Capítulo 5: La botella

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Entrar en casa era un tormento.

El silencio... Dios, cómo empezaba a odiar el silencio. Era una garra fría y cruel que me atenazaba el pecho y dificultaba mi respiración. No me dejaba olvidar la triste verdad de aquella casa que ahora parecía enorme. Que ahora siempre estaba helada y parecía haberse teñido de gris.

Mamá siempre estaba haciendo ruido. Era una persona muy alegre y llena de vida, así que siempre estaba cantando lo que sonara en la radio aunque tuviera un nulo sentido el ritmo, o incluso comentaba lo que decían en la televisión como si esperara ser escuchada. Siempre lo apagaba todo según llegaba yo, esperando poder conversar conmigo, saber qué tal había ido mi día. Y yo... maldita estúpida y egoísta, me iba derecha a mi cuarto pegada al móvil hasta que fuera la hora de la cena. Porque no te creas que me iba a molestar siquiera en ayudar en la cocina o a poner la mesa. Porque mi tiempo me parecía demasiado valioso para perderlo con ella o en hacer algo útil por la casa. ¿Y qué era eso tan importante que tenía que hacer? Seguramente perder el tiempo valorando fotos de extraños en redes sociales y tonterías de ese estilo.

Encima tenía la caradura de quejarme de que tuviera la radio o la televisión encendidas, exigiendo silencio cuando ella solo quería algo de compañía ya que yo se la negaba. Pues ahora tenía lo que quería. Ahora tenía mi maldito silencio. Y ahora no era capaz de encender la radio o la televisión para apartarlo de mí porque me partiría el alma no oír su voz acompañándolas.

Ojalá estuviera aquí ahora. Ella me escucharía, porque a pesar de lo ingrata que yo era, siempre me escuchaba cuando la aceptaba a mi lado. Seguramente no tendría un gran consejo, pero me daría ánimos, me diría que Henry era un buen chico y que seguro que todo iría bien porque sus padres lucharían por él igual que ella haría por mí. Y habría sido mentira. Porque los padres solo te dicen mentiras para hacerte sentir bien, como cuando te dicen lo guapo que eres o que eres el más inteligente. Como cuando dicen que estarán para ti siempre...

—Eras una mentirosa... como todas las madres —murmuré deseando que algo pudiera contestarme. Pero la fría y oscura casa solo me devolvió el mismo inerte silencio de siempre.

Miré alrededor. Me había dejado caer tras la puerta de la entrada y me había quedado a oscuras, arruinando mi maquillaje por segunda vez ese día con estúpidas lágrimas que no iban a arreglar nada.

Me quité los tacones y me fui a la cocina. Allí la penumbra se convertía en oscuridad absoluta y tuve que encender la luz. Aunque me hizo sentir aún más sola, era menos deprimente que moverme a oscuras como un alma en pena.

Abrí el frigorífico y torcí el gesto. Debería haber ido a la compra, pero ahora me daba demasiado apuro gastar dinero. Además, en fin de semana me daba una pereza horrible. Ya me tenía que esforzar bastante para limpiar la casa el mínimo que la hacía habitable y poner lavadoras y todo eso. ¡Y cocinar! Porque para ahorrar me llevaba un túper con comida todos los días y prepararla en fin de semana me dejaba dormir un poco más por las mañanas. Mis fines de semana habían pasado de fiestas y compras a limpiar y cocinar. Vaya mierda... Y no me hagas hablar de lo asqueroso que es limpiar un baño.

Eché un vistazo al congelador y la despensa esperando mejores noticias sin mucho éxito. Cuando murió mi madre, algunos de los empleados de la casa habían tenido el detalle de traerme algo de comida y darme sus condolencias. La mayoría habían hecho ese falso ofrecimiento de que podía contar con ellos para lo que necesitara, aunque ambos sabíamos que no era verdad. Nadie lo dice de verdad, son cosas que se dicen para quedar bien.

Una botella de vino solitaria en la despensa me devolvió la mirada. Juraría que eso había sido cortesía de alguien de la casa también. En otras circunstancias no habría dejado pasar que alguien creyera que era una buena idea darme alcohol en un momento como ese, pero lo cierto es que me había dado todo igual. Ni siquiera podría decir quiénes vinieron a verme, lo recuerdo como un desfile interminable de caras indefinidas que repetían lo mismo una y otra vez mientras me miraban con lástima.

Palabra de Bruja FarsanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora