Capítulo 27

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― Vamos, Cass, despierta... —fue lo que escuché como un eco lejano, mientras recuperaba la conciencia. Lancé una plegaria a los cielos y pestañeé sin parar, tratando de aclarar la imagen borrosa que se había presentado ante mí. Empecé a temblar por el miedo que sentía— Tranquila, ¿sí? —se me agitó la respiración y tomé asiento sobre el sofá blanco. No pude pararme porque tan solo el despegar mi espalda me causó un mareo.

― No puede ser... —escondí el rostro entre las manos.

― Cass... —estaba agachado en el suelo e intentó tocarme. Yo me alejé. Una parte de mí creía que era una broma de muy mal gusto nada más. No quería verlo. Pensé que mi mente me traicionaba.

― Tú no puedes estar aquí —no pude contener las lágrimas—, es imposible...

― Cass, soy yo —tomó mis manos y las alejó de mi rostro con cuidado.

Lo miré con ojos cristalinos. Seguía pensando que era algo irreal.

Se aproximó muy despacio y me abrazó. No era ningún fantasma, lo pude palpar claramente.

― Soy yo —recalcó.

― Dios mío, Bryan —me aferré con fuerza y no hice más que llorar. Seguía sin saber si era algo falso o no, porque debo enfatizar que en más de una ocasión lo vi en mis sueños.

― Preciosa mía... —se alejó y tomó mi rostro entre sus manos, limpiándome las lágrimas.

― No es posible... yo... tú estabas agonizando... ¡Yo estuve en tu funeral!

― Te lo explicaré todo, de verdad, pero ya no llores... —no dejaba de tiritar entera.

Volví a esconder mi rostro con las manos y negué con la cabeza. ¡Es que no lo entendía!

― ¡Tú no eres real! —me levanté, apartándome de él— No lo eres...

― Cass... —intentó acercarse.

― ¡Aléjate de mí! —se detuvo.

― Nos conocimos en un club nocturno, te atrapé hurgando entre mis cosas en un crucero y me acorralaste con tu arma. Ninguno soportaba al otro y pasábamos más tiempo peleando que hablando pasivamente —daba algunos pasos con lentitud—. El día de tu cumpleaños te di la sorpresa con un pastel y tuve que convencerte para que comieras un poco. También me hablaste de tus padres y yo de los míos —se acercó más—. Hicimos el amor una noche... —me tomó ambas manos y las acarició. Recordé el tatuaje en su muñeca izquierda de «El Sol», pero apenas se veía una sombra sobre su piel, como si hubiera estado bajo sesiones de eliminación de tinta—, te regalé una rosa con toda la ilusión de hacerte sonreír —quitó una de las lágrimas que caía de mi mejilla—, y reconfirmé mis sentimientos por ti en las peores circunstancias del mundo... —sentía súplica en sus ojos, una añoranza lejana.

― Eres un tonto... —susurré y él sonrió.

― Supongo que extrañaba un poco tu maltrato, pero más tus caricias.

― Aún no entiendo, Bryan, eres tú, te veo, pero no lo entiendo...

― Déjame explicarte, luego de que te diera el chip y te marcharas, Fox llegó a ese edificio, habían monitoreado los últimos movimientos y quería ponernos a salvo. Una muy extraña forma de hacerlo, pero esa era su intención. Le dije que apenas ibas en camino a desactivar la bomba. Recuerdo a tres hombres más con Fox y me sacaron de ahí. Sobreviví de puro milagro, Cassandra. Cuando desperté resultó que ya estaba muerto ante el mundo entero, y considerando todo lo que había pasado con esa organización, esa fue la mejor opción. Fox fue quien jugó bien esa carta, no le reprocho en realidad. De todas formas, no me repuse enseguida. Estaba muy mal herido y necesité rehabilitación, Cass. Hace unos días recién me dieron el alta. Fox habló conmigo y me dijo que estabas viviendo en Nueva York y que ya no volverías a la agencia... —observó un momento hacia la cuna — y creo que me doy cuenta del porqué.

Mis cicatricesWhere stories live. Discover now