Capítulo 10

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Una vez en tierra, fuimos en auto a la dirección que mostraba el GPS.

― Listo, estamos en el lugar —le dijo Bryan a Bruce, desde un auricular de manos libres en su oreja, disimulado por sus cabellos largos, mientras estacionaba en la calle del objetivo a una distancia considerable.

― Bien. Recuerden que podrán estar en contacto conmigo a través de sus auriculares. Suerte, chicos —dijo Bruce. Ambos lo escuchamos perfectamente.

Caminamos hacia la entrada, enganchados del brazo. El barrio era residencial, de grandes casas blancas con jardines amplios al frente y costados y techos en punta. El camino hacia la puerta se abría en adoquines naranja y unos cuantos escalones.

Yo vestía jeans negros, tacones rojos y blusa de mangas tres cuartos en color café. Bryan optó por una camisa de lino verde olivo con cuello despejado y pantalón jean negro y zapatos casuales.

Luego de que él tocara el timbre, una señora de tez blanca y muy rubia nos recibió contenta. Vestía jeans ajustados y una blusa negra sin mangas con un pronunciado escote. Tenía cuarenta años según nuestras investigaciones, aunque aparentaba ser más joven.

― Hola —opté por el español—, mi nombre es Rubí y él es... bueno, él es mi nuevo marido, Tomás —acaricié su brazo y me pegué a él, sonriendo.

― Oh, qué lindo, recién casados.

― Sí, y supimos sobre su pequeña reunión —agregó él, guiñando un ojo.

― La verdad estaríamos encantados de participar —dije.

― Mmm, es raro que unos recién casados se interesen en esta clase de actividades.

― Bueno, es que nosotros somos de más mente abierta, ya sabe —sonreí.

― Mmm, está bien. Pasen entonces, si hay más, mejor. Adentro están dos parejas.

― De acuerdo —dije amablemente, aunque en mi interior, empezaba a incomodarme aquel ambiente—. Gracias.

El pasillo de entrada nos recibió con una alfombra negra, junto a un espejo grande encima de una mesa barnizada en color claro, adornada con una planta pequeña.

Pasando un arco divisamos la sala de estar con un juego de muebles grande de dos sillones dobles y uno triple, logrando obtener las miradas lascivas de las dos parejas que se encontraban sentados en el lugar.

Optamos por saludar cordialmente y quedarnos de pie. Despacio y con disimulo, nos apartamos hacia la ventana grande con las cortinas blancas amarradas en cada extremo.

― Esto es incómodo —susurré entre dientes.

― No tardaremos —me dijo, igual.

Inmediatamente la anfitriona nos presentó a su esposo, un hombre robusto de mirada fría y expresión dura, contaba tal vez con los mismos años que su mujer. Luego la dueña de casa nos entretuvo, ofreciéndonos copas de champán y aquel hombre se alejó. De pronto vi a Storm distraído y llevando la copa a sus labios. Tuve que detenerlo al disimulo. Por nuestra propia seguridad teníamos prohibido comer o beber cualquier cosa en ese tipo de situaciones.

Tomé su brazo, mientras le regalaba una sonrisa. Ligeramente negué con la cabeza.

Respiró suavemente, sonriéndome igual y miró la copa, cayendo en cuenta de lo que estuvo a punto de hacer. Miré un equipo de sonido y pensé que debía hacer lo que sea con tal de soltar mi copa y mover el ambiente con música, en la distracción Storm se desharía de la suya de alguna forma, sin embargo, la anfitriona me ahorró el trabajo y fue ella quien puso algo de música lenta. Storm no lo pensó dos veces, soltó la copa y me alejó de la mía, colocándolas en un esquinero; de la mano me llevó al centro de la sala a bailar al compás de una lenta canción.

― El tipo entró en la puerta al final del pasillo —me dijo al oído.

― Tengo un mal presentimiento, Bryan.

― ¿Acabas de decir mi nombre?

Me pregunté lo mismo, sintiéndome un poco nerviosa.

― Eh... Ese es tu nombre, ¿no?

― Pero nunca lo mencionas —sonrió. Suspiré con desagrado.

― Da igual. Sobre el tipo del pasillo, iré a investigar.

― No —me detuvo—. Déjame ir primero, si me demoro, entonces vienes —me sentí inquieta. Miré alrededor con desagrado por las otras parejas, que bailaban igualmente—. ¿Estás bien?

― Una vez tuve que enfrentarme a un montón de hombres ninja —sonrió—, es en serio, casi me matan, pero no me incomodaron tanto como estas personas —susurré al máximo.

― ¿Cassandra Williams intimidada?

― Incómoda, no es lo mismo. No me dan miedo.

― Todo estará bien, lo prometo —lo sentí cálido, íntimo. Lo próximo que sentí fue su respiración muy cerca, chocando con la mía, alborotando mis nervios. En un instante uní mis labios a los suyos en un lento beso, y me arrepentí un segundo después. Me pareció irresistible de repente, sin poder controlar el impulso.

― Muy bien, amigos —fue la voz de la anfitriona explotando la burbuja que se había formado entre Storm y yo—, ¡es hora de cambiar de parejas! A ver si así ya vamos entrando en ambiente.

Rápidamente una mujer se interpuso, y otro tipo se apoderó para bailar conmigo.

No mucho después, vi que Bryan encontró una excusa para alejarse e ir en busca del tipo al final del pasillo.

― Bruce, creo que encontré algo... —escuché la voz de Bryan a través del auricular, que escondía debajo de mi cabello suelto—. El tipo de antes no está, Cass... —él sabía que lo podía escuchar.

― Espera... —escuché a Bruce—, ¿de quién hablas, Storm?

― Hubo un tipo que no está entre los que tenemos identificados —contestó. De pronto vi a la gente muy inquieta, cruzando miradas con insistencia. La anfitriona se dirigió a la cocina muy nerviosa—. Actuó muy extraño al vernos.

― ¿Cassandra no está contigo?

― No, yo entré solo a este sótano —respondió.

― ¿Dónde está? Cass, responde, por favor.

― No puede, Bruce, ella está en la sala junto con los demás —carraspeé un poco para lograr que me oyera por lo menos—. Fue ella.

― ¿Todo bien, Cass? Vuelve a hacerlo para saber que estás bien —lo hice.

― Bruce, escucha...

― Oh no... —interrumpió el susodicho.

― ¿Qué pasó? —preguntó Bryan.

― Olviden todo. ¡Los dos tienen que salir de ahí ahora!

― ¿De qué estás hablando? —Storm se alteró.

― Encontré coincidencia en los errores, Cass tenía razón, ¡es una trampa! ¡Salgan de ahí!

― Mmm... —me alejé de aquel hombre con el que bailaba y enseguida todos se pusieron alerta.

― Maldición —oí a Bryan—. Hay una bomba...

― ¿Cuánto tiempo? —Bruce preguntó.

― Tres minutos...

― ¡Rayos! —exclamó el técnico— ¡Bryan, busca a Cassandra ahora!

Entonces se escuchó el primer disparo.

Mis cicatricesΌπου ζουν οι ιστορίες. Ανακάλυψε τώρα