53 Japón - Ciudad de Kioto - Kinkakuji - Templo del pabellón dorado

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UNOS MESES MÁS TARDE...

Sobre la cabeza descubierta de Dídac Blanxart caen pétalos blancos como si se tratase de copos de nieve. No intenta quitárselos, ni tan siquiera hace el ademán de deshacerse de ellos. Para él son símbolos de buen augurio, que la cremación de su querido y viejo bienhechor Raiden Oshiro tenga lugar en esa fecha del año, primavera. Para los japoneses celebración del Hanami. Quizá haya sido el azar, o tal vez el destino el que ha querido que llegara a la vetusta Kioto, en plena floración de los cerezos. Observa el cielo bajo la lluvia constante de pétalos y sonríe quedo. Sabe que a Oshiro también le habría gustado un entierro así. Algo que fuera más una celebración de la vida, la suya, que no un velorio triste lleno de caras largas. El monje guerrero habría aborrecido esa despedida. Pues pese a haber sido convertido al cristianismo, todavía guardaba en su corazón las tradiciones de su religión primigenia. El budismo.

El joven había zarpado de Barcelona hacía unos meses, con el encargo real y también personal de enterrar los restos del monje sōhei en su tierra natal, la que abandonó de niño, y nada le importaron los ruegos de Paloma, Lander y la pequeña Luz. Aunque sabía que regresar a Japón le ponía en un riesgo vital. Pues el Shogun reinante, Tokugawa Ietsuna había puesto precio a su cabeza. Mas tenía una promesa que cumplir. El alma de Oshiro no descansaría en paz hasta que sus huesos yacieran en suelo nipón.

Por supuesto el corazón se le hizo añicos cuando se despidió de su familia. Sobre todo de Paloma. Su Paloma. Que ahora lo era más que nunca, ya que se habían desposado justo dos semanas después del fracasado complot contra el rey. Pero la joven ya conocía sus intenciones de viajar a Japón para llevar hasta allí los restos mortales de su protector.

Los pétalos siguen cayendo de las ramas de los árboles bajo un cielo de un intenso azul exento de nubes. La letanía de los monjes sōhei sigue lenta pero persistente. Blanxart fija la vista en el «Pabellón Dorado». El Templo continúa en pie, imperturbable a los incendios que ha soportado durante la Guerra de Ōnin, ya distante en el tiempo. Sus tres plantas parecen mirarle directamente a los ojos. Los dos pisos superiores recubiertos de hojas de oro puro, al igual que el Fénix que corona su cima, y ese amarillo rutilante se refleja en las mansas aguas del estanque que hay a sus pies, y que es bien llamado «Espejo de agua». El amarillo, el verde y el azul del cielo cubren todo cuanto su mirada puede abarcar, y dentro de ese trío de colores calmantes para el espíritu, solo se escucha la voz de la naturaleza. La de cientos de pájaros que anidan entre las ramas de sus árboles centenarios.

Allí se respira una paz infinita, y en ese instante sabe lo que le atrajo de aquella cultura milenaria. Su paciencia. Su silencio. Su perpetua sabiduría escondida en el fondo de esos ojos rasgados y tan negros como el tizón siempre dispuestos a la enseñanza. Su mirada ámbar vuelve a centrarse en el rito que finaliza. El funeral de su eterno benefactor.

Las invocaciones de los monjes terminan y se retiran dejándole a solas. El cuerpo del viejo guerrero está tapado. Pese a haber viajado conservado en formol, son muchos meses de viaje, y prefiere recordar su aspecto en vida. Su cráneo está colocado hacia el oeste, y los monjes, sus antiguos compañeros, se han encargado de vestirle con un kimono. Han depositado dentro del ataúd unas sandalias y seis monedas para su travesía por el imaginario «Río de las Tres Cruces».

Dídac aprovecha el momento y se adelanta para darle su particular despedida. Las lágrimas resbalan por las mejillas del contrito joven. Ese último año ha sido con total certeza uno de los más infaustos de toda su existencia. Inicialmente tuvo que enterrar a su querida hermana gemela Almudena, y al bueno de su esposo Manuel, asesinados con suma vileza por su antiguo compañero de armas, Zigor Espina. Poco después, también había sepultado a su vecino y herrero Baldomero Martín, y ahora le tocaba despedir de manera definitiva a su mentor y antiguo camarada Raiden Oshiro. Demasiadas tristezas aguanta ya su maltratada osamenta. Y este último golpe ha sido de los más duros. Para sí charla con el sōhei. -Raiden, os echaré de menos, amigo. Echaré de menos vuestros consejos, vuestra serenidad para acometer cualquier empresa que se os ponía delante y también, echaré de menos vuestras regañinas cuando yo presa de mi carácter y mi juventud, no hacía lo que me ordenabais. Tengo tantas cosas que agradeceros y que nunca os dije en vida... Gracias por salvar mi vida, allá en Gerona. Gracias por llevarme con vos a esa gran aventura por la tierra de vuestra madre, Japón. Gracias por inculcarme otra cultura, por enseñarme que existen otras maneras de pensar y proceder. Gracias por protegerme. Gran parte de lo que soy hoy en día, os lo debo a vos. Cumplisteis con vuestro honor y vuestra palabra, y eso a mis ojos os hace aún, si cabe, más grande. Aquí, sé que estaréis bien. Pasaréis el resto de la eternidad junto a vuestros ancestros.

Poco tiempo después una gran pira se enciende. Los restos de Raiden refulgen en el claro del bosquecillo adyacente al «Templo del Pabellón Dorado».

Lo contempla en pie con los ojos húmedos. Ha cumplido su promesa y ha llegado el momento de partir. Con las lágrimas abrasándole el rostro se despide de los monjes y lanza unas últimas palabras al aire. -Oshiro, siempre os llevaré en mi recuerdo y prometo no defraudaros. Seguiré fielmente las enseñanzas que me inculcasteis procurando hacer justicia. ¡Adiós, amigo mío!

Unos días después, Dídac Blanxart silencioso y descorazonado abandona Japón para no regresar nunca jamás. Su vida seguiría en otro lugar. En su tierra. Quizás no la natal, pero si la que su corazón ha escogido. Madrid. Y al igual que su amigo Raiden Oshiro, sus huesos reposarán en esa tierra, algún día. Cuando le llegue la hora. Su sobrina Luz y su amada Paloma le esperan para iniciar una nueva vida, que anhela sea más venturosa que la pasada.

........

Tras varios meses de travesía y muchas vicisitudes, el Gato Negro arriba a su viejo barrio y salta de tejado en tejado. Ya es de día y la gente vuelve a sus quehaceres cotidianos despertando al nuevo y radiante sol. Se hace ver. Todo el mundo debe saber que el «Gato Negro», el justiciero, el salvador de la Villa; está vivo. Se muestra con la capa ondeante al viento en lo más alto de un tejado. Entonces, un muchacho que pasa por la calle camino de su trabajo mira hacia arriba y le ve. Y comienza a vocear.

-¡Es el Gato! ¡El Gato Negro está vivo! Todos los pobladores de la Villa le oyen y la voz se propaga hasta el último rincón de la Villa de Madrid. El Gato Negro vive. Pueden dormir tranquilos. Su valiente paladín seguirá velando por todos ellos.

Continuará...

El Gato Negro (The Black Cat) [Adam Driver]Where stories live. Discover now