Capítulo 22: El cine (I)

634 130 8
                                    

Odiaba San Valentín.

Lo odiaba precisamente porque me habría gustado poder celebrarlo alguna vez; porque era una hipócrita. Porque llevaba años fantaseando con pasar ese día con Henry y, por primera vez, lloraba por no poder celebrarlo con otra persona. Por tener que pasar el día junto a Matt, recordando a cada segundo que me dejó tras decirle que quería celebrarlo con él. ¿Se puede ser más patética?

Sí. La respuesta a esa pregunta, cuando se trata de mí, siempre es un rotundo sí. Por eso, al llegar a la oficina y ver el ramo de flores sobre mi mesa, mi corazón empezó a saltar en el pecho desenfrenado, alimentándose de forma dolorosa de la súbita esperanza que despertó aquel inesperado regalo.

—¿Qué...?

—¿Tienes un admirador secreto?

Me giré ruborizada hacia Joss, demasiado aturdida para contestar o disimular; simplemente tratando de asimilarlo. ¿Había sido Matt? ¿Había cambiado de idea?

Entonces reparé en el ramo idéntico que había sobre la mesa de Sophie.

—Ha sido él —explicó la bruja—. Lo hace todos los años.

—Claro que he sido yo. Soy el hombre más romántico del mundo y si no quiero perder mi título, tengo que cuidar de mis chicas.

Él se rio y yo me obligué a sonreír, tratando de ocultar la puñalada que me había dado al regalarme unos segundos de ilusión. Claro que no podía ser Matt, ¿en qué estaba pensando?

Eres absolutamente patética.

—¿Nicky? ¿Te he molestado?

De pronto, Joss estaba a mi lado con cara preocupada. Mi sonrisa había sido apenas una mueca poco convincente y se había derrumbado bajo la insoportable tristeza. Intenté sonreírle de nuevo, aunque esta vez no hiciera por disimular la pena. Tenía que asumir que no podía pedirme más a mí misma en un día tan emotivo.

—Es que... creo que nunca me han regalado flores —comprendí en voz alta.

Y aquella verdad me clavó el puñal aún más hondo.

No es que nunca me hubieran regalado nada, tampoco había por qué ponerse así. Es más, nunca me habían importado lo más mínimo las flores. ¿No eran estúpidas? Era un regalo con fecha de caducidad. Siempre había preferido un bolso o unas entradas a un concierto; regalos prácticos.

Pero me habría hecho tan feliz que esas flores fueran de Matt... Puede que ellas solo duraran unos días, pero el recuerdo de ese detalle habría durado para siempre.

Tal vez por eso se regalan flores. Porque un regalo no necesita ser práctico, necesita transmitirte un mensaje. Y las flores dicen «me importas».

—Niña, tienes un gusto horrible en hombres.

—Ya te digo —me reí tratando de ocultar un puchero.

Y me dio un fuerte abrazo que yo devolví, aceptando la calidez que desprendía. Joss era tan dulce y atento... Ojalá hubiera más chicos así. Ojalá yo pudiera gustarle a alguien así en lugar de andar siempre detrás de los que me hacían daño de una forma u otra. Pero mi corazón tomaba decisiones tan estúpidas como yo.

* * * *

Como era de esperar, Matt no hizo mención a los ramos de nuestras mesas, para él era un día normal. Y yo intenté fingir lo mismo para dejar de torturarme con mi propia tristeza. Al menos, hasta la hora del almuerzo.

—Arriba, Nicky —ordenó efusivo Joss apoyándose en mi mesa—. Vuestro caballero de San Valentín os lleva a comer, mis bellas damas.

Miré con conocimiento a Sophie. En el fondo, estábamos en la misma situación. Entendía bien lo que era ver cómo la persona con la quieres estar te trata como a una compañera de trabajo, una amiga quizás. Tan dulce y a la vez tan distante. Y aunque fingiera normalidad, podía notar que estaba alicaída. Tal vez porque, por primera vez, no podía acaparar a Joss ese día y, por un momento, fingir que era una cita de verdad.

Palabra de Bruja FarsanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora