Capítulo 1

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La tarde moría y con ella agonizaban las últimas luces de sol, dejando un escenario de brillosas calles inglesas, era la lluvia, de seguro, pero así era Londres.

No podía negar que la ciudad me atrajo por su historia, sus monumentos, su perfecta arquitectura, también su imperfecto clima entre frío y húmedo la mayor parte del año. Sus dóciles vías, muchas de ellas estrechas, me llenaban de fuerza interna y tranquilidad. Vivía enamorada de su estilo renacentista y neogótico, lleno de melancolía y armonía, receloso de los visitantes y cobijador con los suyos, muy parecido a mí, o más bien a mi padre, hombre fuerte y metódico, con aire de elegancia antigua.

Soy Cassandra Williams, tengo 26 años y soy agente de campo de la Agencia de Inteligencia Internacional (INA7 - International Intelligence Agency).

Hoy sentí la necesidad de buscar un cuaderno y escribir, de plasmar mi investigación y todo lo que viví, porque en ocasiones, pareciera que mis propios pensamientos se ahogan y buscan de alguna manera salir.

Empiezo por el caso de mi padre, sobre su asesinato.

Era un agente supervisor, retirado del campo de acción. Él me introdujo a esto, haciéndome descubrir una pasión escondida por la aventura y el riesgo. Además, todos sus consejos y guías me llevaron a ganarme el respeto de mis compañeros en el campo.

Aprendí a confiar en pocos, a manipular y a engañar de ser necesario, a tener nervios de acero a la hora de apretar el gatillo. Todo era parte del trabajo.

Aquella madrugada en Londres, me encaminaba a seguir varias pistas que tenía sobre «El Sol», una organización de mafia siciliana. El núcleo de la corrupción en toda Europa.

La agencia llevaba años tras ellos y la lista interminable de nombres cada vez que parecía hacerse corta, se alargaba. El líder tenía todo tan bien distribuido que, en lugar de debilitarse, se fortalecía.

Aquellos infelices me quitaron lo más preciado: la vida de mi padre, y por mi cuenta corría que pagarían por cada una de mis lágrimas.

No me importaría quien se interpusiera en el camino, «El Sol» recibiría su castigo.

Entre la música electrónica alta, luces de colores, un poco de humo, paredes negras y la gente bailando, resoné mis tacones, abriéndome camino hacia la barra del club nocturno «Ice». Pedí un trago suave y esperé a mi sospechoso: Dominic Stevens, miembro de «El Sol», uno de los pocos al mando a los que podía identificar. Alto, de ojos oscuros, cabello castaño y largo, atado en una coleta con gel en la nuca.

Con la ayuda de un espejo, que escondí discretamente entre los dedos, lo vi llegar a mi espalda.

Enseguida un joven de aproximadamente un metro y setenta de estatura, tez blanca, cabello castaño y lacio, se aproximó a saludarlo. Ambos usaban trajes formales, sin corbata.

No lo había visto antes, de modo que sabía que debía investigarlo, sin embargo, al momento mi objetivo era acercarme a Stevens y el otro joven no se despegaba. Se alejaron de mí y al intentar seguirlos ya los había perdido.

Al poco tiempo, divisé al joven entrometido y decidí tomar la oportunidad.

Fingí chocar accidentalmente con él entre la multitud.

― Lo siento tanto —dije naturalmente apenada.

― Está bien, no te preocupes —respondió con una sonrisa, mientras se detuvo a mirar dentro de mi pronunciado escote, para luego pasar a mis piernas descubiertas por la minifalda ajustada a mis caderas.

― Me llamo Vanessa —lancé una coqueta mirada y le extendí mi mano.

― Hola, Vanessa —respondió, acercándose a mi oreja, por la alta bulla—. Mi nombre es Bryan, un gusto conocerte —dudé respecto a su nombre—. ¿Te gustaría acompañarme a tomar algo?

― De acuerdo.

Atravesamos el mar de gente en la pista de baile hasta llegar a la barra, y ordenó algo para los dos.

― ¿Vienes sola esta noche? —mantenía fija una atrevida mirada.

― Sí. A veces me gusta distraerme en estos lugares —le sonreí coqueta—. Dime, ¿vienes seguido?

― Cuando quiero, sí.

― No tienes acento, no eres inglés, ¿verdad?

― No, y podría decir que tú tampoco —refutó muy bien.

― Llegué hace unos días a visitar a mi hermana, pero ella odia estos lugares, por eso vine sin compañía esta noche —mentí—. Solo busco algo de aventura, Bryan... —me acerqué también para hablarle en su oído, por encima de la música—. ¿Qué te parece si vienes conmigo? —busqué su mano y no se negó a seguirme.

Cruzamos entre la multitud de personas agitadas y pegadas bailando una junto a la otra.

Doblamos en una esquina y encontramos un espacio oscuro, cerca de un cuarto de mantenimiento, fue suficiente para tener algo de privacidad.

Aproveché sus caricias para buscar una billetera, documento, tarjeta, lo que sea que me resultara importante.

Cuando empecé a involucrarme en misiones, entendí que la seducción era una manera muy interesante de acceder a ese tipo de información, aprovechando que la atención de los hombres se desviaba a un momento muy sexual e intenso, era favorecedor buscar y a veces incluso, preguntar sutilmente, obteniendo la mayor parte del tiempo, respuestas oportunas.

― ¿No prefieres ir a un lugar más cómodo, preciosa? —dijo entre besos.

― Así no sería divertido, guapo —deslicé mi mano hasta su entrepierna.

Acto seguido, me tomó de las piernas y rodeé su cintura.

Por lo general, esperaba hasta esas alturas de la situación para obtener más información de los hombres, pero me vi interrumpida por una voz femenina, bastante alterada.

― ¡Bryan!

Dejó de besarme súbitamente.

― ¡Stephanie! —exclamó mientras me dejaba otra vez de pie— ¿Qué estás haciendo aquí?

― Con que seguías de viaje, ¿no? —la mujer rubia lo miraba con desprecio.

― Espera, no es lo que tú crees —trató de acercarse a ella—, déjame explicarte.

«¡Qué curioso! Parece que todos se aprenden la misma canción», pensé.

― ¡Eres un maldito descarado! —su palma azotó el rostro de quien antes me besaba—. ¿Cómo te atreves a hacerme algo así? ¡Y encima me dijiste que no llegarías a Londres hasta mañana! —la rubia soltó un par de lágrimas— ¡Esto se acabó!

― ¡Stephanie, espera! —y la siguió.

La mujer salió corriendo y Bryan la persiguió sin darme tiempo a retenerlo.

Así se escapó mi pista, sin obtener ni una identificación.

«Son un montón de promiscuos, todos. ¡Pobre ingenua! Debió darse cuenta antes, porque estoy segura que yo no era la única en su lista de: ¿Quieres acompañarme a tomar algo?».

En todo caso, si el tal Bryan era uno de los de «El Sol», tarde o temprano una de mis balas quedaría incrustada en su cabeza.

Con Dominic Stevens y Bryan fuera de vista decidí regresar a la villa en la que me hospedaba. 

Mis cicatricesWhere stories live. Discover now