Capítulo 2

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Según el itinerario de mi investigación, encontraría a mi siguiente pista en una cafetería del centro. Temprano por la mañana, después de un corto descanso, repasé su fotografía e historial y tomé la marcha.

Opté por usar un vestido blanco ajustado y una gabardina negra, además de una peluca color café y corta, por los hombros. Salí temprano en auto, con rumbo a una cafetería, donde Eric McGregor, otro miembro de «El Sol», solía acompañar sus mañanas con un mocaccino en sus cortas e inesperadas estadías en Londres.

Una bufanda rodeando su cuello, un par de guantes, un abrigo grueso y un gorro ocultando su calvicie, le bastaron para protegerse del frío. Tantos meses vigilándolo, me llevaron a la conclusión de que su calvicie era provocada, no pasaba de cuarenta años, y de vez en cuando se formaba una sombra alrededor, que él se encargaba de eliminar nuevamente, hasta quedar un cuero cabelludo liso y brillante.

Él era el más silencioso de los miembros que encabezaban la lista de la organización, se la pasaba pendiente de sus concesionarias de autos en distintas partes de Europa, pero acudía a cualquier llamado de los suyos si era necesario.

McGregor era «la personificación de lealtad hacia el halcón», según palabras textuales de un exmiembro que la agencia capturó hacía años y que murió en un intento de escape.

No ponía cuidado al reunirse en aquel lugar público con alguno de «El Sol».

«¿Por qué al aire libre?», me preguntaba. Pero la ropa sucia no siempre se lava a escondidas.

Lo observaba cruzando la intersección, desde mi auto rentado color negro, a través de las mamparas transparentes del lugar, donde la luz amarilla y cálida lo alumbraba frente al mostrador de la caja.

La señorita le entregó un vaso y una funda de papel. Se aproximó a la salida, pero se detuvo al leer un mensaje en su celular, miró al frente y suspiró tranquilo, cambió de opinión y se regresó en busca de una mesita para comer.

Mi sorpresa se activó al ver que Bryan entraba al lugar, el mismo de anoche.

El hecho empezó a volverse obvio para mí, pero lo extraño fue que aquellos dos ni se saludaron. Bryan entró por un café y se fue, y después de comer, McGregor se marchó también.

Intenté seguir a este último en el auto, a una distancia discreta, pero se metió en el intenso tráfico y lo perdí de un momento a otro.

Más tarde, ese mismo día, me dispuse a vigilar desde el exterior de un elegante hotel/casino que se alzaba a lo alto de veinte pisos blancos con muchas luces doradas y redondas que iluminaban el letrero y el centro del edificio.

Me encontraba nuevamente al interior del auto, cruzando la calle, y volví a ver a mi fugaz amante, entrando a un casino muy bien vestido, en traje negro, detrás de uno de un gran empresario que derrochaba su dinero en el juego, lo deduje así por su porte impasible y elegante, por la compañía de dos guardaespaldas, uno que sería Bryan, y una limosina en la entrada del lugar.

Aparte de eso, curiosa situación, ya que momentos antes, Josh Jackson, íntimo secuaz del líder de «El Sol» había entrado a la casa del juego.

El tal Bryan estaba más involucrado de lo que creía. No podían ser simples coincidencias.

«¿Cómo no lo noté antes?». Dudé que pudiera ser un recién llegado nada más.

Pensé mucho en ello. No lo tenía en fotos, ni en mis archivos, ni siquiera su nombre, simplemente no constaba en los registros y para mí eso era más sospechoso.

Definitivamente estaba implicado, por eso decidí entrar a echar un vistazo.

Tras arreglarle con un vestido ajustado y strapless negro, zapatos de tacón alto, una peluca de cabello rubio, lacio y muy largo, un par de lentes de contacto verdes y aplicando un acento francés muy malo, logré entrar al lugar, caminé despacio hasta intentar divisar a los implicados y así, encontré con la mirada a Jackson en la mesa de craps. Había gente alrededor y muy animada tras la buena suerte del mafioso.

Mis cicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora