Capítulo 19: El hermano

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—No ha sido tan gracioso.

Esta vez había tenido la delicadeza de sonreír nada más. Ampliamente. Pero ya era menos que las carcajadas con las que había empezado el día. En el ascensor de la oficina era poco apropiado hacer más que eso aunque ya nos hubiésemos quedado solos camino a nuestra planta.

—En adelante, y para siempre, puedes dar por hecho que si me río, es de ti.

—¿Entiendes que la falta de respeto es motivo de castigo?

Su amenaza solo aumentó mi entusiasmo.

—De verdad que eso solo lo hace más excitante —ronroneé tentada con la idea—. Y ningún castigo empañará el recuerdo de tu cara de vergüenza. ¡Ojalá se pudieran imprimir los recuerdos! Pondría ese retrato en mi salón.

Negó con la cabeza con un leve suspiro, aunque no pareció molestarse de verdad. Antes de que la puerta se abriera, me puse de puntillas y dejé un rápido beso en sus labios, lo bastante delicado como para no mancharle con mi carmín. Y con una risita salí para dirigirme al baño; así le dejaría llegar a él primero al despacho para disimular que habíamos ido juntos.

El día empezaba de forma tan extraña... Ni siquiera parecía mi vida. Parecía la vida de otra persona, una película que me tuviera tan fascinada que me hacía sentir en el lugar de la protagonista. Pero quería quedarme a vivir en esa vida prestada donde había cariño, risas y pasión. No me importaba que ya no hubiera tiempo para estar todo el día con el móvil, salir de fiesta los fines de semana o malgastar dinero en ropa. Aquella vida adulta, con madrugones, responsabilidades y relaciones de verdad, era mucho más satisfactoria.

Apenas hora y media atrás, cuando el despertador nos había tocado diana con su estridente chirrido, lloriqueé escondiendo la cabeza bajo la almohada. Apenas habíamos dormido esa noche entre lo tarde que nos habíamos acostado y que, en mitad de la madrugada, Matt me había despertado para enseñarme las finalidades de poner un espejo frente a la cama: poder verme la cara mientras me tomaba desde atrás y obligarme a ver mi propia expresión decadente.

En ese momento, mi opinión sobre la vida adulta había sido muy distinta e ir a trabajar parecía el peor de los infiernos. Por mí me habría quedado en la cama y dormido hasta mediodía. Y si me quería despertar para entonces con otro asalto sexual, yo no me iba a quejar. Quizás esa parte era la única que no me importaría cambiar de la vida adulta: los horarios intransigentes.

Sin embargo, el fiscal salió de la cama sin una sola queja, pero también sin dirigirme la palabra. Apenas un minuto después oí el ruido del agua en la ducha y, aunque estuve tentada de meterme allí con él, el segundo que tardé en decidirme me quedé dormida sin querer. No me desperté hasta que sentí el colchón hundirse y, sobresaltada, me incorporé en la cama completamente desorientada hasta que vi a Matt vistiéndose. Comprendiendo que iba mal de tiempo, salté mascullando una palabrota hacia el baño para mi turno de ducha.

Ya vestida y aseada me sorprendió encontrarme a Matt desayunando frente al televisor, viendo las noticias. Había hecho tostadas para mí, pero no veía nada más preparado salvo su cafetera. Extrañada por su actitud, decidí darle algo de espacio y prepararme yo mi cacao. Aunque esa mañana no le diría que no a añadirle un chorrito de café para poder sobrevivir al día de trabajo.

Abrí la nevera y me quedé mirando como una tonta el tarro de canela que ocupaba el lugar habitual del cartón de leche. Lo saqué y me dirigí al armario donde se suponía que debía estar la canela. Allí estaba el cartón de leche. Todo en la cocina estaba perfectamente ordenado, pero cambiado de lugar. No pude evitar romper a reír y, cuando Matt me dirigió esa mirada tan seria que me hizo entender que no eran más que los movimientos inconscientes de un zombie, me reí con más ganas aún.

Palabra de Bruja FarsanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora