Capítulo 43: El juicio

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«No dejes que nadie te quite lo que es tuyo, mi niña. No dejes que nadie se aproveche de ti».

Qué ironía... Debía de ser algún tipo de chiste entre los dioses —ahora que sabía que existían— que la última petición de mi madre, su maldito último deseo, fuera una contradicción en sí mismo. O dejaba que se aprovechasen de mí o perdería la casa, no había forma de escapar de aquello.

Perdóname, mamá... No tengo otra opción.

Me eché agua por quinta vez en la cara, pero el resultado que me ofreció el espejo seguía siendo el mismo que la vez anterior; y que todas las anteriores a esa. Solo el colirio había logrado disimular la rojez en mis ojos, aunque no había podido hacer nada contra los párpados hinchados de cambiar una noche de sueño por una de llanto descontrolado.

No llevaba ni una gota de maquillaje, no había tenido fuerzas para eso. Me había recogido el pelo en un moño y optado por las gafas, tal era mi nivel de apatía. Además, mostrarme como la pringada que era me vendría bien, ¿no? Parecer una pardilla se suponía que me haría parecer más creíble o qué sé yo. Lo cierto era que no había parado de llorar el tiempo suficiente para poder maquillarme o ponerme unas lentillas, esa era la triste verdad.

Al menos, mi ropa era elegante. Había cogido del armario de mi madre un conjunto de pantalón y chaqueta mucho más formal que cualquier combinación que pudiera sacar del mío. Pero no era esa la razón para asaltar sus pertenencias. La verdad era que estaba muerta de miedo. Estaba completamente aterrada y aquello era lo más parecido a que mi madre me diera la mano y me prometiera que todo iba a ir bien.

Sin embargo, mi ropa solo conseguía dejar claro cómo me sentía. Revelaba sin ningún misterio que no era más que una niña intentando esconderse tras su madre, atrapada en problemas de adultos que no sabía resolver.

Con un gran sentimiento de culpa, cogí la gema de la Diosa y la oculté bajo la camisa, disimulándola de la vista de todos. Sabía que no merecía llevarla, y menos cuando tenía que fingir ser una vacua, pero no había sido lo bastante fuerte como para renunciar a su consuelo. No cuando ya no tenía a nadie más.

Respiré hondo y me animé a salir del baño, a ir de una vez a la sala donde se llevaría a cabo el juicio. Pero mi cuerpo estaba completamente paralizado por el terror. Sentía como si fuera yo la que iba a ser juzgada. Y, en cierto modo, así era. Las personas más importantes para mí estarían ahí, juzgándome y condenándome a su odio cuando descubrieran la verdad sobre mí. No estaba lista para eso. Pero dudaba que alguna vez pudiera estarlo.

A pesar de todo, acabé encontrando el valor para moverme tras mojarme la cara una última vez. Me prometí que solo iba a salir del baño. Luego que solo caminaría el pasillo hasta la puerta. Pequeños pasos dentro de mi particular milla verde hacia el patíbulo.

Contuve el aliento al entrar, abrumada por la visión que me recibió. Aquel lugar era enorme, mucho más impresionante que la sala a la que había acompañado a Matt hacía semanas, y completamente repleto de gente que no quería perderse aquel evento. Buitres morbosos que parecían buscar la comidilla de turno en su particular corte victoriana de magos elitistas. Y lo único bueno de aquello es que pude deslizarme discretamente en la última fila, lejos de los Clearwater y del fiscal.

Apenas unos minutos después, cerraron las puertas y el juicio dio comienzo.

Primero trajeron a los acusados. No presté atención a Lane, mis ojos fueron directos a Henry. Se le veía agotado, más delgado de lo normal. Incluso andaba con dificultad, como si estuviera mareado. Un ramalazo de compasión me sacudió al tener que verle así. ¿Quién iba a devolverle todos esos meses y toda la salud perdida ahora? Aquello había sido una gran injusticia.

Palabra de Bruja FarsanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora