11 - Sobre los tejados de la Villa de Madrid

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CINCO MESES DESPUÉS...


El sol poco a poco se oculta haciendo refulgir sus últimos centelleos dorados sobre las corintas tejas de las humildes casas de la Villa de Madrid. Una figura oscura contempla agazapada los últimos movimientos de sus habitantes antes de caer el anochecer.

Dídac Blanxart camuflado bajo el disfraz del Gato Negro se encuentra arrellanado sobre el tejado de su vieja vivienda en el modesto barrio de Palacio. Trata de disimular su abatimiento bajo el influjo del adalid que ha inventado hace tan solo unos meses. Su identidad secreta. Desea infundir a su espíritu algo del coraje y la fortaleza que halla bajo su otra piel; pero su desánimo es palpable. Su postura encorvada es demasiado delatora.

Allá en las alturas halla algo de la libertad y el sosiego que su alma tanto necesita, se siente más él mismo. Lejos de todo. Del trabajo, de los problemas domésticos y sobre todo de Paloma, la madrina de su sobrina Luz. Cada vez que piensa en ella se siente más y más hundido. Presiente que su falta de decisión ha arrastrado a la andaluza a un noviazgo que él con su actitud de fingida despreocupación ha propiciado. ¡Tendría que haberla abrazado y besado antes de que ella abriera la boca para darle la noticia de su compromiso! ¿Habría cambiado algo? Probablemente no.

Si ha decidido casarse con ese noble será porque le ama. No puede imaginar, no quiere creer, que Paloma, «Su Paloma» sea una frívola que acepta a un hombre por su dinero o por conveniencia. Sabe que ella no es así en modo alguno. Además tampoco puede exigirle nada. Porque al fin y al cabo nada suyo es. Ella conoció a ese marqués antes de que él regresara a la «Villa y Corte». No había ningún reproche que hacer. Se trataba de un regreso por un breve espacio de tiempo. El suficiente para reconciliarse con su pasado. Volver a reencontrarse con su hermana y cerrar viejas heridas. Después tenía previsto regresar a Riudarenas para asentarse en las tierras de su tío Ramón. Él era el único heredero de los Blanxart, y tras el indulto y la restitución de los bienes a todos los perseguidos por los años de revuelta firmado por el gobernante Felipe IV, estaba en todo su derecho. Si bien el caprichoso destino se había encargado una vez más apartándole de sus aspiraciones de una vida en paz.

Desde aquella altitud vigila la ciudad como cada noche desde que hace unos meses, tras el salvaje asesinato de su hermana y del bueno de su cuñado, juró venganza contra sus asesinos. Pero todo esa noche, como tantas otras, se torna en pantomima. El descubrimiento del vil homicida de sus familiares también le trajo un hallazgo aún más inquietante. El comisario no era otro que Josep Belloch. Su antiguo compañero de armas. Su primer maestro en el Arte de la Guerra. Una revelación que solo le está trayendo sinsabores.

........

Su historia en común se remontaba al año 1640, dos años antes, siendo casi un adolescente, su padre le obligó a exiliarse en Cataluña. Un exilio forzoso y necesario para un jovenzuelo desobediente y pendenciero que no obedecía a razones. Los mismos labrantíos que le habían visto nacer diecisiete años antes. En campos gerundenses, en Riudarenas, comarca de la Selva, fueron los que le acogieron de nuevo. El refugio escogido para su destierro fue la antigua masía de sus abuelos paternos, que ahora su tío, hermano mayor de su padre y único familiar con vida, regentaba junto a su mujer. Sus dos manos y su espinazo le vinieron bien al labriego que no había sido premiado con la llegada de ningún varón, aunque tenía dos hijas. Neus y Roser. Así sus aspiraciones de convertirse en un gran soldado se vieron reducidas a ganarse la vida como un pobre agricultor que pasaba sus días entre aperos de labranza y cultivos de hortalizas con la sola compañía de los bueyes atados al arado romano. Las palmas de sus manos no tardaron en lucir llenas de callos propios de su nuevo trabajo, al igual que su piel, bronceada por el sol castigador. Al menos sus ratos de ocio, que eran pocos, no resultaban malos. Los pasaba en la masía con sus primas, en verano a la sombra resguardado de la solana bajo los olmos, y en invierno al calor del hogar con una escudilla de sopa de harina, un trozo de pan elaborado con harina de centeno por su tía, y un pedazo de tocino en salazón, cuando lo había. Las niñas se sentaban junto a él y le observaban mientras comía sin parar de parlotear. La mayoría de las veces le hacían reír con sus pueriles comentarios repletos de tontas fábulas. Pues soñaban con nobles caballeros llegados a lomos de lustrosos corceles que con una sola mirada caían enamorados a sus pies. Se casaban con ellas y las llevaban a la Corte donde vivían felices y comían perdices.

El Gato Negro (The Black Cat) [Adam Driver]Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon