palacio. Justo en la Calle del Almendro, donde un robusto árbol de esa especie le da la bienvenida totalmente desflorado en invierno. Sus húmedas pupilas ambarinas se tornan aún más claras, al comprobar que la casita en la que habitó hace ya tantos años; sigue en pie. Toma las riendas del animal y camina despacio, casi con miedo los pocos metros que le separan de la puerta que abre a su pasado.

Apenas hace una hora desde que arribara a la capital del Reino de España, a lomos de su yegua árabe de largas crines doradas, adquirida nada más llegar al país, y su ansiosa mirada comienza a brillar llena del paisaje urbano de la ciudad que había abandonado hacía ya diecinueve años. El ambiente seguía siendo bullicioso, pero estaba aún, si cabía, más atestado de gente. Personas venidas de todos los lugares del país, con ganas de hacer fortuna en la Villa, al amparo de la monarquía de los Habsburgo que se habían instalado en Madrid casi a principios del siglo XVII, convirtiéndola en una urbe digna de la realeza y relegando a Sevilla, que había sido hasta entonces la ciudad más cosmopolita del Imperio Español, a un segundo lugar.

A escasas zancadas de tocar la madera agrietada de la puerta de entrada a su destino, una muchacha de grandes ojos color café le dedica una sonrisa seguida de un gesto cargado de lascivia. Sonríe como un estúpido a la moza. Pese a tener ya treinta y seis años no deja de ser agasajado por las mujeres, y da igual su edad. Su atractivo abarca desde las más pubescentes a las más maduras curtidas en mil batallas amatorias. Siempre había sido así, él lo sabía y se dejaba halagar sin ambages, al fin y al cabo era soltero y a nadie le debía fidelidad.

Vuelve a centrarse en la superficie deteriorada de la puerta y se fuerza a ser valiente y golpearla con unos nudillos ateridos por el frío invernal. Tras unos segundos que a él se le tornan interminables, la puerta se abre chirriante y le fuerza a mirar hacia abajo. Una niñita de cabellos oscuros y largos pregunta titubeante: -¿Tío Dídac?

Él la observa con los ojos muy abiertos y asevera: -¡Sí! Soy Dídac Blanxart y tú... debes ser... ¿Luz?

-¡Ajá! Exclama la cría ya con una sonrisa en los labios, y risueña se lanza a los brazos del recién llegado que no sabe cómo actuar ante la espontaneidad de la pequeña. Finalmente también la abraza contra su pecho y disfruta del tierno recibimiento ofrecido. Cuando escucha otra voz que le llega desde el interior de la vivienda:

-¿Hermano? ¡Eres tú, al fin! Una copia idéntica a su sobrina, pero con unos cuantos años más, se abalanza sobre él sin consideración para abrazarle al tiempo que le dice: -No veíamos el momento de tenerte otra vez con nosotros. Se separa de él apenas un palmo y añade llorosa mirándole a los ojos tan iguales a los suyos: -Han pasado tantos años. Unas pequeñas arrugas se le forman alrededor de los almendrados ojos dorados, y a él se le pinza el estómago sin remedio al comprobar el paso irremediable del tiempo.

Emocionado, asiente también escrutándola con la misma vidriosa intensidad. Pese a la inmensa distancia que les ha separado por el espacio de casi veinte años, su hermana Almudena siempre ha estado presente en su ánimo. Nunca la ha olvidado. Cada acontecimiento en forma de desgracia o alegría era presagiado en su interior, como solo puede hacerlo el vínculo que a ellos dos les une: Son hermanos gemelos casi idénticos. Aunque la vida les ha tratado de modo muy diferente a cada uno.

Almudena, la niña de los ojos del mismo padre que a él le obligó al destierro, fue la más afortunada de los dos. Nunca abandonó la barriada a la que había ido a parar toda la familia tras emigrar de Cataluña, e incluso había heredado la propiedad de sus padres; a su muerte. Y allí vivía junto a su esposo Manuel. Escribano en «La Cárcel de Corte» y su pequeña hijita. No la odiaba por ello. Él se había ganado a pulso esa expulsión y también la azarosa vida que le llegó después.

El Gato Negro (The Black Cat) [Adam Driver]Where stories live. Discover now