Capítulo 5

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Durante el almuerzo busqué el camarote del nuevo mafioso, Alejandro Rogers. Usé una peluca de aspecto descuidado, de color negro, por encima de los hombros e hice de su mucama.

Revisé el lugar y suspiré con fastidio, Rogers podría ser muy crédulo, pero no dejó rastro alguno en el camarote más que un arma de bolsillo y algunas monedas de casino, en una cara curiosamente tenía impresa una silueta negra de un halcón con las alas extendidas; era de los casinos de Josh Jackson, ahí me enteré que su negocio había alcanzado la expansión hasta los casinos sobre el mar.

Aquella imagen en las monedas, tenía relación semiótica nada más, en realidad el isotipo que usaba «El Sol» era la cabeza de un halcón, dibujada en dos dimensiones. Los miembros la llevaban tatuada en diferentes partes del cuerpo.

Siguiendo con la búsqueda, encontré una computadora portátil pequeña y no dudé en indagar. Vi unas fotos que me llamaron la atención: esquemas a papel, como si hubieran sido escaneados. Era difícil distinguir de qué se trataba, solo eran líneas paralelas, como calles. Acto seguido, oí el giro brusco en la perilla de la puerta y me apresuré en seguir con mi papel de sirvienta. Me di cuenta que hablaba por teléfono y al no percatarse de mi presencia, me escondí sutilmente. Solo cambió su camisa de lino blanco y se fue. Estaba manchada al frente con vino tinto.

Una vez que salí de aquel camarote lleno de lujos como todos, me cambié de ropa para dirigirme en busca de mi molesto compañero. Me cambié de ropa, volviendo a mis prendas de antes, el short, botas y la blusa veraniega.

Lo encontré besando a una uniformada guía de turistas en su camarote.

Carraspeé con la garganta y la muchacha, asustada, salió corriendo.

― Muchos tendrían envidia de su trabajo, señor Storm —cerré la puerta.

― Intentaba obtener información. No eres la única que recurre a esta clase de recursos.

Rodé los ojos.

― Oí una conversación de Rogers por celular. Se bajarán en la segunda escala del crucero, en Málaga, lo cual Fox ya sabía porque lo mencionó esta mañana. Contactarán al halcón en un club, «El Paraíso».

― Lo conozco —chasqueó los dedos—. Es un club de bailarinas exóticas.

― ¿Estrípers? —crucé mis brazos.

― No las llamemos así, ya te dije, son bailarinas exóticas.

― Son estrípers —recalqué.

― Bien, como quieras. Es un lugar exclusivo. Gente con mucho poder aparece de vez en cuando en busca de placer nocturno. Yo he ido en unas cuantas ocasiones.

― Qué novedad —«de seguro arrasó con todas las bailarinas exóticas del lugar», pensé.

― Sí, bueno, allá dentro realmente le hacen honor al nombre —sonrió.

― Qué morboso eres.

― Es apreciación y goce de la belleza femenina —se acercó—. Así como tú pudieras disfrutar de mi belleza masculina.

― No creerás que realmente yo pudiera ceder ante lo que propones, ¿verdad? Porque estoy lista para reír.

― Uno nunca sabe, Williams. Hasta hace pocas horas la estábamos pasando muy bien en Londres.

― Yo de ti espero sentado. Pediré el almuerzo.

― ¿Me estás invitando?

― Lo pediré solo para mí —sonreí y levanté el auricular, junto a la cama.

Mis cicatricesWaar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu