Capítulo 24: La promesa

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—Lo siento —murmuré de forma automática—. Por irme de malas maneras ayer y por el numerito de esta mañana. No volverá a pasar.

Mis ojos no subían a más de un metro del suelo. Así podría evitar su mirada. El suelo era el lugar que merecía un gusano como yo.

Había sido tan patética de quedarme una hora llorando en el baño. Les había molestado a todos con mis estúpidos problemas, por no ser capaz de guardarme las lágrimas para cuando estuviera sola, y seguro que encima le había dado una excusa legítima a Matthew para echarme, aunque me hubiera quedado trabajando en la hora de comer.

Por eso, a la salida me había hecho ir a su despacho otra vez. Qué irónico que hubiera empezado la semana de rodillas en esa habitación y ahora quizás acabara de la misma forma, pero para suplicar que no me echara.

Una gota de sudor se deslizó por mi espalda. El fular en mi cuello era completamente innecesario con la calefacción de la oficina y lo llevaba demasiado apretado para ocultar las marcas en mi cuello de los besos de Dave. La sensación de estrangulamiento no me dejaba olvidar ni por un instante mi horrible acción de la noche anterior.

Estaba segura de que Matt veía claramente en mi cara la culpa, pero yo no me atrevía a enfrentar su mirada por si encontraba asco en ella. No sería capaz de hacerlo sin desmoronarme de nuevo.

—No estoy enfadado, Nicole. Estoy preocupado por ti.

No... Joder, no hagas eso... Enfádate. Grítame. Trátame como la basura que soy.

—No es necesario —expliqué suavemente. El contestador automático estaba al mando ese día—. Estoy bien. Olvidemos que ha sucedido.

Silencio.

No tenía claro si la conversación había acabado, pero no iba a mirarle para confirmarlo. Me quedaría ahí quieta hasta que dijera que podía irme. Quieta y en silencio, esperando una orden. Qué gracia, ¿no? Ahora yo también era un robot.

—Quiero ayudarte, pero no sé cómo. Y creo que todo lo que intento solo empeora la situación.

Qué vuelta más larga para decir que me despedía. No le pegaba nada.

—Estoy bien —repetí. Qué mentira tan fácil, si eran tan solo dos palabras. ¿Por qué me habría costado tanto esa mañana?—. No te preocupes por mí.

Viernes... La idea de irme a casa era deprimente. Pero no tenía ganas de salir; no quería compañía, ni fiestas. Solo quería dormir hasta que fuera lunes otra vez. Eso, claro, si no me despedía. Trabajar era una buena distracción con la que rellenar horas hasta el momento de volver a dormir.

Aunque... quizás era mejor llamar a alguien. ¿Sería pronto para llamar a Dave? Podría echar un vistazo a mi agenda... Ya había comprobado que me sentiría mal después; pero, al menos durante un rato, no sentía nada. No sentir nada estaba bien...

—Basta.

La voz de Matt me hizo encogerme ligeramente. Fue dura y llena de rabia pese a que se contuvo para no gritar.

—No he dicho nada...

—Siéntate. Ahora.

Sentí un estremecimiento ante la contundencia de su orden. Su mano señalaba el sofá. Algo quiso despertarse en mí ante su dominancia. Una parte de mí quiso gritar que ya no tenía derecho a darme órdenes. Pero la apatía lo apagó todo con su manto de escarcha; la rebeldía murió incluso antes de nacer.

Caminé hasta el sofá y me dejé caer en él. Aguantaría su charla sobre vete a saber qué y así podría irme. No tenía fuerzas para luchar. No tenía nada que ganar.

Palabra de Bruja FarsanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora