Capítulo 3: El trabajo

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Canela.

Ese olor se filtró en mis sueños y me sacudió el estómago. Tostadas francesas. Mamá estaba haciendo un desayuno especial: hoy celebrábamos algo.

Parpadeé sonriente, saliendo poco a poco de las brumas del sueño espoleada por el incipiente apetito... hasta que vi el techo que me recibía. No conocía ese techo. Pegué un salto y miré alrededor asustada. Un punzante dolor me atravesó el cráneo y gruñí como protesta. Recordé entonces la noche anterior, el alcohol y...

Me tensé mirando alrededor a pesar de la molesta luz. Estaba en un sofá. Aquel salón no era muy grande, aunque ganaba amplitud al tener cocina americana y combinar ambos espacios. Allí, apoyado en la barra, estaba sentado el fiscal Dawlish, observándome mientras bebía de una taza amarilla con lunares azules. El contraste era extraño con su rictus serio y su traje oscuro.

Sin mediar palabra, se levantó del taburete y vino hacia mí con su taza en la mano y un botellín de agua en la otra. Me lo tendió sin alterar nada en su expresión, como si fuera una estatua viva. Al menos esta vez no me la mandó volando por el salón.

—Gracias —murmuré.

Miré discretamente hacia abajo. Estaba vestida. No significa que no hubiera hecho nada conmigo, pero me sentía menos vulnerable que si estuviera desnuda o con la ropa desarreglada.

—No hicimos nada —fue su «buenos días»—. Estabas demasiado ebria para decirle al taxista dónde vivías, así que te traje aquí. ¿Café?

Mientras hablaba, trajo una bandeja con una colorida taza similar a la suya, un cartón de leche, una cafetera pequeña que desprendía un suave aroma a café recién hecho, un azucarero y un frasco cuya etiqueta escrita a mano ponía con una pulcra letra «canela».

Dejó la bandeja en una mesita baja que había junto al sofá donde me había dejado pasar la noche. En un segundo viaje trajo pan tostado y un par de tipos de mermelada, después se sentó en un sillón frente a mí con su propia taza. Era de ahí de dónde venía el suave aroma que había confundido con las tostadas de mi madre.

—Gracias —murmuré de nuevo mientras me servía leche y azúcar en la taza.

Estaba demasiado muerta de hambre como para que los nervios me pudieran cerrar el estómago; así que, tras vaciar la botella de agua de un trago, me tomé las tostadas con mermelada de melocotón tratando de no recordar las que hacía mi madre. Ignoré el café y me tomé la leche blanca echando en falta algo de cacao en polvo, pero me parecía abusar de mi suerte preguntarle si tenía algo tan infantil.

—Lamento lo de anoche —me disculpé. Seguramente era lo que esperaba de mí. Y lo que tenía que hacer si quería una oportunidad de arreglar el desastre previo.

—¿Sueles beber tanto?

Quise poner los ojos en blanco. De todas las cosas que podía decir, se ponía paternalista. Debía de ser tan muermo como aparentaba.

—No —mentí—. Pero ayer estaba molesta por... cómo salió la noche.

Su mirada estaba fijamente en la mía. Recordé entonces que algunos de los suyos tenían poderes mentales. Sería mejor decir lo menos posible antes de que le diera por jugar al detector de mentiras conmigo. Estaba actuando demasiado extraño... y si yo fuera él, ya lo habría hecho sin dudar.

—Creía que la principal intención de tu viaje era traerme algunas pruebas y visitar un club inglés. No habíamos hablado de nada más.

A saber de qué había hablado con la tal Stella. Si al menos me hubiera despertado antes que él para leer los mensajes en su móvil...

Palabra de Bruja FarsanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora