38 - Un secuestro incomprensible

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El hogar del pequeño Moño se halla en la calle de la Pasa, que acuñaba su nombre gracias al dicho popular madrileño que decía. «el que no pasa por la calle de la pasa, no se casa». Y es que en esos años solo si te ponías delante de un cura, tu matrimonio tenía validez legal y, los madrileños debían pasar, sí o sí, por la calle de la Pasa, ya que allí se encontraba el Arzobispado de Madrid, encargado de tramitar todo lo relacionado con los casorios y las formalidades eclesiásticas. Era una calle reducida y muy estrecha. Los viandantes cuando se cruzaban debían meterse en los soportales, o de lo contrario, no cabían dada su angostura.

Moño malvive en una pequeña vivienda con sus padres y sus tres hermanos. Todos menores que él. Ya han cenado. Esa noche les tocan las sobras del día anterior. Su padre se dedica a la albañilería y más que trabajar, mendiga su sueldo. Llegando a su casa a altas horas de la noche con grandes dolores de espalda y, sin apenas ganas de cenar, ni de jugar con sus retoños. El poco tiempo que le queda libre lo dedica a irse de fondas a emborracharse, y olvidar la mísera vida que le ha tocado vivir. Mientras su pobre madre se parte el espinazo dedicada a la servidumbre en las casas que le surgen. Dividiéndose en dos para tener el trabajo y a su familia, atendidos.

La buena mujer se afana esa noche en fregar los cacharros que se han amontonado en la pila de piedra. Su desaliño es más que evidente. Tiene un bonito cabello castaño y rizado, pero los bucles le caen a ambos lados del rostro, ajados y despeinados. No es una mujer especialmente bonita, pero sí es, la más buena que el gordito ha conocido. No cuenta más que con la ayuda de su hijo mayor, Moño. El niño adora a su progenitora y secretamente detesta a su padre, por su abandono y su dejadez. Ahora la observa y como cada noche le pregunta. -Madre, ¿En qué puedo ayudarla?

La aludida se gira hacía su vástago con una sonrisa colgada en la boca. La adoración que siente por él es pareja a la de él por ella, y apartándose un mechón grasiento de la frente le responde. -Moño, cariño. Ocúpate de tus hermanos. De que se laven las manos antes de ir a la cama. De momento, eso es todo. Luego, regresa a su tarea. Resuelto, el crío va a cumplir la faena encomendada. Debe armarse de paciencia. Sus hermanos no paran de alborotar y correr por la pequeña estancia que alberga, tan solo separada por cortinas, los dos camastros donde duermen todos hacinados.

........

Fuera, en la calle, la noche ya ha tendido su negro manto. Corre la segunda quincena del mes de agosto, y sobre el cielo se han instalado oscuras nubes que barruntan tormenta. El aire es caliente y pegajoso. Hace bochorno y el calor es sofocante. Eso no convida a los habitantes de la Villa a darse un descanso. Los vecinos aprovechan la noche para vaciar sus bacinillas a la voz de. « ¡Agua, va!». Llenando el empedrado de la calle de inmundicias. Todos siguen con sus rutinas habituales, totalmente despreocupados ante lo que está a punto de suceder.

Alejandro Puigcorbé lleva horas apostado frente a la dirección que su ahora patrón, le ha facilitado. Vigila el lugar parapetado bajo las terrazas que hay justo enfrente de la humilde vivienda. Agachado en el estrecho rellano de una casa que, a todas vistas, se halla deshabitada. En ese espacio se encuentra bien camuflado, lejos de miradas curiosas que puedan perturbar su misión. Envuelto en su capa y bien calado su sombrero de ala ancha, de manera que su rostro no sea reconocible para nadie. Permanece inmóvil e impertérrito, con la mano apoyada sobre la empuñadura de su tizona. Preparado para cualquier posible imprevisto. De vez en cuando, alza su clara mirada hacía las habitaciones situadas en el piso superior de la casucha. Dentro de la vivienda se percibe el movimiento propio de sus habitantes ante la proximidad del merecido descanso nocturno. El mercenario espera el momento en que todas las luces del barrio estén apagadas para actuar. Todavía hay claridad en muchas de las casas aledañas. Hasta él llega el olor a fritanga y refritos. Su estómago comienza a rugir. Tiene hambre. No ha probado bocado en horas, pero el deber está antes, y él es de los que siempre cumple.

El Gato Negro (The Black Cat) [Adam Driver]Where stories live. Discover now