Capítulo 20

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El reloj se acercaba al momento crucial. Ya estábamos listos.

Mi vestido era de falda chifón azul en capas, con un corte alto en la pierna izquierda, la parte superior era negra, de mangas cortas, para así, ayudar a cubrir la herida en mi brazo. Dejé mi cabello suelto y lacio, acentué el maquillaje para la ocasión en tonos oscuros sobre los ojos, y mientras terminaba de ponerme los aretes frente al espejo en mi habitación, Bryan apareció reflejado.

Lo encontré atractivo y varonil, metido en un traje negro completo con corbata satinada del mismo color.

Tomé un suspiro y me acerqué a él.

― Te ves más hermosa esta noche.

― Y tú muy encantador, Storm.

― Podrías empezar a practicar y llamarme «amor» de vez en cuando —sonreí sobre sus labios.

Por un momento, empecé a sentir más cercana nuestra misión de la noche, incrementando en mí un temor latente, un mal presentimiento.

― No mueras, por favor —susurré.

― Tú tampoco. Recuerda lo que te pedí, ¿sí? Confía en mí.

― De acuerdo.

― Vámonos.

Fuimos a uno de los grandes salones de la ciudad, donde tendría protagonismo la gala benéfica, de la que sabíamos, sin duda, los de «El Sol» estarían ahí, listos para activar la bomba finalmente y debíamos impedirlo.

Se alzaban grandes escaleras y luego de confirmar nuestra presencia en la lista, pasamos al gran salón. La gente estaba en pareja, llevando trajes elegantes y brillantes, el piso y el techo eran dorados y alrededor había columnas gruesas de concreto, adornadas con bordes labrados. Las mesas estaban cerca al estrado, eran redondas con vajilla finísima y mantelería satinada entre blanco y dorado.

A un lado se expandía el espacio libre para un pequeño baile de bienvenida, entre meseros que repartían champaña y parejas erguidas, mostrando sus hábiles movimientos al lento compás de saxofón en vivo.

― Mira en la esquina, junto a las escaleras del estrado —me dijo Bryan al oído, mientras bailábamos al son de una clásica melodía.

― Es Eric McGregor—lo vi por encima de su hombro, vestía traje blanco y hablaba por celular.

― No sería nada sutil si trajeran una laptop a este evento.

― No podrán hacer nada sin una tampoco. Tiene que estar en algún lugar.

― Será mejor terminar rápido, salir de aquí y ponerte a salvo —eso último lo susurró.

― ¿Por qué hablas así?

― Realmente no quiero que nada malo te pase. Seguramente sabrán que estamos aquí, tal como en la casa bomba en Córdoba.

― Bryan...

― Dime.

― Si llegan a activar la bomba...

― Tendremos veinticuatro horas para desactivarla.

― Lo sé, lo que quiero decir, es que habremos fallado.

― Cass, todo saldrá bien, lo lograremos —me pegué a su cuerpo. Mientras girábamos, seguíamos pendientes de McGregor—. Me alegra que te gustara la rosa de antes —me dijo al oído—. Cada vez disfruto más de tu sonrisa—escondí una en su hombro, intentando disimular la intensa sensación de hormigueo que sentí en el estómago.

Me sonrojé además por Bruce, que nos estaría escuchando y me pregunté si su silencio sería por no interrumpir nuestro pequeño momento romántico o porque estaría ocupado, revisando su computador.

De pronto, vibró el celular de Bryan en el bolsillo interno del saco. Su expresión cambió al ver la pantalla, se puso tenso enseguida.

― ¿Qué ocurre? —pregunté preocupada. Él alzó la mirada, buscando alrededor.

― No veo a McGregor.

Solté un improperio al darme cuenta que ese pequeño instante de distracción nos costó perderlo de vista.

― Búscalo —ordenó—. Tengo que atender esto —quise detenerlo, pero se fue. Cruzó el mar de gente y se quedó detrás de una de las grandes columnas de concreto.

Alcancé a localizar con la mirada nuevamente al objetivo y pensé en mi compañero. Me dio mucha curiosidad, así que lo seguí.

― No. Ya te dije que haré lo que sea menos eso —lo escuché molesto—. Tú no entiendes —luego hubo un silencio—. Maldito infeliz, si le llegas a poner un dedo encima... —«¿en qué lío estás metido, Storm?», me pregunté—. Está bien, está bien, haré lo que me pides.

Me desconcertaron totalmente sus palabras. Esta vez ya había cerrado la llamada. Disimulé con otra actitud y me alejé.

― Bryan.

― ¿Ya lo encontraste? —sofocado, me preguntó.

― Sí, no se alejó mucho.

― Vamos.

― ¿Con quién hablabas?

― Era un número equivocado —dijo con seguridad, tomó mi mano y me llevó con él.

De pronto vimos que aparecieron más de «El Sol», moviéndose por el lugar a paso apresurado.

Bryan maldijo y al instante sonaron alarmas en nuestros celulares.

― Activaron la bomba —espeté y enseguida busqué la voz del técnico en mi oído—. ¿Bruce? —y no obtuve respuesta.

― Tenemos que irnos a la capital, Cass.

― Rayos... —alcancé a ver que uno de los tipos sacó una de sus armas y nos apuntó directamente—. ¡Agáchate!

Mis cicatricesWhere stories live. Discover now