Epílogo - Misa del Gallo - Navidad de 1659

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-¡Cuán hermosos son, sobre los montes, los pies del que trae buenas nuevas! Los pies del que anuncia la paz, del que trae buenas noticias, del que anuncia salvación, del que le dice a Sión. ¡Tu Dios reina! ¡Tus atalayas dejan oír su voz! ¡Al unísono lanzan voces de júbilo!

Proclama el párroco de la Iglesia de San Jerónimo, El Real lleno de júbilo. El santuario está lleno a rebosar por una feligresía devota deseosa de dar la bienvenida al niño nacido en Belén; Jesús de Nazaret. Sentados en las bancas escuchan respetuosos la liturgia.

Una niña de largos cabellos oscuros sonríe mientras enlaza con sus manitas, las de su tío y madrina, colocados a su derecha e izquierda. Luz, alza la vista para mirarlos, primero a uno y luego a la otra, y su sonrisa se ensancha aún más. Se siente feliz por primera vez desde hace dos años. Su tío Dídac también sonríe dichoso al contemplar de soslayo, el bonito perfil de su esposa, Paloma Obando, que iluminada por la tenue luz de los cientos de velas encendidas, se ve todavía más bonita.

Un poco más atrás, se encuentra el vascuence Lander Horia tomado de la mano de una moza madrileña, con la que pronto se desposará. El mozo suspira al recordar las hazañas vividas en otro santuario, algo más humilde que aquel. Luego, observa curioso un lateral del templo. Allí, oculto a los ojos de la congregación sabe que se halla el Monarca de España, Felipe IV. En el dormitorio que posee anejo al «Palacio del Buen Retiro», oyendo misa al igual que sus súbditos. Lo sabe porque su señor Blanxart se lo ha comentado.

En el mismo banco, unos parroquianos más allá, también está el matrimonio orensano formado por Cruces e Iría con su hijo Yago y el más pequeño Anxo que no para de llorar reclamando atenciones. La mejor amiga de la gallega, Alma Sánchez, les acompaña con los dos hombrecitos de su casa. Flavio y Esteban. Esa noche, todo es alegría.

Apenas hace unos días que se ha llevado a cabo la sentencia impuesta a Doña Antía Cucalón, baronesa de Castro, y al mismísimo Cardenal Conrado Pacheco. Ambos condenados por conspirar contra la «Corona Española» y urdir un plan para cometer magnicidio. La mujer fue conducida al Cadalso, mientras que el clérigo fue degollado como un traidor frente al pueblo de Madrid en la Plaza del Arrabal, en una exhibición edificante.

Todos los bienes de ambos nobles, caídos en desgracia fueron expropiados y la aristócrata perdió también su título nobiliario, que ya jamás pasaría a manos de su único hijo. León Ibáñez.

El baroncito sin baronía pasó a ser tutelado por el último pariente consanguíneo de su progenitora. Un humilde amanuense que ejercía su profesión en el «Tribunal de la Inquisición de Corte».

No corrió mejor suerte la italiana Olivia de Mastrangelo, que fue recluida en el Convento de San Plácido convirtiéndose en religiosa benedictina. Si bien pese a haber tomado los hábitos, Felipe IV no renunció a ella, visitándola a escondidas por las noches en el locutorio. Cansada del acoso, la monja lo puso en conocimiento de su abadesa, y el «Santo Tribunal de la Inquisición», tomó cartas en el asunto. A manos del Inquisidor General Fray Antonio de Sotomayor quién reprobó su conducta al rey, y éste le endosó la culpa a un noble que fue quien acabó «pagando los vidrios rotos».

En cuanto a los artífices mayores del contubernio real, Oliver Cromwell y Gastón de Orleans, el primero ya recibió su castigo. El «Lord Protector» sufría de malaria desde hacía años; con toda seguridad contagiada en sus campañas en Irlanda, además de cálculo renal. En 1658, tuvo un rebrote fulminante de fiebre causado por la malaria, luego le siguió un ataque de cálculos renales. Un médico de Venecia manifestó que los galenos personales de Cromwell estaban tras sus graves dolencias, no suministrándole el tratamiento adecuado, lo que le acarreó una apresurada agonía, llevándole a la muerte. Si Felipe IV estuvo detrás de este fallecimiento, jamás se sabrá.

Al «Grand Monsieur», todavía no le había alcanzado la venganza.

La sociedad «Vulpini» continúa con sus artimañas en otros países del mundo cambiando el curso de la historia a su voluntad y al de sus poderosos miembros.

Los personajes de nuestra historia elevan sonrientes una oración al cielo cuando el sacerdote termina la liturgia de la Nochebuena.

-¡Feliz Navidad! Quizá no hallemos la ventura absoluta, hasta puede que encontremos el extremo contrario a la dicha, más si en el día de hoy alguno presiente que es capaz de hallar el bienestar, ¡Bendito sea! Con nuestra plegaria, sacrificio y palabra, algún día se topará con la felicidad y la seguirá. ¡Laus Deo!

FIN

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Isaías 52.7 Libro de Isaías, el Profeta. Antiguo Testamento.

El convento de San Plácido es un edificio religioso de la orden benedictina, situado en la calle del Pez, entre las calles de san Roque y Madera, en el barrio de Universidad de la ciudad de Madrid (España). Tiene entrada por San Roque, nº 9, y a su costado se levanta la iglesia de San Plácido. Tuvo entre sus tesoros artísticos el Cristo de Velázquez. El convento fue escenario de una variopinta colección de escándalos protagonizados por el clero, la nobleza y la realeza españolas.

El Gato Negro (The Black Cat) [Adam Driver]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora