23 - Una velada llena de sorpresas

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Los jardines lucen majestuosos esa noche de verano, iluminados con cientos de antorchas encendidas a uno y otro lado del camino de acceso hasta la entrada a la finca. Para la ocasión, Blanxart se ha puesto el único traje de gala que posee. Una chaqueta larga y entallada hasta medio cuerpo de terciopelo negro, bajo ella, una camisa de manga larga color azul Prusia, con unas menudas rayitas verticales en tonos blancos, que cae holgada sobre el pantalón a juego con la chaqueta. Lander Horia le acompaña. El lacayo mira a uno y otro lado fascinado por tanta suntuosidad.

-Señor, ¿No le parece a usted que esto es demasiado lujo para nosotros? Mire que esto es mear fuera del tiesto. –el catalán mira a su siervo.

-Lander... -El leal criado añade.

-¡No! No he dicho nada, mi señor. Pero es que uno se acostumbra enseguida a los lujos y después... El maestro no le replica. Mira hacia arriba. Hacia el final de las escaleras. Allí, de pie, recibiendo a los invitados se encuentra Antía Cucalón. Impresionante. Embutida en un costoso vestido azul eléctrico. Lleva el pelo recogido en un moño alto y unos asombrosos pendientes de zafiros engarzados en oro cuelgan de los blancos lóbulos de sus orejas. Al cuello, luce un magnífico collar a juego. Blanxart piensa que es muy hermosa. Tan hermosa cómo mortífera.

Antes de encaminarse hasta ella le indica al vasco donde debe esperarle. Su puesto está junto al de los lacayos y cocheros, que cómo él, han ido acompañando a sus señores al evento. Después de que su criado le abandone, sube las escaleras y saluda a la invitadora.

-¡Buenas noches, baronesa! Estáis fantástica. –la mujer sonríe feliz y orgullosa al gerundense.

-¡Gracias Diego! Buenas noches. Creía que ya no vendríais. Sólo faltabais vos. Los demás invitados ya han llegado.

-Siento haberme retrasado. ¿Estabais esperando aquí solo por mí?

La mujer le mira con ojos ávidos. -Diego, no seáis tan presumido. Mi obligación como anfitriona es esperar a todos y cada uno de mis invitados.

Él sonríe, Antía entonces le pide. -¿Me prestáis vuestro brazo? Vamos dentro con los demás.

Cortés, Blanxart coloca su brazo para que la dama pueda posar su mano sobre él. Y así entran los dos a la casa.

Ha preparado un ágape para agasajar a sus invitados aprovechando el buen tiempo de la estación estival. Antía ha enviado unas cincuenta invitaciones, pero en el jardín solo se hallan treinta personas, incluyendo al maestro de esgrima y a ella misma. Muchos han declinado la invitación. No quieren compartir la mesa con la plebeya que va a desposarse con Vidal Salcedo, marqués de Santa Gala. Los que han aceptado, lo han hecho para no perder el patrocinio de la Iglesia y los muchos favores que reciben de ella. Además también temen las represalias del prelado papal. Conrado Pacheco, si osan hacerle ese desprecio. A Antía, el rechazo a su convocatoria le indigna. Cierto es que no tolera a la andaluza. La aborrece. Pero el hecho de que esa gente la desprecie por su condición humilde le hace recordar sus primeros años como baronesa, y lo que tuvo que soportar hasta lograr el respeto de la aristocracia. La mujer conduce al maestro a través del patio interior atravesando los pasillos, hasta el hermoso jardín de la parte trasera a la finca.

Los jardines están también iluminados por antorchas. Su luz anaranjada proporciona a aquel reducido edén, un ambiente mágico, como de cuento de hadas. El ambiente a esas horas nocturnas ya es más fresco y se perciben en el aire los suaves efluvios de las flores allí plantadas. Le parece distinguir el aroma de las margaritas y también de las clavelinas, junto al inconfundible perfume de las rosas. Antía aparece ante sus invitados del hercúleo brazo de Diego Blanxart. No elude el sentirse orgullosa al exhibirse delante de todos, al lado del hombre por el que bebe los vientos hace una eternidad.

El Gato Negro (The Black Cat) [Adam Driver]Where stories live. Discover now