Capítulo 12

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Me sentí inquieta, quedándome recostada sobre la puerta cerrada de mi habitación.

¿Cómo es que había terminado aceptado? Entre mis pensamientos y mis manos temblorosas, no podía encontrar una respuesta clara.

Y es que no supe ni qué ponerme.

Tomé un respiro, dándome cuenta de lo ridícula que era al ponerme nerviosa, no había un motivo realmente. Era un simple, común y corriente desayuno.

Opté por un vestido holgado en color verde claro, tacones altos y sujeté mi cabello en una alta coleta.

Tardé poco más de una hora en salir de mi habitación, tuve que esperar a que Storm se bañara y se alistara, y mientras tanto me ocupé en revisar unos archivos de la misión, aunque difícilmente me concentraba: Storm venía a atacar mi mente.

«Es que no niego que sea guapo y muy varonil, a su manera creo que se preocupaba por mí, además, tiene unos ojos interesantes, y su boca...»

Suspiré, saliendo del ensueño que me había atrapado. No era posible que pensara así de ese egocéntrico, cretino y aprovechado de Storm.

Cerré la laptop, espantada por mis pensamientos, hasta que uno de los sirvientes me llamó y me dirigió a la terraza: Bryan me esperaba en una mesa con mantel blanco, cubiertos y vajilla puesta en su sitio, bajo una sombrilla muy amplia, cubriéndonos del sol.

― ¿Qué haces? —pregunté.

― Pensé que sería mejor al aire libre, además la vista es grandiosa —me recorrió con la mirada de pies a cabeza, pero fue distinto, no una de esas miradas lujuriosas que le había conocido anteriormente. Suspiró. Uno de los sirvientes me abrió la silla para sentarme, a lo cual acepté.

― ¿No crees que todo esto es demasiado, Storm?

― Yo no lo veo así, solo es un desayuno —usaba una camiseta de algodón naranja y un pantalón jean azul.

― Pues pensándolo bien, tú deberías estar descansando, si no te recuperas pronto...

― Estaré bien —me interrumpió—. Lo que necesito es comer.

Nos sirvieron un festín y no recordé el día que había comido tan bien, en especial sin tener que fijarme por el tiempo y tener que salir a algún lugar de nuevo apresuradamente. De seguro a él le pasaba igual.

Estábamos rodeados de jugo, café, leche, tostadas, huevos revueltos, tocino, embutidos, pan, queso fresco, fruta picada.

Los lujos de pasar de vez en cuando a un refugio eran todas las atenciones de primera categoría que recibíamos, precisamente para recuperar fuerzas y volver al campo, además de escondernos de graves amenazas.

― Hoy es tu cumpleaños, ¿verdad Cass? —me paralicé un momento. No pensé que fuera posible— Y no me preguntes cómo lo sé —maldije una vez más a mi perfil. «¿Es para la Agencia o para una red social en internet?»

Era cierto. Ni siquiera pude ser capaz de recordarlo, tampoco era una fecha que celebrara.

― ¿Me trajiste pastel? —intenté ser sarcástica.

― ¡Qué bueno que seas tan intuitiva!

Abrí los ojos como dos platos.

Acto seguido, uno de los sirvientes me trajo un pastel pequeño con una capa de fondant blanco de base y letras con el mismo material en color dorado, y decía: «Feliz cumpleaños Cassandra», traía un par de rosas rojas comestibles, adornando los costados. No sé cómo lograron tantos detalles en menos de una hora.

Mis cicatricesWhere stories live. Discover now